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“No huyas, el tiempo está dentro de ti.”
Tonycarso


A Laurita y Magari

SINDROME DEL TIEMPO

La suela de su zapato derecho estaba a punto de asentarse sobre la superficie del pavimento de la gran avenida, cuando su semáforo privado le alertaba un cambio en sus cálculos. Muy adicto a ellos. Se le había hecho una constante adelantarse a los hechos, y también al mismo tiempo. Los realizaba por medio del razonamiento basado en sus propias experiencias y en alguno que otro supuesto. Quedó estático al borde de la acera.
Recién apenas el amarillo superaba al verde… Y aquel colectivo transportando pasajeros, avanzaba casi pegado al cordón de la vereda, sin disminuir la velocidad como él lo había previsto -frenando frente a la franja peatonal que demarcaba el inicio del cruce de aquella avenida con la calle angosta, justo cuando la señal roja iniciaba su apogeo-; pero no, aceleró contra toda ecuación en la que estuviese involucrada la lógica… Como si el tiempo lo estuviese persiguiendo o él persiguiese al tiempo.
Avanzar, no detenerse. Hacerlo era quedar.
¿Más importante era lo porvenir?... Claro, tiene el dulce sabor de lo desconocido, misterioso y esperanzado. Lo que queda atrás, se supone ya sabido, pero sin darnos cuenta dejamos infinidad de puertas ignoradas o cerradas y nos alejamos presurosos sin tomar conocimiento de lo que habita tras ellas.
Avanzar es la consigna... ¿La determinación?... ¡Del chofer! Los pasajeros cansados, ensoñados, dormidos o simplemente despiertos en un viaje nocturno. Inconsultos, iban rumbo, a sus destinos.
- ‘¿Destino?’ -Se dijo el hombre inquieto sobre la acera-... ‘¿Cuál destino?... ¿El que regía por intermedio de aquel conductor prisionero de una actitud egoísta e irresponsable?’
Las 21:30' aseguraba el campanario de la Basílica. Tenía tiempo y de sobra; pero su reloj interno le apuraba el ritmo sin advertirlo y sentía la necesidad de llegar rápidamente. Le restaban tres cuadras para cumplir su cometido. Tampoco él escapaba al torbellino de aquella obsesión.
El colectivo no aminoró la marcha. Corría la carrera absurda contra el tiempo anteponiendo la excusa de un semáforo, y pisaba la franja blanca peatonal cuando el rojo gritaba su alerta a la cordura y la sensatez, al tiempo que surgía como traído de otra dimensión, aquel bólido de metal y carne desde el lado opuesto sobre la parte central de la avenida y en la misma dirección. Él también corría al tiempo. Para él también sería mejor el tiempo por delante que el que lo perseguía.
El tiempo… tesoro preciado que todos buscan de cualquier manera.
- ‘¿Ganar luz verde en el próximo cruce?... Descartado. También pintaba rojo en sus señales... ¿Entonces?... El tiempo. Sí, el tiempo y la intolerancia: ésa era la respuesta.’
No se alcanzó a ver el rostro de su conductor, pero el hombre desde su lugar sobre la acera, lo supuso contraído, porque escapaba al tiempo de atrás, aquél que lo podía detener. Se adelantó al colectivo obligándolo a una brusca frenada en un giro imprevisto del volante hacía la derecha por delante de su trompa, para retomar la calle angosta que hacía cruz con la gran avenida.
Las 21:30’ y las campanadas de la torre de la Basílica continuaban confirmando aquella hora.
Todos dejaban la sensación que apuraban sus pasos para ganar tiempo, para no perderlo, sin pensar que lo que debe venir, vendrá… Siempre habrá un después.
El hombre observaba quieto y expectante con su tiempo detenido al borde de la vereda. Mientras las huellas del automóvil quedaban marcadas, muy a pesar de su chofer, como un señuelo en el pavimento y su chirrido servía de corolario al último son de aquellos bronces.
El colectivo siguió su marcha, regulando ahora su velocidad.
El golpe fue seco y un sordo estampido estremeció su cuerpo.
El hombre continuó con aquel movimiento interrumpido iniciando el cruce de la gran avenida. Sus pasos ahora lentos. Comprendía que su tiempo, sea cual fuese, sería eterno mientras tuviese energía en su cuerpo. Sus pies en el piso, pero el alma se le había disparado y sus sentidos quedaron atrás.
El volquete donde arrojara el envoltorio de las galletitas consumidas, había dado un brinco sobre la vereda y amontonado sobre él, simulando un abrazo indefinido y póstumo, los restos del automóvil. El chofer, al que no logró verle el rostro, al fin había sido alcanzado por el gélido tiempo detenido… Y sin él saberlo.
Quedó con sus brazos extendidos intentando alcanzar el tiempo de adelante... escapando al de atrás.


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tonycarso@yahoo.com

Texto agregado el 05-07-2008, y leído por 119 visitantes. (1 voto)


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