Caray
Son sin son, sin una razón, sin sentido. Sin ton ni son, así eres quien eres, aunque te lo preguntes. Michoacán 266 departamento 501, Condesa. Ahí está tu estudio y en él retratas miles de bellos, tiernos, encantadores jovencitos. Son gay, todos lo son. Te gusta que sean gay, siempre tan lindos, tan finos, tan limpios, tan guapos; siempre tan amigables porque no les vas a pedir favores sexuales, porque eres mujer.
Tienes luces y espejos, cuatro cámaras diferentes y una ayudante muy linda a la que no le gustan los hombres ¿Es tu pareja? No, soy buga ¡¿A poco?! Nunca te creen. La palabra “buga” no es lo más buga que hay… Departamento blanco, muebles de piel de cebra y madera negra, revistas gringas y una que otra nacional o europea, un pequeño frigobar, flores exóticas del día. Eres rica, es evidente; no vives de la foto, evidente también. Renta mensual superior a la media anual per cápita, todo gracias a papá. Trabajas por gusto y haces foto “artística” siempre llena de característicos efebos pubertinos que vendes también como publicidad para perfumes y jeans unisex.
La androginia está de moda, pero tus tetas son grandes, tus caderas redondas, tus labios demasiado finos, eres mujer y se nota. Tus fotos no, en ellas siempre son modelos masculinos pero femeninos, feminoides, afeminados… Los maquillas, lo haces con gran cuidado tú misma porque para eso es tu hobby; les pintas los labios rojos, los suaves párpados, las pestañas llovidas negras y enormes; los miras, los mimas, los tocas con una delicadeza de novia, de madre, de sacerdotisa que lleva en las manos la consagrada efigie que representa a su dios. Luego los haces actuar imágenes cursis, casi siempre tomadas de cuadros renacentistas o barrocos, en las que los jóvenes semidesnudos tienen que mirar hacia tu lente fingiendo un desbordado éxtasis. San Sebastián amarrado de un árbol, Sansón atado de pies y manos, un Buen Pastor imberbe, un Narciso de rostro etéreo embebido con su propio reflejo. Eres conocida en Suecia, Francia y Nueva York; el erotismo inocente de tus retratos te ha ganado el aplauso de la crítica.
Hay que mojarlo otra vez. Regina se acerca al chico con el atomizador y le humedece de nuevo la cara, los hombros. Ese brazo, sobretodo el brazo; las gotas tienen que salir perfectas para que queden bien cuando las retoquemos en la computadora… Hace muchísimo calor, pero tienes el aire acondicionado apagado para que Cristian no se resfríe ¿Listo? Tomas cuatro o cinco fotos ¡Se te asoma el resorte del calzón! Refunfuñas y él se acomoda el taparrabo riéndose un poco. Ya déjalo, mañana seguimos. Prendes un cigarro y te sales al balcón; la luz anaranjada cambia rápidamente. Adiós, adiós, te despides, y te vuelves a quedar sola.
Caminas unas cuadras a tu otro departamento de la Condesa, el de Ámsterdam.
2. Yo no nací para amar…
Le hablas a tu amiga Verónica para que venga a tomarse un vinito y acepta. Les das de comer a tus dos gatos -Boris y Diego- y te sientas a esperar escuchando una selección de jazz, comiendo aceitunas, quesito y hojeando una revista en francés. Verónica llega muy rápido, te trajo panes del globo, se sientan a chismear y le dices que estás depre. Hace mucho que no cojo (Boris está rascando bajo el sillón y lo regañas). No te creo nada, ninfómana, es que a ti verdaderamente nada te basta… Se ríe, tú también te ríes un poco. En serio Verónica, hace seis meses que no tengo sexo. Se sorprende, te mira achicando los ojos en un gesto de incredulidad. Treinta y seis y treinta y siete años, las dos divorciadas, tú dos veces; sin hijos, gracias a Dios. Te dice que andas demasiado metida en tu trabajo, que te tomes un tiempo, que salgas más. No es eso, le dices, pero sigue hablando. Beben, comen y discuten; el vino se te va subiendo y le dices que le vas a contar un secreto, se ríe emocionada y le sueltas sin más que tú piensas que eres gay. Se saca de onda, se rasca la cabeza y te dice con tono irónico que si finalmente Regina te había convencido (aunque nunca jamás lo ha intentado). Gay, no lesbiana, le explicas y se empieza a carcajear con la boca muy abierta. De veras, desde mi estancia en Barcelona me empecé a dar cuenta que me gustan los gay: Son hombres, sin duda, pero tienen la dulzura, la calidez, la espontaneidad de las amigas… Lo dices sinceramente, pero Verónica no te toma para nada en serio, está concentrada en el queso y las aceitunas y te mira de vez en vez por encima de la copa. Cuando se va te sientes mejor. Te metes a la bañera hirviente y te das un breve masaje de acupresión, te duele la cabeza.
