El complejo de Camilo
Me senté en la primera carpeta, mis nuevos compañeros me miraban, yo no articulaba ni una palabra. Al parecer yo les parecía extraño se iba llenando el salón, se saludaban, algunos ya se conocían desde la primaria. Estábamos iniciando un nuevo año, una nueva etapa en nuestras vidas; ya no éramos alumnitos de primaria sino de secundaria, ya dejábamos de ser hijitos de mamá, ya no utilizábamos pañales así nos decía nuestro profesor tutor y auxiliar Rosas.
—Hola, me puedo sentar— me preguntó un niño flaquito con un peinado cantinflesco
—Me llamo Alejandro— se presentó
—hola suy Jurge— me presenté, él era la primera persona con quien había intercambiado las primeras palabras en el colegio, tenía miedo de seguir hablando, miedo a que mis compañeritos se burlaran de mí, sentía de que no me iban a pasar en el colegio, mi español no era perfecto recién aún estaba aprendiendo esta lengua, yo desde de que nací hablé siempre el quechua, pero por cuestiones del destino tenía que aprender el castellano.
—Hola niños— saludó amablemente el primer profesor, enseñaba literatura, el curso que posteriormente me gustaría.
—Buenos días, profesor— en coro respondimos
—Niños yo soy el profesor Ramiro Turpo— terminó sonriente, era el más joven del colegio.
—Espero que nos llevemos muy bien, ahora voy a conocer a cada uno de ustedes— sonrió y se sentó, abrió un maletín negro nuevecito, sacó un fólder donde estaba la lista de primero “E”, mi salón. En mi colegio había hasta primero H. comenzó a llamar por lista mirando la cara a cada uno de nosotros.
—¿Camilo?— preguntó, al parecer ya lo conocía
—Presente, prosor— respondió balbuceando, no pronunciando bien la palabra, era un niño de color canela, cuando sonreía mostraba sus dientes amarillentos adornadito con pedacitos de perejil en las encías, no me cayó bien, pero por el apellido hasta podía ser un familiar lejano, se apellidaba igual que mi papá. El profesor iba conociéndonos y conversando, pasamos la primera hora hablando de algunos temas de literatura indígena.
***
Ya en el recreo,
—Hola Jorgicha—saludó cachacientamente, camilo.
—Hola— le dije
—¿Tú no eres de acá, no?—preguntó
—Nooo, por quí— le pregunté
—Porque las llamás son bien raras acá— terminó riéndose a boca en cuello, lo miré como queriendo desaparecerlo, se estaba burlando de mí
—Tranquilo cholito no te voy a hacer nada—acotó
—Por quí me molistas—le reproché
—Por eso, porque eres cholo, serrano, indio, motoso que deberías regresar a tu puna a comer tu chuño, tu mote, tu queso que te extrañan. Acá no hay lugar para ti, quién te dijo que eres bienvenido, los indios deben de largarse—. Renegó, se burló de mi castellano deforme, me sentía impotente, me cogí la cabeza y me fui lo dejé hablando solo.
En toda esa tarde, mañana y días estaba pensando en lo que me dijo, tenía miedo de seguir yendo al colegio, porque tenía que escuchar las estupideces de mi compañero.
***
Después de largos meses de abuso e insultos en mi contra, decidí enfrentar a mi verdugo.
—Hola cholito— saludó mostrando sus dientes amarillentos, y su sonrisa hipócrita.
—…— mi silencio hizo que siguiera preguntando.
—Habla pues, serrano, ¿qué tienes o te doy miedo?— terminó irónico. —¿Qué has tomado de desayuno?, seguro cebiche de llama por eso no puedes abrir la boca porque te apesta, ja ja ja ja ja—se reía sarcásticamente.
Lo miraba con desdeño, con odio y una furia acumulada en mi ser.
— ¿Oye, serrano, vas a contestar o no?— preguntó y me golpeó en la cabeza, mi furia iba aumentado.
—La canela, este cholo no habla, se me revela— se burló y me tiró un escupitajo en la cara, me paré rápidamente, le propiné un golpe al estilo chumbivilcano que impactó en el ojo izquierdo. Camilo no se lo esperaba, no esperaba mi reacción, se cogió el ojo, lloriqueó como mariquita. El auxiliar había espectado el acto.
