Sus sospechas de aproximadamente un mes atrás se confirmaban: los cuchillos habían desaparecido. Del juego de seis que solían merodear el cajón de la mesada, repentinamente quedaron tres. Hasta esta noche fría, pensó que tal vez habían ido a parar a la basura entre cáscaras de fruta o en la caja de pizza que era el clásico de los sábados. Pero pocos días después volvieron a faltar dos, y luego uno más. Consultó a la señora que ayudaba en la limpieza, tratando de saber si los había retirado para alguna tarea, la mujer respondió que ella también había observado la desaparición de los cuchillos, aunque se desligó de cualquier responsabilidad.
Ahora Zoe apaga las luces y se retira al dormitorio, es muy tarde ya, necesita descansar, sin embargo, esa congoja acrecentada con el correr del día le juega muy en contra, va cediendo paso a algo muy parecido al terror. Allí, a oscuras, da vueltas en la cama tratando en vano de dormir. De pronto, un sonido a metal, proveniente del living, paraliza sus sentidos. Está segura de que no es coraje, sino una fuerza que la arranca de la cama como sonámbula y la lleva hacia el lugar de los ruidos.
Es verano y la luz de la calle entra mansa por la ventana, junto con una brisa que ondula el cortinado. Ese atisbo de luz hace refulgir los cuchillos ubicados sobre el piso de manera que a cualquiera podría parecerle simbólica. Alguien más está allí, puede escuchar un leve llanto, y aunque el miedo la conmina a retroceder, se acerca más.
La niña, de aproximadamente cinco años, juega con uno de los cuchillos, mejor dicho, lo manipula sobre el reverso de su antebrazo, cortando lentamente la piel hasta hacerla sangrar; al escuchar que la mujer se acerca, gira la cabeza y la mira, mitad de su rostro es iluminado por la pobre luz y el resto queda –como la habitación- en total oscuridad.
_Te acordás cuando esa tarde mamá dijo que se iba y que volvería enseguida? –dijo la niña-
Zoe, sin poder articular palabra, asiente con gesto ínfimo.
_ No volvió... Y vos lo sabías... Y durante años me dijiste que lo haría y yo te creí... Fue la primera vez que me abandonaste. Más que ella. Por qué me abandonaste?
Mientras habla, otro corte aumenta la lista en su pequeño brazo. Llora en silencio, lágrimas y sangre se mezclan en el piso.
Completamente incapaz de otra cosa, Zoe cubre su propio rostro con las manos, no quiere creer lo que está viviendo, parece otra pesadilla de tantas que asolan sus días.
Cuando por fin se decide a mirar nuevamente, la pequeña ha cambiado de posición y forma, ahora tendrá doce años.
_ Cuando papá murió, te quedaste con la abuela... Encerrada en esa casa, no querías salir, no tuviste amigas de esas en quien confiar, eras antipática, nadie te quería y vos decías que esa era tu forma de ser. Yo quería, necesitaba! reír, jugar, tener compañeras... Por qué me abandonaste? Con el siguiente corte, se transforma en una adolescente, Zoe no puede más que mirarla.
_ Seguiste ahí, como presa por propia voluntad... Del colegio a la casa, de la casa al colegio y nada más. Yo tenía tantas ganas de divertirme, bailar, estar con gente de mi edad... Pero vos decías que no necesitabas a nadie, que ya eras adulta y la vida te había hecho fuerte, valiente... Cobarde diría yo... Por qué me abandonaste?
Esa herida marca el comienzo de otras más profundas.
La joven no cesa en su monólogo, ya tendrá más de veinte años. Al final de cada frase, toma el cuchillo que precede y ejerce el rito de la sangre.
_Dejaste a Sebastián, el único chico que realmente te quiso, porque vos estabas muy ocupada con la facultad, no tenías tiempo para noviecitos mediocres... Por qué me abandonaste?
Así continúan reproches y heridas, hasta que ve como en un espejo, su misma fisonomía, edad, el camisón viejo que lleva puesto en ese momento.
_Ahora estás sola, triste como siempre, soberbia como siempre! Llorando –porque te veo- noche tras noche, con la cara pegada a la pared de los vecinos, escuchando las risas de sus hijos, las conversaciones de sobremesa, el fluir de una vida que no te pertenece y que envidiás con toda tu alma... Por qué te abandonaste, Zoe?
Fueron seis preguntas (dos no quiso ni siquiera escucharlas) salvajes, vejatorias, fatales, que supo disfrazar de solidez a medida que iban creándose en el acontecer de su vida y que ahora laceran la memoria. Seis preguntas como los seis cuchillos desaparecidos.
Mañana, Zoe despertará con la sensación de haber tenido la peor pesadilla, que atribuirá a esa congoja y al insomnio, pero después descubrirá las marcas en los brazos. Leerá letra por letra hasta formar la frase “por qué me abandonaste”, entonces sabrá que al menos algo fue real. Será necesario un buen tiempo para que cicatricen las heridas, pero mucho más para que las preguntas que causaron los cortes se borren del alma.
Todos los cuchillos estarán en el cajón de los cubiertos. Quizá nunca hayan salido de allí.
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