A la par de la cama tu silueta decrecía en espíritu como una masa informe de silencios y verdades que hacían mi vida aún más dolorosa. Hoy era uno de esos días en que el desencanto de tenerte volvía a superar mi amor por ti. Bajé mis párpados en una mirada introspectiva, alejada de tu sombra ejecutora, para escuchar tus labios:
- ¿Estás bien Lucrecia? - preguntaste afligido
- Sí, Mariano, sólo descansando - dije con el rostro al borde de las lágrimas
Él giró su cuerpo dejando caer una mejilla sobre mi hombro mientras que con su mejor perfil me recorría hasta el hartazgo, desbocado, inútil. Cuando se cansó de manejar los labios y las lenguas, mis ojos aún permanecían allí, fijos, distantes, entreabiertos a la pena. Entonces sus palabras comenzaron a dañar con punzantes picotazos:
- Volviste con él ¿Verdad?
- No, Mariano, no he vuelto con nadie
- Yo sí lo hice con mi amante - enunció, recorriendo los etéreos e incansables barrotes de la cama
- Bueno, ya era hora que lo hicieras - susurré imaginando su figura sudorosa subiendo y bajando de ese cuerpo adolescente
- ¿No te molesta verdad? - insistió él hurgando en la metamorfosis de mi soledad
- Ya no - esbocé junto a un último suspiro insoslayable
- Es que la pasión nos atormenta día a día - murmuró dejando ver su ardor trepando por la piel
- ¿La pasión? - respondí sonriendo inmersa en una pesadilla sin retorno
- Sí, no tiene discusión, es inimaginable - acotó con su adrenalina expuesta entre los poros
- Entonces aún estás vivo - susurré irónicamente tratando de recuperarme
- Para ella siempre lo he estado - prosiguió hundiendo sus filosas garras dentro de mi vientre
Después, las horas se fugaron bajo una ráfaga de hastío y locura que nunca me habían abandonado. Tras las paredes, yacíamos paralelos en una misma habitación entre el eco de las infinitas quejas cotidianas, imaginarios, agresivos, hasta que su voz me volvió a interrumpir:
- Lucre, ¿Tomaste los antidepresivos? - preguntó ronco y preocupado antes de dormir
- Aún no, esperaba que me los trajeras - susurré bajo estos párpados inhabitados, antes de entrar en un sueño doloroso de diálogos imaginarios.
Ana Cecilia.
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