Duermes con la tele prendida, sueñas con hacer “El baño turco” versión gay.
La mañana te encuentra con las sábanas pegadas; Yesenia no vino a trabajar y nadie te despertó, corres y corres mentando madres por toda la casa. Cuando la sirvienta no viene todo es un problema. No encuentras tu brasiér, te cortas al tratar de partir una naranja para hacerte un jugo; sales de volada pensando que al volver la cama estará deshecha y los trastes tirados. Caminas con horrible desesperación, optas por tomar un taxi. Corres, corres y cuando llegas, Cristian, Regina y un mensajero te están esperando en la puerta del estudio. Firmas, recibes el paquete y el mensajero se va a toda velocidad. Abres la puerta disculpándote, diciendo sin parar que eres una inútil, que sin Yesi no eres nada. Se ríen, están de buenas, estuvieron chismeando un rato, tomándose un atole y unos tamales verdes. A mí no me gustan –dices- siempre me enchilo.
La semana pasa normal, de la casa al estudio, del estudio a la casa y en las noches de vez en cuando una película en cable, una sesión de sexo con tu nuevo vibrador. Lo compraste en los Ángeles y te salió baratísimo. Texturizado, cabezas intercambiables, totalmente silencioso, sin cables ni batería, se carga al sol y se guarda en su estuche duro; muy higiénico, bonito y discreto.
El viernes te invitan a un coctel en el Centro Cultural de España, te da hueva y te quedas en casa.
El sábado es cumpleaños de Cristian y su novio le organiza una fiesta sorpresa a la que por más que te da muchísima pena, decides no ir. Es que estás cansada. Van a ir puros veinteañeros, qué flojera. Te duermes un rato y te despiertas con resortes en los párpados y ya no los puedes volver a cerrar ¡Mierda! Te das cien vueltas en la cama ¡Mierda! Todavía es temprano.
3. El Noa noa
A las doce en punto estás cruzando la puerta, todos te festejan: ¡Qué bueno que viniste! Muchos de ellos han sido tus modelos Elías, Joel, Rodrigo… De algunos has olvidado el nombre. Te sirven una copa y te abrazan; uno, luego otro, luego otro y te dicen chula, mami, reina y te acercan la botana que está rara, pero buena. No debiste haber venido. Te sientes fuera de lugar y no llevas cinco minutos. Regina no vino, es enemiga de los eventos públicos y te sientes sola. Le das la vuelta al vaso y te levantas para servirte más. En la cocina una pareja de bugas discuten y después se manosean. De veras qué aburridos, codependientes, maniáticos y malcogidos somos los heterosexuales… Te ríes para ti y revisas las botellas a ver que encuentras. Ella sale de la cocina, él se deja caer sobre una silla suspirando exasperado.
Rodrigo entra carcajeándose. Un Mojito, una Caipiriña ¿Qué quieres tomar? Le dices que te prepare lo que quiera y te lo bebes sin preguntar qué es.
