Una niña pequeñísima, descolorida y extraña. Alguien sugirió que la acunó un girasol por muchos días y ahora más crecida tiene su hogar en un nido abandonado protegido por las hojas de un platanal. Resplandeciente de limpia, lavada por la lluvia. No se sabe si es cierto o fantasías. Se ignora de donde vino, como llegó allí o quién la trajo a ese lugar y vestida con una vaporosa túnica gris y plata.
Se comenta que la pequeña dejó su tristeza al final de una tarde en que los hermosos pensamientos, las perfumadas violetas, las enhiestas rosas de ese jardín gozaban de la fresca brisa charlando antes de dormir. El pensamiento de bello color azul comento: - Que el sol estuvo muy fuerte en el día. La violeta tímidamente replicó: - Sí, felizmente está refrescando, soy dichosa de compartir esta velada o más bien dicho esta lunada. Observen la belleza de cada uno a la luz de la luna. Y se movió a contemplarlos y esparció su aroma en el jardín.
Todas las flores se sorprendieron al oír un tintineo musical, era la voz de la niña, no era muda, claro que era tan pequeña que apenas sobrepasaba las matas de violetas, corría cuidadosa entre ellas y nunca dañó a ninguna flor, sus manos chiquitas acariciaban con suavidad a las flores estupefactas ante el espectáculo de alegría de la chiquitina que incluso se veía hermosa con sus mejillas encendidas. Le dieron acogida como si fuera una más del jardín, la encontraron graciosa y confiable sin dejar de ser un poco extraña y se alegraron que ella entendiera el lenguaje de las flores y más aún cuando les hizo saber que las quería y que podía contarles muchas cosas como: -Que la Luna que ellas miraban era una dama de plata y cristal y don Sol era de oro y fuego, separados recorrían el mundo, mirándose. Don Sol ama a doña Luna, no le envía flores, pero si rayos de luz, por eso ella brilla y se ve preciosa como niña recién bañada. Y un día hace muchos, pero muchos años se encontraron cerca y se miraron, felices se lanzaron besos y besitos. Doña Luna loca de alegría, con pasión desparramó en el cielo pequeñas flores de cristal, Estrellas se llaman las niñas y Luceros los niños y se pueden ver al anochecer cuando papá Sol se marcha al otro lado a trabajar y doña Luna los cuida cuando juegan en el jardín del cielo. Las flores se emocionaron, crecieron y perfumaron, y una rosa amarilla muy erguida y desdeñosa le preguntó:
-¿Cómo lo sabes?
La pequeña extendió sus brazos hacia arriba y movió sus manitas y replicó:- Lo sé. Soy el suspiro de una estrella al caer. Adiós...
Silvia Parra Baeza
|