Ahí estaba mi Madre
con la vista fija en el infinito,
los limpios cristales
no podían detener sus pensamientos,
parecía verlos esparcidos en la habitación.
Desde la oscuridad de la noche
yo me hacía un reproche
al ver su desesperación
nítida pero tranquila,
sus suspiros parecían canción.
Jamás me habría atrevido a interrumpirla,
ni a exhalar un suspiro mío
que le hubiese quebrado la quietud.
Ahí estaba mi Madre,
sentada en un sillón
frente a la ventana,
analizando sus problemas,
las cortinas corridas,
con las manos trémulas.
Las luces de la calle encendidas,
con poco brillo hasta ella llegan.
Podía ver la luna
que tras la montaña aparecía,
era como un gran disco de oro
que desde la habitación se veía,
las estrellas centelleantes,
por un momento me parecía
ver dos de aquellos diamantes
bajo sus pupilas.
Era un cuadro tierno, pero triste.
Me decía a mí mismo:
Está sufriendo ella
de la cual tu naciste.
Ve y ayúdale en su martirio,
búscale rosas y claveles,
violetas, jazmines y lirios.
Vístela de naturaleza
porque de ella está forjada,
corónala con estrellas,
ilumina su mirada.
Pero me quedaba siempre observándola
sin expresarle ni decirle nada.
Así pasé largo rato,
y cuando la luna se ocultaba
ella suspiró lárgamente,
se dio cuenta que yo estaba,
me refirió un sentimiento
con las palabras entrecortadas,
mas yo pleno de ternura
no me atreví a contestarle,
le dirigí una mirada
la que podría expresarle
lo que en palabras debí decirle
y en hechos presentarle.
Que quietud existía entonces
mientras ambos meditábamos.
Que dulce era sentirla cerca
y que grande lo que ganábamos:
Yo, más que un cariño de Madre,
una sincera amistad,
unos consejos tan sabios,
todo un mundo de verdad.
Mi Madre estaba conmigo,
ante nosotros la ventana.
Parpadeaban las luces exteriores
y los cristales se empañaban,
las cortinas ondulaban,
de dulce emoción me embargaba.
Yo parado junto a ella,
ella en un sillón sentada.
Y ya no decíamos palabra
sólo mirábamos la noche,
la ventana parecía llorar
sólo quietud, ni ruido, ni boche.
Ninguno se atrevía a hablar.
Era bello y nostálgico
mas yo parecía clamar
que aquel fuera un momento mágico
y no la entera realidad.
Cuando de pronto ella me dice:
Hijo, ¿Qué no vas a salir?.
Ve y diviértete mucho
que yo estoy hecha para sufrir.
Esas palabras que aún escucho,
y de su corazón, el latir.
Quedaba mi Madre sola,
como sola pasaba siempre.
Esta vez yo la acompañé
en uno de esos pasajes
que la vida le hacía presente,
la habitación semioscura,
de negros sus encajes.
Abrí la puerta con calma
tratando de no hacer ruido.
Dejaba a mi Madre sola
entre los seres el más querido.
Ahí quedaba mi Madre
con la Noche y la Ventana,
yo ya la había dejado,
no la vería hasta mañana.
1975.
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