Cuando se va te quedas mirando al hombre que se frota la cara y el pelo con desesperación. Te mira, se da cuenta que lo estás mirando, te sonríe avergonzado ¿Qué pasó con tu novia? Mi ex, pero no lo entiende, no quiere entenderlo. Tal vez tus besos no fueron muy claros (¡¿Cómo le dices eso?!) Se ríe, se ha tomado a bien el chiste. Te empieza a contar que hace mucho que terminaron y que fue muy fuerte y muy hermoso lo que ellos tuvieron, pero se acabó. Tiene un acento sudamericano muy lindo. Le haces preguntas por seguir la plática y le contestas preguntas demasiado personales para ser un perfecto desconocido. Se ríen juntos, brindan y beben y te enciende un cigarro y otro que fumas casi de corrido. Con palabras burdas, pero claras lo invitas a tu departamento. Se despiden de todos y se sube a tu carro con familiaridad. En el camino lo llevas a comprar condones y un frasco de espárragos que se comen antes de llegar.
4. Cosas del corazón
Es muy seguro de sí mismo y muy conversador. La loción que usa es suave, elegantemente andrógina y el pelo rizado parece recién mojado como los brazos de Cristian gracias al aspersor. Quisieras ya estar cogiendo con él, pero no apuras el momento disfrutas conducir, conducirlo a tu cama como una presa.
Al llegar no puedes evitar una que otra manía: poner incienso, bajar la luz y un disco de chill out. Lo haces pasar a la recámara, te ausentas sin justificarte y te das una carrera al baño donde en un santiamén te perfumas, depilas y lavas los dientes a ocho manos, como un pulpo.
En la cama todo es divino, no te la crees; toca y besa mucho, habla poco y aunque apasionado, tierno, se ocupa más de ti que de sí mismo. No tuviste orgasmo ni lo fingiste. Prenden un cigarro y lo comparten; ese es el mejor cigarro de la vida, el de entre las sábanas, después del sexo. Platican un rato y –ganosos de nuevo- vuelven a empezar. Te vienes, te vienes y haces mucha alharaca, siempre te ha gustado ser escandalosa, que te oigan tus vecinos, tus roomates, tus papás; que el mundo se entere que te están cogiendo rico. Luego duermes a pierna suelta y despiertas lista para hacerlo otra vez.
Como es domingo Yesi no viene y manifiestas en voz alta la horrible hueva que te da cocinar. A él le gusta –dice- y casi inmediatamente comienza a freír huevos, picar papaya, exprimir naranjas y tostar panes. Es el hombre perfecto, no hay duda.
Lo dejas ir porque no hay remedio y le llamas a Verónica para contárselo todo. Se quedan de ver en Zermatt para que las niñas se metan al cine mientras ustedes chismean.
Fondue de queso de cabra, ensalada de la casa sin alcaparras, una jarra de sangría blanca. Todo para compartir. ¿Nos dejas la carta? Gracias. Ahora sí cuéntame todo. Le dices que es divino, veintiséis años, uruguayo, alto, blanco, pelo obscuro, ojos verdes; sensible, varonil, simpático, bien dotado y buen amante. No te cree nada, insiste en que no puede ser. Me hizo de desayunar y después nos bañamos juntos. ¡Me muero!, exclama, ¡mi vida! Y tú te ríes y levantas tu vaso lleno de vino y fruta. Bon appétit!
Pasan unos días y no quieres ser tú quien llame primero, pero tienes ganas de verlo y lo invitas a cenar.
Te recoge en tu estudio y como dice ¡que adora el sushi! Lo llevas a tu restaurante favorito sobre la calle de Nuevo León. Tú pagas y te das mucha prisa pues estás caliente otra vez. Lo empujas sobre la cama, lo desvistes a toda prisa y te satisfaces en él sin mirarlo siquiera como si fuera un vibrador inalámbrico y fino que hubieses comprado en Uruguay.
Mientras duerme lo miras: es un niño precioso con las pestañas largas y el pelo revuelto. Su cuerpo lampiño y blanco es una golosina para tu sexo antojadizo. Sonríes para ti y lo acaricias, quisieras tenerlo siempre así, que no se fuera nunca.
