“El sol grita su luz... Y nosotros la ignoramos sumergiéndonos en la oscuridad de la noche.”
Tonycarso
A Magari
¿Y AHORA?... ¡QUÉ!
- “El tiempo se nos viene encima. La noche nos pisa el Alma y el mundo se halla inmerso en la oscuridad”…
Tales eran los pensamientos de aquel guerrero cansado, agobiado por las inclemencias de las confrontaciones en batallas con seres como él. Seres que defendían sin conocimientos de lucha, lo poco que poseían: sus pequeñas pertenencias, sus familias, sus causas, sus motivos por conservar la Vida, y que en su mayoría eran avasallados por el poder organizado del hombre ambicioso y despótico.
Él había sucumbido cuando joven a los hechizos de la empuñadura de plata y oro de la que sería su espada. Ella en sus manos era conducida como ninguna. Todos murmuraban la posibilidad de una energía propia que regía los destinos de otras vidas con tamaña destreza… Y por el sendero del corte exacto a la altura del cuello, dejaba un torso huérfano, sin cabeza, sin brazos, o sin piernas, despedazando en un vaivén de armoniosos movimientos, un cuerpo que caía lentamente sin vida, mientras de él se alejaba la sangre y su alma se desvanecía en un infinito de niebla y polvo, cargado de historias apagadas.
Agotado, angustiado, abatido en los constantes desafíos con sangrientos desenlaces en enfrentamientos propios de quien depende de sus armas, provistas por un ejército de conquistas, para combatir ideas y bienes ajenos, considerados impropios por el poderoso. Cansado de manchar la tierra y su cuerpo con el fluir de la sangre y presenciar despojos como alimento de alimañas y aves de rapiña, aplastó el polvo del camino con sus rodillas descubiertas, dejó las manos apoyadas en la empuñadura gastada de su espada clavada en la tierra e intentó ocultar entre ellas su curtido rostro inundado por las lágrimas, de aquella luna curiosa que a toda costa quería saber de su dolor.
Suplicó perdón a la Vida por su pobreza en un delgado hilo de voz lastimera desde lo más profundo de su garganta seca, con ansias de redimirse mientras que por las cuencas de sus ojos brillosos pasaban las imágenes de la última cruenta batalla. Todo un pueblo había sucumbido ante su espada y la de sus compañeros.
Con furia irguió su cuerpo. Tensó las fibras de cada músculo y se encaminó resuelto hacía el borde del acantilado; con un grito desgarrador que nació de toda una vida cargada de muertos, arrojó su espada y tras ella, su cuerpo inició el descenso vertiginoso que lo llevaría por el sendero de la oscura eternidad.
… Y en aquel silbar del viento en sus oídos, con una mirada vacía de tiempos, se pregunto…
- ¿Y ahora?… ¡Qué!
Un golpe seco se propagó en eco y penetró en el corazón de la Tierra; fue entonces que el guerrero se perdió en las sombras de una noche sin ambiciones ni dueños.
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