— ¡Jorge, ya te vi!— gritó —¿Qué crees que estás en tu tierra para estar pegando a los compañeros?—preguntó
—No siñur auxiliar, haci ratu está mulistando pi Camilo— terminé balbuceando, nervioso. Quería llorar por la forma cómo me había hablado, echándome la culpa por mi reacción.
—Jorge mañana vienes con tu padre, por ahora no hay nada más que hablar—acotó.
***
Por los festejos del aniversario del colegio, el profesor Ramiro nos convocó para interpretar un número artístico; con Alejandro preparamos dos temas una de declamación y uno musical, la actuación nos salió bien, Camilo se moría de envidia, cada vez que pasaba por mi lado me empujaba, me quitaba mi helado. —vas a ver en la salida serrano— amenazaba.
En la puerta estaba parado con tres compañeros del salón, con aquellos que se creían también costeños de buena familia, posición económica y de mejor habla castellana.
Apresuré mis pasos sin dirigirle la mirada, avanzaba a paso ligero ellos me seguían por la avenida San Martín.
—Eh, cholito— me llamó Camilo. Seguía mi camino, el cuerpo se me debilitaba por los nervios, sentía miedo, recordé las enseñanzas de mi padre en el arte de pelear, recordaba los momentos cuando peleé en la plaza de “Hanq´uyo” por las fiestas de Takanakuy en Cumbivilcas, poco a poco iba tomando valor pero avanzaba más rápido, sin embargo me dieron alcance.
—Aguanta serranazo, adónde crees que vas—me agarró del cuello
—No molistes pi—balbuceé, se rio de mi castellano.
—Ahora me vas a pagar, aquí mismo, así es que párate de una vez, serranazo— me paré.
—suíltami sino quieris arripintirte—amenacé.
—Carambas el cholito se me revela, pero para hablar conmigo primero tienes que masticar bien el castellano— se burló.
—por último quí quiires—pregunté
— ¿Qué quiero?, quiero esto— me golpeó en el rostro, me tomé para aliviar el dolor, arremetió contra mí; me empujó, caí al suelo, me pateó; sus compañeros sólo miraban el acto, Camilo seguía golpeándome en suelo, sentía que el dolor me consumía, traté de tomar valor, cuando se aprestaba para darme un último golpe que tal vez pudiera hacerme desfallecer levanté el brazo izquierdo para detener el golpe y le propiné un potente derechazo, tomé valor cual caballero Carmelo; Camilo se detuvo, rápidamente me incorporé y me cuadré.
—Ah, cholito, te quieres enfrentar—habló. Empuñé las manos, tomé todas las fuerzas necesarias, me encomendé al cerro guardián de mi pueblo “Willcallama” y de un puntapié letal en los genitales hice rendir a mi verdugo, aumenté otra patada en la cara mientras él yacía agazapado tomándose el rostro, aún las fuerzas me acompañaban y aumenté otro golpe lleno de ira, pero ahora un puñete en las orejas hizo que dejara de cogerse la cara, me miró con unos ojos como queriendo explotar en llanto; yo, ya lo miraba rendido.
—istás perdido, camilito, no dices qui eres lu máximu, nigrito acomplejado— me burlé de mi enemigo derrotado, quería llorar, los párpados le saltaban, entonces para determinar y confirmar mi triunfo me abalancé contra él, le metí un cabezazo, gritó desesperadamente y cayó. Los perros ladraban y los lugareños miraban, lanzaban algunas palabras; sus compañeros me detuvieron sujetándome con firmeza.
—Ya, jorge, ganaste pues, vete ya — habló Villagra. Lo miré, cogí mi mochila del suelo eché a andar, cojeaba, me dolía el cuerpo entero; pero me sentía conforme con mi actitud, en silencio agradecí a Dios.
En el transcurso del año supe que camilo también había nacido en Chumbivilcas y se apellidada Márquez Cusihuaylla, su mamá era de origen Ilave. Los complejos de camilo habían llevado a tomar esa actitud. Después del incidente ya no lo volví a ver porque sus padres lo habían cambiado de colegio
Mayo 2008
Fidel Almirón
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