5. Siempre en mi mente
El trabajo no parece tan divertido, te urge salir, te urge verlo. Las fotos salieron regular, por más que quieras fluir con el universo no puedes. La Victoria de Samotracia sin tetas no es tan buena idea después de todo. Regina está exasperada por tu repentina torpeza. No te dice nada pero con dificultad responde a tus conversaciones y evita palabras, frases. No te importa, lo sientes, a ella le pagas igual cuando estás brillante que ahora, que se aguante. Cambias de opinión, se te ablanda el corazón, no es agradable trabajar así. La invitas a comer y dejas que escoja el lugar, a ver si se pone de buenas. Te lleva a un lugar “cercano”, caminan un montón y aunque te da hueva dices que no importa. Llegan a un local ínfimo, se sientan en la calle y te entregan un par de cartas enmicadas: una de comida y otra de chocolates. En leche, en agua, amargo, semiamargo y dulce. Regina saluda a la mesera con familiaridad y esta le pregunta por una Magda, contesta que no sabe y las dos se ríen. Nunca le has preguntado nada sobre su vida personal, nunca lo habías pensado siquiera. Pide la ensalada de la casa y tú un croissant de jamón serrano. Te recomienda que bebas chocolate que es la especialidad del lugar y lo pides aunque se te antoja cerveza. Discúlpame Regi, plis, he andado muy distraída últimamente… Se sonríe y te mira de un modo que no comprendes, pero no te dice nada. Yo sé que las cosas personales no deben afectar el trabajo y menos cuando son positivas pero.. No hay problema –interrumpe- y te sientes tonta de querer contárselo todo, no le interesa. Te ofrece de su ensalada, comen y hablan de comida, de discos…
Vuelven al estudio y, redimida, le sigues dando rienda suelta al obnubilamiento que ocupa casi cada espacio de tu ser.
6. Sólo tuya
No lo estás manejando bien, pero no te importa. Mario es tan lindo contigo, tan dulce, que no puedes más que quererlo para ti ¿Estás loca? -Te pregunta Verónica con los ojos y la boca completamente abiertos- ¿no te parece un tanto precipitado? Te ríes, estás feliz, decidida; sabes que a él le va a encantar tu propuesta porque de todos modos está buscando donde vivir.
Se lo dices, se sonríe, son un par de locos, pero él también había pensado en pedírtelo. Sólo que me dio pena, no me hubiese gustado que pensaras que lo que quería era vivir en tu casa, no contigo. Lo besas mucho, mucho y te dice que está tan enamorado de ti, lo dijo primero y tú le dices que tú también y se besan más y se ríen porque están tan emocionados.
No hay que mover muchas cosas, así que en cuatro días lo tienes viviendo contigo, llegas tarde al estudio; hoy por bañarte con él, ayer por desayunar juntos y mañana porque tu desnudez lo excita y a ti te excita excitarlo. Quieres vacaciones ¡por Dios!, ¡viva la cuarentena!
Cristian se va, dice que le surgió una chamba en una película que se filma en provincia y que no puede venir a más sesiones. No le crees, le dices que cuando vuelva te llame y a ver si trabajan juntos de nuevo. La mirada de Regina te molesta y le das los días, hasta que encuentres otro modelo.
7. No tengo dinero
Llegas a casa. Mario está de mal semblante. Le preguntas si pasó algo, si está enojado contigo, si hay algún problema. Dice que se regresa a Uruguay, que no encuentra trabajo y que el amigo al que le estaba ayudando ya no le puede pagar. Lo calmas, no hay necesidad de que se alarme tanto. Comienzas a darle un masaje, lo cubres como si fuera un niño; lo besas y le dices al oído: tranquilo, tranquilo.
Lo llevas a la cama, lo acuestas y lo acaricias por debajo de la ropa. Está sin rumbo, perdido, pero se deja hacer con los ojos entrecerrados. Agarra tus senos con sus manos enormes, come de ellos con avidez, con hambre, y tú suspiras y tiemblas, tiemblas y suspiras con su sexo dentro de tu cuerpo hirviente que se funde y se desploma como la cera a la flama.
Dormita sobre tu pecho mientras tú fumas. Los ojos se te pierden por los huecos de la nada. Sientes tu corazón pegado a su oreja: quiere decirle tanto, le habla. Tus labios se entreabren y murmuras ¿te gustaría trabajar conmigo?
