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Al despertar, todo a mi alrededor era una oscuridad tan palpable que parecía adherirse a mi cuerpo como una segunda piel. Con los ojos muy abiertos pero sin ver nada supe al instante que esa no era mi cama y al estirar el brazo no hallé el reloj digital sobre la mesa de noche. Ni siquiera existía la mesa de noche.
Fue un ligero escalofrío la forma como empezó el terror a invadir mi conciencia.
No supe como y en que momento aparecí sentado en el borde de la cama. Busqué a tientas el piso con los pies desnudos y a cambio de las ásperas baldosas sólo hallé un inmenso vacío. Recogí mis piernas temiendo lo peor y rodeándolas con todas las fuerzas de mis brazos apreté fuerte, muy fuerte y sentí que no sólo la oscuridad me aterraba sino también esa soledad tan absoluta.
Algo rozó mi espalda durante unos segundos arrastrando a mi memoria monstruos peliculeros que me causaban pánico de niño. Pensé, a modo de consuelo, que no era físicamente posible que ocurriera lo que estaba pasando. Nadie aparecía como por arte de magia en un lugar desconocido sintiendo cosas moverse a su alrededor sin que eso fuera producto de un sueño. Porque, pensé convencido, todo aquello era sólo un sueño, un maldito mal sueño.
Todo mi cuerpo se tensó luego de agitarse suavemente el aire alrededor de mi cabeza como esperando un zarpazo mortal y definitivo a mi angustia. Ahora yacía de espaldas completamente rígido, tratando de reducir mi masa muscular hasta el tamaño de un grano de arena con el estúpido deseo de hacerme invisible.
Sentí algo tan pesado sobre mi pecho que respirar se hacia imposible. Intenté moverme, incorporarme, saltar, revolcarme ó lo que fuera que permitiera a mi cuerpo mover el más pequeño músculo.
Sólo el miedo era lo único que podía moverse al interior de mi cerebro. No sabía si mis ojos tenían movimiento en aquella oscuridad. Quería gritar y mi lengua no se movió de su sitio. Ni siquiera un sonido brotó de mi garganta.
La falta de aire quería explotar las venas de mis sienes y cuello y cuando ya empezaba a perder el sentido una inmensa bocanada de aire entró en mis pulmones y el eco de mi propio grito retumbó en mis oídos.
Desperté.
Supe al instante, sin verla, que esa era mi cama. Alargué el brazo para tomar el reloj digital, pero no lo hallé. Busqué a tientas la mesa de noche pero ésta tampoco se hallaba. Ni siquiera el piso de ásperas baldosas existía.
Sólo existía la oscuridad y la más absoluta soledad.
Desperté.
Respiré aliviado de saber que solamente era un mal sueño.
Alargué el brazo para tomar el reloj digital pero……

Texto agregado el 05-07-2008, y leído por 78 visitantes. (0 votos)


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