En la puerta había una inscripción que decía: "Gran soirée clandestina"... Confieso que estaba turbado, mi cuerpo se arrastraba como un vehículo semiautomático. Sobre mi pecho, un colmillo tornasolado se clavaba sin piedad, abrasando mi carne, no sin vacuidad conceptual. Creí que la soledad me estaba aburriendo y alienando. En reiteradas ocasiones se siente, pero cada ocasión es perniciosamente única, voraz; como si me pulverizaran las emociones, como si la catalepsia de lo absurdo me embargase, y fuera un corpúsculo insignificante, que, ante el desamparo recobra su condición de plenitud individual.

Todo era incógnita. Mi voluntad era la llave, la puerta se abrió, el mensaje operaba como filamento orientativo, heraldo de un lenguaje mágico, bordeando la superación de niveles paradójicos del entendimiento; burbujas oníricas flotaban, hay infinidad de formas, la desnudez lame el summum del apasionamiento.

En este opiáceo tembladeral, elefantes enroscan sus trompas hacia la frontera hipnótica entre la aurora y el crepúsculo, describiendo las formas de un narguile oriental. Caracoles olímpicos escupen tiernos sonidos; en el pergamino del viento léense entre líneas finos halos opalinos, que discurren delicuescentes por entre mis dedos...

La narración transcurre, como raptos de armónicas epilepsias, los pies se inmortalizan en un collage en que todo da preeminencia a lo efímero. Arden pebeteros, arden desde un limbo soporífero, no hay siguiente estación, el recorrido es serpenteante, ¡es orgásmico! Danzan cual huríes insurgentes, balanceando sus pubéreos recovecos, danzan singularizándose a través de rictus celestiales, de harenes panteístas. Es alguien que de un misterioso zodíaco proviene, que desprovista de galas, o cubierta de zarcillos, ajorcas, aros, faldas turquesas, corpiños etéreos, simboliza con vitalidad la Belleza, y trasunta las áureas lujurias. Antes de ingresar aquí, la belleza era como un haz centrífugo de gotas minúsculas, que se diluían ante el mero intento de rozarlas. Aquí todo es distinto.

Las Neurastenia me conmueve, lenta, deletérea; es agradable la sensación. Y ahora, a ti, curioso laberinto. A ti, mujer de nacarados pies, que duermes en un vaivén de respiraciones barrocas.

Me olvido de los ghettos astrosos, de mis paños de melancolía, y te expreso, que desde que me he intersectado con tu esencia, te amo. Di, ¿me ves? Te digo que, te brindaré un abrazo candente, que nos alzaremos como una explosiva quimera hacia el dominio exponencial de nuestros besos, consumiéndonos en la exótica idealidad.

Arriba el colofón, mas no declina el éxtasis; derramando fuentes de placer, sorbo con un poco de altivez tus evanescencias sudorosas; ¡destruirás iracundos abismos!

Eyaculo sobre tu blasón de aguamarina, regándote con el furor de mi savia, hija de las sinfonías de Orfeo, preñada de Vida en cada gota.