Dice que no te acepta que le pagues, le dices que es justo. Te dice que tú pagas todo en la casa y le contestas que de todas maneras lo hacías cuando no vivía él contigo. Lo convences. Sin saber cómo
ya tienes un modelo nuevo, el primer heterosexual, el más hermoso de todos.
10. Te quiero mucho, mucho
Es bastante fotogénico. Le haces un estudio primero y después empiezan las pruebas de vestuario, maquillaje, de luz. Estás ilusionada. Regina y tú se ponen a ver libros. Tiene que ser perfecto. Algo clásico, algo bíblico; algo nuevo, una nueva corriente en ti… la buga. Mandas pintar un nuevo fondo con tu amigo Víctor: Una habitación renacentista llena de instrumentos científicos, una ventana desde la que se visualiza una aldea ínfima y un cometa… Melancolía de Alberto Durero, tu obra favorita de todas las del mundo.
La foto tendrá que ser en blanco y negro, revivir un grabado no es nada fácil, aunque lo reinventes. Regi fabrica las alas con una dedicación insólita, una amiga suya está haciendo el vestuario porque tu modisto se casó con un noruego y te dejó colgada. Mario se prueba la ropa con paciencia, ensaya los gestos y se deja rasurar el poco vello, la mucha barba, las patillas… Tu estudio se ha convertido en taller, en un laborioso gremio artesanal del siglo quince. Tu obra, tu gran obra, va tomando forma frente a tus ojos y tu amante, de grandes y hermosos ojos verdes, se va convirtiendo poco a poco en un asexuado espíritu con alas que mira sin mirar hacia tu lente impávida.
Giras en torno a tu pieza, es una filigrana perfecta, catorce años esperaste para acercarte a ella como te acercas hoy. Mañana empezarás a tomar las fotos, todo se encuentra dispuesto: las alas, la complicada túnica, la peluca castaña, los extraños objetos fabricados de cartón, de tela, conseguidos en tantas tiendas de antigüedades, en tantas ventas de garage. Tienes un gran equipo, todos confían en ti.
Hacen el amor y se duerme, pero tú no puedes, te levantas de la cama y te das un baño largo con agua muy caliente. Te acuestas y te dedicas a cambiar los canales buscando algo que no sean ventas ni películas subtituladas. Las horas pasan eternas, ya quieres que sea mañana.
11. Hasta que te conocí
Es inútil, algo no queda, llevan todo el santo día trabajando y las fotos no te gustan. Mario, concéntrate, la mirada tiene que estar en el cuadro ese que está detrás de mí y es al mismo tiempo fuerte y lánguida (estás señalando el grabado del libro). Es normal que te cueste trabajo, no eres actor. Le llamas a Rodrigo, le pides que lo asesore y a Regina que saque pruebas sólo de los ojos en lo que tú vuelves, vas por un café. Cuando regresas la mirada ha mejorado, pero algo no. Las manos, Mario, más delicadas ¿Sabes qué, Regina? es esa pinche peluca, se ve muy falsa.
Sacas fotos del fondo sin Mario, de Mario sin el fondo y subes las luces, las bajas. Les pides a todos que se vayan. Necesitas ver las pruebas sólo con Regina. En la casa nos vemos, le das las llaves y lo despachas casi sin mirarlo. Miras las fotos en la computadora. Su mirada, sus ojos; esos ojos preciosos que te fascinan y que ahora necesitan ser un vehículo de tu búsqueda artística. Las manos no están mal -las del ángel son igual de grandes y toscas- nos falló el maquillaje, la peluca y que es demasiado varonil, lo demás está bien… Regina no dice nada, va a hacer unas pruebas en sepia y mañana siguen.
