Libre, mujer, al fin del cautiverio
Y encadenada a la peor esclavitud:
La que se sirve de tus sufrimientos,
La que te compra la libertad
Para exhibirla al mundo.
Libre al fin, mujer de la selva,
Pero encadenada al boscaje emboscado,
Que se aprovecha de tu dolor
Para su vil beneficio:
Dominar el mundo.
Libre, mujer, libre al fin, para besar a tus hijos.
Libre para pensar, libre para limpiar
de sudor tu cuerpo.
Libre al fin para beber el agua,
Y comer el pan hasta cansarte.
Libre, mujer, por fin libre
Para sentirte mujer apreciando la caricia
en el lecho y en el pecho…
Para abrazar a tu hombre.
Libre para existir mujer, porque mujer naciste.
Libre para vivir tus momentos
a tu modo, sin conurbanos que molesten con sus ojos.
Libre al fin para soñarte en el jardín de tu casa,
Sin más testigos que el sol y la luna cuando sale,
Sin más temor que la sombra de la nube de tu cuerpo.
¡Libre, al fin, Ingrid, libre al fin!
Porque, aunque el camino se retorne difícil y tortuoso,
Tus ojos saben mirar, desbrozar la serpentina
de una ilusión en la selva, y marchar a paso firme,
con la esperanza clavada en un horizonte de paz
¡Libre, libre, libre, para ser tú, mujer, libre, Ingrid, siempre…!
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