Conciencia mía:
Como rasguño elevado y desgarrador, una punzada más lame mi existencia. Es una de esas que infestan el mundo de mis ideas de un próspero colorido mesticioso. Una punzada más, de esas que son prosélitas del universo más cercano y evidente a mí. Una punzada más pero esta vez no sólo en el regazo de mi pecho, sino en todo mi loable cuerpo y en todo lo invisible que éste supone: todo mi ser. ¡Ay, esta punzada que me arroja sobre el rostro del perspicaz sufrimiento!
Ahora la enjoyan más de tres gotas de vértigo bordado por púas de mi deseo de amar. Y se mantiene inviolada del nardo impasible, casta a mi presencia irritada, esposada hasta el extremo, desorbitadamente, hasta la frontera que se puede visualizar como epidermis, barrio subterráneo, del mundo eximio.
¡No vivir esta punzada sería amancebarme a una comezón sin sentido y sin devenir! Es camino al monte. Al Moriah, al gólgota…
Esta punzada es el argumento que cuestiona la mediocridad y la pasividad de una distancia que reduce la realidad a mera permanencia, casi llegando a ficción. Por eso pregunto: " ¿Dónde las lagrimas que te prometí no derramar, dónde el mar, dónde el azul? ¿Dónde?" Esta punzada es el símbolo de un diálogo inverso, de un juicio absurdo, de una palabra cruel, susurro fatídico. Es Contacto de arrebatos febriles, unidos aún, pero ¿desuniéndose ya?
¡Anda, Conciencia mía que eres llama de olor con viento en popa, contesta, reacciona, sácame vapor, sé fuego y derríteme sin voltear atrás, mirando el instante, el tris, respirando tu milagro actual, tu deseo de no haberme hallado así, tu soplo que se va.
¿Arrepentido? ¿Miedo a sufrir? ¿Será, quizá, miedo a la plenitud del tiempo, al momento decisivo, salto y zancadilla, caída y vuelo, sopor volátil y extensión por capítulos?
¡Ay, Conciencia mía, siempre me lo dices con mensajes tecleados en mi subconsciente, ¿para qué, si esta punzada me lo revela todo, me lo hace conocer todo, sin palabras del nuevo furor, del nuevo monigote, pues las palabras te corresponden a ti y a tu aliento, a tu dulce voz?
Voz en circunstancias, en silencio, en comunicación indirecta. ¿Voz? Tu voz, Conciencia mía, y a ella hazla besos y besa tu nuevo ardor; entrégatele, con efusión, delirio e ímpetu; muerde sus labios si te duele, acaríciaselos si sufres, pero, sobre todo, abrázala porque pueden ser tu sostén único, tu apoyo, tu barita mágica, tu éxodo, tu calvario, tu llegada, tu entrega, tu recuperación infinita.
Dime de dónde brotó tu afonía. Ponle nombre, nombre propio, pues es experiencia, sustitución, despeje, elevación y consuelo.
Y no me llores ni llores por mí, llórate sin más, y llora ante tu voz. Pídele manos en tus mejillas, palmadas en tu espalda y espaldas que carguen contigo. Y déjame mi peso, porque “mi peso es mi amor” y soy lo que amo. No es milagro ni transgresión de lo visible, es causa, prueba, acto y actitud.
Sé directa, llega a mis oídos, recurre a las fuerzas de tu voz, tu dulce voz…Dímelo tú que ya me duelen los músculos, no puedo estirarme, mis espaldas se encorvan y se quejan.
Soy suspiro al viento, ola de mar rota, imaginaria ya. Me veo como un almíbar crudo, como un ungüento que irrita, como un sudor que arde en los ojos, como lagrimas en erupción, como sal de mala suerte, como superstición insoportable, como llave que cierra. Música sorda, canto de gaviota que desciende, pez intoxicado, oro que no brilla y brillo que es oro sin valor en bruto.
No sé qué vanidad tengo, qué curiosidad me invade y me revuelca y me levanta y me impulsa a escuchar lo que me tienes que cantar.
Canta ya… y camina que desde aquí se divisa el lugar indicado. A fin de cuentas eso es la fe: Una carrera, “una pasión”.
Se despide:
Tu Diafante de Macias
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