Cuando llegas a casa está recostado en tu cama, profundamente dormido con Boris sobre la panza y Diego junto a los pies; lo miras con ternura y lo acaricias hasta que despierta. Te mira de una manera extraña. Le ofreces de cenar y pones a calentar topers que hay en el refri con comida que evidentemente no hiciste tú. Durante la cena hablas de las fotos ¡qué difíciles! de la luz, el lente, el fotoshop, el negro y el sepia… Él no contesta nada, mira a su plato y a ti no. Después de un rato te cansas y le preguntas qué pasa. Insiste: nada, nada, pero como insistes más te dice que ya no quiere trabajar contigo. Se sintió incómodo, mal, extraño; como un objeto, nadie valoró lo que se estaba esforzando y después lo corriste sin darle siquiera un beso o decirle a qué hora ibas a llegar. Lo acaricias y besas, todo le dices que no es cierto, que no se sienta así, que perdón, no te diste cuenta y lo metes a la regadera donde cogen contra la pared. Sus manos, tus manos, resbalosas y mojadas; el viaje a todo lo ancho y largo de su cuerpo con las yemas, con la boca que lo besa y se lo come, lo aniquila y lo devora…
12. Todo
Sólo tienes que venir un par de horas al día. Estamos reestructurando todo y no hace falta que estés ahí todo el tiempo. Víctor está elaborando algunos cartones para dar volumen a la escenografía, la amiga de Regina se fue a buscar por toda la ciudad la peluca perfecta y por esta ocasión única, le pides a Rodrigo que haga las pruebas de maquillaje, él sabe más. Una hora al día, tras tu lente, tu amante transformado posa para ti y te enamoras, como siempre, de él que es tu obra y que poco a poco es menos él mismo para ser arcilla con la que esculpes algo, algo más grande que él y tú y las cogidas en la regadera. Todos están a tu alrededor pensando al unísono, girando en torno de tu proyecto que lentamente se convierte en el de cinco, diez, quince personas… Este es el proyecto, una vida has esperado para llevarlo a cabo con ese modelo perfecto, bello, delicado al que sí puedes llevarte a la cama ¿Será delito ser tan feliz?
13. Frente a frente
Verónica llega al restaurante acomodándose el pelo, la bolsa que se le resbala, los lentes de sol que hay que meter en su estuche. Te saluda con un “qué milagro, mujer” y sigue con el tradicional “cuéntamelo todo” Le hablas de las fotos, de Melancolía, de Durero (no puedes evitar el breviario cultural) de cómo pintaba paisajes en canastas del mercado para ganar un dinero, de su autorretrato y qué sentiste cuando viste el original por vez primera ¿Y Mario? Es adorable. El pobre está muy cansado; finalmente él nunca había hecho ese trabajo, pero se acostumbra y poco a poco vamos lográndolo. Te vas por las ramas, hablas del vestuario y eso te remite a una escena del Decamerón y eso a Pier Paolo y eso a tu obra, la obra. Hablas, hablas sin parar y sientes que mientras más te inflamas de emoción hablando de tus futuros triunfos, más se ausenta Verónica de la conversación. Pero ¿cómo van ustedes? Divino, tenemos sexo todos los días, es tan apasionado.. Creo que nos hemos acostado en todos los rincones de la casa, incluyendo las alacenas y los clósets –Ríen y levantan los cascos de cerveza- El mesero les pone enfrente dos fuentes rebosantes: la de pasta y la de ensalada y un trozo de bife término medio que se ve suculento. Te sientes carnívora hoy. Sonríen con complicidad y continúan la plática mientras se sirven ¿Y cómo se siente Mario en la casa? Bien, supongo, no se ha quejado de nada ¿Está buscando otro trabajo? No que yo sepa ¿Y qué opina de las fotos? No las ha visto todavía. Sujeta la botella en una mano y en la otra el tenedor, pero no come ni bebe, te está observando, tiene los ojos pequeños escrutando dentro de ti. Masticas, cortas, bebes, usas la servilleta de tela –doblada sobre tus rodillas- y te haces la loca ¿Qué? Te ríes. No hemos hablado mucho últimamente.
