La locura (Tercer pedazo)
Es un mundo oscuro, frió y nuboso.
Cientos de hombres transitan calles y aceras sucias, ajenos
completamente a sus conciencias, abandonados a su único espacio propio; el lugar aquel donde se gesta el vago reflejo que solo
representa un siguiente paso a su andar cansino.
Caminan taciturnos, derruidos acaso por el amargo gusto y dejo a tristeza de los avatares de su existencia.
El ambiente en rededor se hace cautivo de niebla espesa y blanquecina que mana informe de grietas y rajas a lo largo de un pavimento venido a menos, mientras en el aire revolotean caprichosas
ciertas aves haciendo intermitente en el suelo la luz de los faros viejos, espolvoreando sobre la gente grises polvos desprendidos de su piel; polvos cargados de males y pesares.
Hay por todos lados contenedores de desperdicios exhalando constantemente su hálito fétido y llenando el ambiente de olores pútridos que pasean en la brisa característica de las noches sin estrellas de este lugar.
Un estruendo se deja escuchar en el cielo y retumba en el piso haciendo vibrar el agua en charcos nacidos de alcantarillas y hoyos sépticos en rebalse.
Una luz incandescente acompaña el fuerte ruido y nace por unos segundos una imagen clara pero completamente inmóvil de los caminantes. Lucen petrificados mientras dura el brillo y recuperan
movimiento cuando el destello ha desaparecido.
La tenue luz amarillenta de los faroles no basta para distinguir una figura de una esquina a otra en las calles, pero es suficiente para hacer rutilar en rojo sangre las pupilas de un felino que, en el techo de una casa, ha dejado dibujarse su silueta al trasluz de un foco metros más atrás.
Contempla impasible el cuadro bajo sus ojos, paseando con la mirada todo cuanto tiene el perímetro.
Ha detenido unos segundos sus ojos en mí, y emitiendo un ronco y prolongado maullido ha cruzado la calle de un salto; de un tejado al
otro para perderse definitivamente en la oscuridad absorbente.
El frió recrudece en una ventisca que recorre la calle levantando papeles y bolsas plásticas, trayendo polvo de algún lugar calle arriba.
Las ropas se pegan al cuerpo y parecen húmedas, y las manos se entumecen al igual que los pies, se hace pesado al caminar, costoso el movimiento; languidez y desconcierto a cada paso.
He quedado involuntariamente en medio de la calle y algo me impulsa a caminar en sentido contrario al andar de los caminantes, que ahora se dejan ver más altos y espigados.
El cuadro en frente mío se asemeja ahora a un bosque muerto de pinos, sin ramas y sin hojas. Un bosque que en extraña dinámica va cambiando su forma con el lento desplazamiento de sus árboles
desnudos, hasta convertirse en un remolino perfecto cuyo centro muere en mis pies.
El ambiente se hace gélido. El frió se deja sentir en mis manos y poco a poco en mis brazos, pero un calor intenso brota de mis ojos y va pintando el escenario de anaranjado pálido.
Lluvia negra ha empezado ha desprenderse de unas nubes a muy pocos metros del suelo, y cada gota, al caer, va trazando finas y oscuras líneas que permanecen varios segundos en el aire y se dejan ver como
saetas clavadas en el piso. Cientos o miles de ellas han hecho denso el ambiente. Otra vez.
Casi involuntariamente he comenzado a correr sin rumbo fijo, destrozando con mi cuerpo esas largas agujas que como cristales débiles que quiebran y se pulverizan al llegar al suelo.
Atrás de mi queda una estela clara, semejante a la de un cometa zigzajeante que va desvaneciéndose muy lentamente.
Se me antoja haber cerrado los ojos muy a pesar de tener en frente mío un panorama bastante claro; es como si mis parpados fueran ahora
tan finos y delgados que hasta el más tenue destello de luz podría atravesarlos.
He quedado completamente agotado. Mis piernas ya no desean trasladar mi cuerpo; ni siquiera sostenerlo; pero ha sido en el momento preciso pues ahora me encuentro al fin lejos de todo. Y todo es y está vació.
Arrastro mis pies por el suelo dejando surcos en líneas paralelas.
Adelante diviso un punto en extraña perspectiva y entiendo que no existe distancia mínima entre aquello y yo. Es imposible trazar una línea recta entre nosotros; lo sé por que a cada paso que impulso en dirección a ese lugar, la figura se desplaza perpendicularmente a la
izquierda, y entonces voy dibujando en el suelo una línea exponencial que deja de ser surco para convertirse en grieta; al mirar atrás, observo la creación del vacío, y ese vacío converge
inquietamente en mis pies al aumentarse la distancia de esta.
El piso se ha partido; se abre y solo deja nada.
Decido no perder el objetivo y al continuar avanzando la figura comienza a distinguirse. Es una forma humana sentada en una piedra.
Veo con sorpresa que aquella silueta es sólo un esqueleto con el cráneo cubierto por una tela negra. En sus manos se distingue una hoja de papel, y sospecho de alguna manera que en ella encontraré la formula, esa respuesta; la ruta de escape.
Casi sin aliento llego al pie de esa frágil estructura ósea y una helada tormenta de pavor me petrifica cuando tomo la hoja y encuentro en ella nada más… que estas mismas letras.
Randy Jordan Almaraz
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