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SINCERIDAD

Le costó mucho trabajo decidirse a participar en aquel sitio virtual. Cuando conoció la excelencia de la red se maravilló de las bondades de esta tecnología, sin embargo, nunca dejó de lado aquel resquemor causado por el anonimato detrás de la pantalla. A insistencia de un buen amigo—quien le conocía parte de su producción literaria ocultada con tanto celo— pues sólo la mostraba a personas dignas de gran afecto. Por fin se decidió a suscribirse en un sitio recomendado como serio y confiable; la intención fue al principio, aprender y confrontar sus cuentos y poesías con autores noveles como él, reconoció tiempo después, cuando los comentarios le empezaron a resultar favorables, haber algo o mucho de vanidad para tomado aquella decisión.

Para empezar, en la página literaria le pidieron sus datos personales, luego escoger un seudónimo, ya empezamos con ocultamientos tortuosos, ¡tan bonito que es mi nombre! y tantas discusiones que le significó a mis padres asignármelo —se dijo—. A regañadientes seleccionó un seudónimo al menos algo representativo de su personalidad.

Empezó a interactuar en aquel sitio con ánimo medroso; como era organizado y desconfiado, primero leyó y observó cómo se manejaban en la página, luego se impuso ciertas reglas de conducta producto de lo observado. Decidió no comentar, ni calificar estilo, técnica literaria ni mucho menos ortografía, porque calificar significa juzgar, él lo sabía, para juzgar es necesario tener suficientes conocimientos de la materia en cuestión, porque dar un juicio de valor sin conocer los parámetros para hacerlo, lo menos que puede suceder es pasar por un tonto y él, a lo mejor era un tonto, pero no quería evidenciarlo tan pronto.

También se propuso ser honesto siempre con sus comentarios, porque ofende lo mismo una lisonja o una ofensa cuando son inmerecidas. Si un texto rebasaba su capacidad de comentario por su excelsa calidad, por carecer totalmente de ésta o no entenderlo por su extravagancia… ¡Mejor no comentarlo! Afortunadamente aquel sitio le daba un conducto para comunicarse con los demás participantes en privado y darle algún punto de vista, siempre en un plan respetuoso.

Bien pronto quedó atrapado en la vorágine literaria de aquella página, en donde los cuentos, las reflexiones, los relatos y los poemas iban y venían como las olas embravecidas de un mar más que azul; buscaba como el sediento busca el agua para mitigar su sed —en este caso literaria— los textos de aquellos autores en los que reconocía una gran calidad; leía con ternura y paciencia los trabajos publicados por escritores jóvenes, a éstos les otorgaba buenos comentarios, pues el esfuerzo y el atreverse a publicarlos era suficiente para merecerlas, cuidando mucho la forma y el fondo en sus comentarios, sin pretender ser condescendiente o paternalista con ellos y evitando siempre treparse en la pasarela de las vanidades, intentando saberlo todo y aconsejarles con descaro agresivo: “quítale ese verso”, “cámbiale el final, es muy extenso, debiste hacerlo más corto”, etc., lo que menos necesitan estos escritores noveles son comentarios llenos de soberbia, mejor brindarles palabras de aliento, ya la práctica hará al maestro.

Conocía por experiencia propia los sentimientos y motivos de inspiración de un autor cuando redacta un texto, entendía también que cada obra es como un hijo para todo escritor, quien escribe siempre estará renuente a cambiar por indicaciones de otro algo de su texto; por ello evitaba ser soberbio, ni siquiera lo hacía con aquellos desesperados por no ser leídos y comentados quienes piden ser visitados y criticados, exigiendo incluso, dureza en la crítica. ¡Caray!, a ningún padre le gusta escuchar de un desconocido y en público lo feo o deforme de su hijo. También leía con agrado fraternal los trabajos de aquellos y aquellas con quienes se iba fincando en el trato de leerse una incipiente amistad, por supuesto cuidando de no caer en el amiguismo y engañar al autor con halagos exagerados y fuera de lugar.

En este contexto la conoció, se leían y comentaban con frecuencia; nació entre ellos una admiración recíproca como aprendices de escritor, luego vinieron los detalles personales para después pasar a las confidencias hasta llegar a los tanteos e insinuaciones amorosas. Él se dejó llevar por lo novedoso de la situación, su intelecto y hasta su sentido común le gritaban no estaba haciendo bien, pero como arrastraba desde la infancia un complejo por su gran fealdad, se le hacía extremadamente difícil relacionarse sentimentalmente con las mujeres; entonces aprovechó el anonimato virtual de la red y dio rienda suelta a sus sentimientos contenidos. Entonces se cachondeaban, se decían y hacían tantos arrumacos y caricias a través de la pantalla que el @ se arrobaba con tantas cosas lindas que se escribían.

Extrañamente omitieron, sin mencionar siquiera, la acostumbrada fotografía entre cibernautas, para el cuentero fue un alivio que no se la solicitara, en cuanto a ella nunca lo supo, pues como se dijo antes, ni la mencionaron. Uno y otra fueron dándole largas al necesario encuentro personal, varias veces concertaron una cita y por una u otra razón terminaba postergada. En ocasiones ella exigía el encuentro, en otras él lo proponía, para luego cada cual esgrimir algún pretexto para cancelarlo.

La situación llegó a ser insostenible, entonces el escritor con el corazón contrito por la pena le escribió a su amada en la página donde se relacionaron un texto de despedida merecedor de algunos comentarios los cuales resultaron dolorosos para el escritor porque los comentaristas sólo escribieron por salir del paso o por hacerse notar, sin intuir siquiera el gran dolor del colega al escribir aquella misiva:

— “Me parece que le faltó intensidad al segundo párrafo” —
— “jajajaja que lindo—
—Me idéntifico con ella, gracias por compartir—
— “Cuando se ama, se ama jeje” —
— “Todo está muy bien, sólo te faltó una tilde en corazon, no lo crees así” —
—“Búscate otra compadre” —
— “Yo le cambiaba el final y me quedaba con ella”… le escribieron.

Cuando el escritor terminó de leer el último comentario de ese día, cerró para siempre en su computadora aquella página, pensando que al partir el mundo literario no perdía gran cosa, finalmente ahí quedaban esos comentaristas para dar lustre a las letras universales. En la soledad de su estudio dejó al llanto brotar incontenible, no se avergonzó porque un hombre cuando llora por causa de amor, no es un acto de debilidad, es reconocer cuanto duele la ausencia del ser amado. En otra ciudad a gran distancia de ahí, otro ordenador se apagaba y la pantalla sólo reflejaba el rostro de una mujer anegada en llanto, diciendo:

—¡Mi gran amor!, ¡Mi amante virtual!, ¡Si al menos hubiera tenido el valor de decirte lo fea que soy!—


Jesús Octavio Contreras Severiano.
Sagitarion.

Texto agregado el 01-07-2008, y leído por 1091 visitantes. (18 votos)


Lectores Opinan
30-01-2015 me encanto hermosa ***** monisara
18-12-2014 Sin tanta lisonja, me ha gustado muchisimo! efelisa
16-05-2014 *****Se identifica uno en muchas etapas, tal vez sobre todo por la familiaridad con que lo describes. Solo_Agua
24-09-2013 Aunque imagino es solo una historia,pienso que ambos se negaron la posibilidad de ser felices. No se ama un rostro,por este medio puede llegar a existir un amor inmenso que une las almas y que por supuesto lo demás deja de ser importante****** Me gustó mucho Victoria 6236013
12-07-2012 Y como se mide la belleza? Y quien es bello según cuales parámetros de moda ? efelisa
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