14. Insensible
Mario ha bajado de peso en estas dos semanas y media, te prometes llevarlo de compras cuando lo ves haciéndole un hoyo al cinturón con un tenedor de mango. También se ha dejado la melena, eso sí por petición tuya, está cada vez más angelical, listo para las fotos. Ya llamaste a todos tus conocidos, piensas presentar tu nuevo trabajo en el marco de una gran exposición retrospectiva, has hablado con algunos amigos de prensa, viejos clientes, publicistas y con tus contactos del ambiente gay. Todo va a ser maravilloso. Después una gira por el interior de la república, por centro y sudamérica, si te invitan…
Enfocas la cámara, se encienden las luces y comienza la acción, un primer disparo, su mirada lánguida en la lejanía, su cuerpo lampiño cubierto por una tela meticulosamente almidonada y retocada para los efectos visuales, las manos venosas y duras, la cara en reposo total y las cejas depiladas; es hermoso, un niño, un ángel; una criatura sin sexo que no te deja pensar en nada mas que eso. Llevas horas, todos sudan y se cansan. Hay que comer, hay que tomar un break, retocarlo y peinarlo otra vez. No haces caso: ya vas, ya vas, pero no has terminado. Lo deseas, tanto, quisieras desnudarlo ahí mismo y comerte su sexo caliente, su boca roja entreabierta húmeda de placer. Das una hora de descanso, pero no sales a comer. Le extiendes un billete de quinientos pesos y le pides que no deje pagar a Regina ni a Rodrigo. Te quedas en el estudio viendo las fotos en la computadora. Las acercas, las alejas, las recortas, las pintas y guardas todas las copias, los detalles para trabajarlos más tarde. Cuando llegan te encuentran clavada fumando y sin probar bocado de comida o agua. Te traje una ensalada. Le das un beso en la boca y la dejas a un lado sin tocarla. Ahora van otras, manos a la obra. El sudor está arruinando el efecto de la foto; regañas a Mario por haber comido carne y bebido alcohol antes de una sesión y aunque lo espolvorean de talco hasta en los calzones ya no están tan bien. Mañana seguimos -te insisten- y les dices que se vayan. Mario te abraza por la cintura, te pide que no te quedes que estén juntos un rato y te niegas más tajante que diplomática. Hay que trabajar.
15. Una oración
Te dan las doce de la noche en tu estudio. Picoteaste la ensalada para mermar la gastritis y sigues fumando. Mario te llama al celular y te pregunta que si ya vas, te dice con voz infantil que te extraña. Le contestas ni sabes qué, luego cuelgas y sigues en lo tuyo. Escuchas jazz 1080, hay un programa de medianoche que habla de Nat King Cole, tus discos están muy oídos todos.
Regresas a tu casa a las dos y media de la mañana, a las siete ya estás en la regadera ¡Hay que trabajar!
Suena el teléfono, es Hazel que quiere entrevistarte para su blog, después te hablan del canal 22, los rumores han empezado a correrse…
Mario se levanta ojeroso y de mal semblante, lo apresuras tanto que no tiene tiempo de bañarse. Las mejores fotos son las primeras (ojeroso, cansado) después le dices que se puede ir, tal vez ya bastan. La tarde está preciosa; tú seguramente llegarás muy tarde a casa, así que le sugieres que invite al cine a Rodrigo y le das trescientos pesos, un beso frío y un guiño falso.
No puedes esperar para verlas en la computadora. Regina está más emocionada que tú, el trabajo ha sido largo, pero vale. Algunas fotografías en sepia, otras en negro, otras a todo color: muy kitch, muy verdes, muy rosa mexicano, con unos fondos plateados… Hay una en particular que pinta para un clásico, aunque todas se parezcan, esa es la perfecta: No trae peluca y tiene los ojos entrecerrados; lánguido, soñoliento, andrógino, niño, con las manos tan posadas que parecen otras y la mirada perdida, su mirada.
Regina te felicita y tú a ella; hace mucho que no trabajaban así, tal vez nunca. Pides un par de chapatas y una botella de tinto y brindas por el éxito que viene por la escalera, ya le oyes los pasos.
16. Inocente, pobre amigo
Las semanas se despeñan rápidas: entrevistas, llamadas, invitaciones; no has tenido tiempo para nada. Mario gracias a Dios ha hecho amigos y no demanda de ti la atención que no puedes darle. Llamas a la prensa, te compras un vestido, de paso unos pantalones nuevos para él que está tan flaco; te tomas un cafecito estratégico con Don Alguien y le llamas a antiguos clientes, al corredor de arte, a los generosos amigos de papá. Te apareces por dos tres fiestas y luces radiante junto a tu joven amante con quien te dejas fotografiar, publicidad –querida- todo es publicidad.
Faltan dos semanas para tu gran día, te has pasado en la calle y tienes una cena importante. Hay que pasar a la imprenta a ver qué tal quedaron las invitaciones, esperas que bien porque ya están tarde… Llegas a tu casa, quieres cambiarte los zapatos porque ya te aprietan. Mario no está, lo llamas y llamas, pero no responde; abres la puerta de tu baño y ahí –en tu regadera de mosaico negro- escuchas a tu amante gemir de placer, el corazón te late a toda velocidad, hesitas por un instante, corres la portezuela de un golpe y los ves ahí desnudos, húmedos, entrelazados. Rodrigo habla palabras que no entiendes, sales del baño corriendo con la sangre agolpándose en tus sienes. Lloras, lloras, estás llorando y el rimel se te corre y te mancha la blusa de Cachemira. Rodrigo se va con el pelo mojado y la cara roja de vergüenza, Mario se arrodilla a tus pies y repite mentiras que no puedes creer.
17. No me vuelvo a enamorar
Le has pedido que se vaya, ya lleva dos noches fuera. Te la pasas sola en casa con los teléfonos apagados y sin ganas de salir. No puedes ver a la vida a la cara. Es gay, es gay, es gay y recuerdas sus modos y su sonrisa que todavía te gustan y te duele. Es gay ¡era tan obvio! Y te culpas de no haberte dado cuenta antes. Te emborrachas, ves películas, te das baños de tina, te dopas y duermes y recuerdas sus manos sobre tus caderas y su boca devorando tu sexo hambriento y te mueres ¡Es gay! Aparece ante tus ojos el segundo antes de que se dieran cuenta que los habías descubierto: Ellos, dos, tan jóvenes, tan perfectos; sin pelos, ni cicatrices, ni lunares, ni pecas, ni grasa corporal; tan bellos, tan asexuados, como el Adán de Miguel Ángel, juntos, felices, en el vértice del placer y te excitas, tienes ganas de matarlo, lo extrañas.
Lloras, lloras, estás llorando y muerdes la almohada llena de coraje porque esa imagen que te fascina vuelve a ti irremediablemente haciendo tuya esa culpa que no tenías... Ah, la culpa, esos cuerpos trémulos que trasgredieron todo para poder estar… No puedo, no puedo… Contra todo, contra ti, levantas la bocina y llamas. Necesito verte, ahora…
18. Secreto de amor
Maquillaje Pupa, perfume Givenchi y alhajas de Cartier, un traje sobrio, accesorios locos y un morral bordado a mano de Oaxaca. Pelo recién pintado rubio cenizo, ligeramente más obscuro que tu color natural. Una banda de jazz tocando en vivo, bocadillos griegos y mucho vino. La prensa llegó temprano y la gente justo a tiempo. Regina de la mano con la ayudante aquella del vestuario, Magda y Cristian, Elías, Joel… Muchos viejos amigos y otros nuevos, los amigos de tu padre con los Rólex en las muñecas y listos para comprar a la menor provocación, tu madre haciendo que le gusta tu trabajo y tu hermana que vino de Florida con los niños que se quedaron en casa con la niñera ¡Qué bárbara, es tu mejor trabajo! Rodrigo llegó muy guapo con un saco color mamey. Las etiquetas te alegran el alma: vendido, vendido, vendido. Verónica llega corriendo con el paraguas colgado en el brazo, te abraza y te dice al oído que de verdad eres perversa. Publicidad –querida- todo es publicidad. Te ríes con todos, te sientes realizada; tu mano sujeta la suya venosa, fuerte y divina y en tu índice hay un diamante, no importa que tú lo hayas pagado. Los flashes te deslumbran cuando se besan frente a tu foto. Te quiero Mario. Y yo. Se besan de nuevo y detrás de ustedes brilla único y perfecto el fotomural de dos jóvenes amantes teniendo sexo en la regadera.
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