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Darinel

Recorto monos de papel, cadenas de niños que se toman de las manos; leo, leo y no sé lo que leo porque mis ojos se distraen con los monos de papel y mi mente divaga en textos que leí en el pasado y cosas que planeo escribir. Pienso en las metamorfosis, en el hombre que se convirtió en calabaza y su relación con la calabaza que se convirtió en carroza para llevar a una sirvienta a un baile... Sirvienta, que horrible palabra; se debería decir sirviente ya que el masculino no se dice sirviento. Pienso en mariposas de humo y en las mil y una noches que he llorado pensando en el amor que nunca llega. Suena el reloj del pasillo, vibra la ventana al contacto con el aire, mis pies se han congelado y yo leo, leo, leo, sin saber que estoy leyendo.
Empieza a llover y mi contemplación toma una razón nueva; el agua se suicida estrellándose contra mi ventana una y otra vez, lo hace a propósito, lo sé, lo siento. Un trueno me saca de mis meditaciones, tiemblo un poco y me doy cuenta de que estoy helada, helada y seca, que ya es de noche y que debo de llevar por lo menos seis o siete horas ahí ¡como se pasa el tiempo! Piramidal funesta, piramidal funesta ¡que espantoso es que se te pegue un verso en la cabeza! tomo papel y escribo:

Piramidal funesta
de la tierra nacida sombra,
nacida aire, nacida mar,
nacida y muerta
en un mismo instante
tan sólo para morir,
para morir y callar...

No sé que significa esto, no sé nada. De pronto suena el teléfono; es el amor que llama (el amor es una fuerza destructora), mas presiento que no es él y eso me está matando.
-Bueno. -Nadie responde- ¿Bueno?
Del otro lado alguien parece reír y cuelga ¿Será el amor? lo dudo, sólo imagino.
Me siento en la computadora a jugar mil solitarios y juego apuestas con el destino: Si pierdo nunca iré a Rusia, si gano moriré joven.. En la grabadora suena 'Viva mi desgracia' en una selección instrumental.
Algo se cayó en la cocina rompiendo el silencio acompasado del vals.
-¡Que demonios! -murmuré, corrí a ver que había pasado. La ventana estaba abierta, el agua había inundado la cocina, cerré la ventana y trapeé de mala voluntad, en eso escuché un sonidillo extraño tras de mí, leve como un rasguño, totalmente ajeno a mi casa; me di vuelta y observé un gato que arañaba las bolsas de basura sin quitarme sus violáceos ojos de encima, me horroricé ¡con lo que siempre he odiado a los gatos! Caminé en reversa, cerré la puerta y abrí la ventana; luego entreabrí y salí a toda prisa huyendo de la terrible aparición.
Me metí a la cama deseando dormir, tenía la mente en blanco, quería recordar las frases de Sor Juana y al hombre calabaza pero sólo pensaba en la estúpida fiera. Ojala se vaya, ¡que se vaya! Dormí un rato, mas después abrí los ojos angustiada imaginando que otros gatos podrían entrar y que cuando abriese la puerta de la cocina los iba a encontrar orinando en el lavabo y fornicando en la alacena... ¡Qué horribles son los gatos! pensé y cerré los ojos con fuerza deseando despertar del sueño de que un gato había entrado.

A la mañana siguiente la luz del sol entró por la ventana sin respetar mi sueño ni mi cansancio; coloreó la habitación desparramándose sobre los muebles, las paredes y la alfombra. Estiré el brazo y palpé sobre la mesa de noche buscando mis lentes, me incorporé y comenzaba a bostezar cuando mis ojos se fijaron en algo. Enarqué las cejas incrédula y me froté los ojos aún lagañosos y húmedos ¡había un par de zapatos de hombre junto a mis pantuflas!, los levanté observándolos con asombro; finalmente me he vuelto loca, pensé cuando algo más extraño sucedió:
-Adara, Adara ¿Me pasas una toalla?
La voz se escuchaba dentro del baño, estaba desconcertada, pero aun era temprano para tener miedo.
-Adara -insistió la voz.
Momentos después un hombre salió del baño con una toalla en la cintura y tomando otra que estaba sobre la silla, comenzó a reprocharme el no habérsela llevado cuando me la pidió; yo lo miraba con los ojos muy abiertos y un gesto de extrañeza imposible de disimular.
-¿Te sorprendió mi visita?, ayer regresé, imaginé que te agradaría verme cuando despertaras...
Se acercó y me besó los labios que estaban congelados.
-Vamos, no estarás enojada conmigo.
Yo seguía sin comprender.
-Buenos díaaas -exclamó pasando su mano frente a mis ojos- ¿Quieres unos hot-cakes? -preguntó y yo seguía sin despertar de mi trance alucinante cuando él salió del cuarto suspirando.
Me quedé estática observando sus zapatos durante mucho tiempo, para cuando al fin me dirigí a la cocina, él ya se había marchado. Volteé para todos lados y no lo vi, no escuché la puerta y no había rastro de él, ni tampoco de los hot-cakes que había mencionado antes de irse.
Me senté en la barra de la cocina, me serví el poco café helado y demasiado cargado que reposaba en el fondo de un pocillo. No comprendía que clase de juego, de alucinación disparatada era esta; ¿qué me estaba pasando? Bajé los pies temblorosos que se encontraban aun descalzos, mientras mis pantuflas acompañaban a los zapatos del extraño. Di dos pasos y sentí algo clavarse en mi planta, levanté el pie inmediatamente lanzando un improperio, tenía un pedazo de cerámica incrustado que al sacarlo hizo a mi pie destilar algunas gotas de sangre. ¿Qué hacía eso en el suelo? Escondida bajo el lavabo encontré la maceta de talavera que antes tenía en la ventana; estaba despostillada y llena de pequeñas grietas. Puse la tierra adentro y la coloqué de nuevo en su lugar.
-Pinche gato -exclamé- que bueno que se largó.

Los días que siguieron a este no fueron mucho mejores, un nerviosismo extraño hacía sonar mi corazón como una orquesta de sordos, las cosas se me caían, no podía concentrarme y sentía deseos de orinar cada dos segundos; mi organismo se había transtornado, en mi mente no quedaban ni siquiera los resabios generosos de algún verso de Sor Juana; no quedaban las lecturas, ni la lluvia, así que me dediqué a lo único que quedaba de toda mi rutina anterior: los monos de papel. Los hice grandes, enormes, con pliegues gigantescos de cartón y otros pequeños que gastaban mis ojos y mi tiempo sin lograr cambiar mi angustia. No podía soportar más, me estaba volviendo loca; entonces tomé las llaves y salí del departamento para bajar y subir escaleras, eso me sacaría la tensión. Un, dos, tres, cuatro... Me sentía estúpida; una de las vecinas salió con una palangana de ropa recién lavada y para ir a la azotea, al pasar junto a ella se me quedó mirando como quien viese una vaca volar.
-Buenos días -alcancé a decir en tono muy bajo.
-Ya son tardes -contestó y no sé por qué me hizo sonrojar.
Regresé al departamento con deseos de prender un cigarro y tumbarme a recortar cadenas de niños con el periódico que guardaba para encender el bóiler. Cuando entré me sentía mejor, comencé a fumar y caminé lentamente a la sala donde escuché aquel sonido terrorífico y estremecedor: Miau.
-¿Tú? -dije molesta- ¡¿Qué diablos haces aquí?!
Corrí presa de una furia inexplicable y tomé una escoba que tenía en el armario.
-¡Lárgate! -grité espantando al nerviudo animal con un aspaviento
-¡Vete!
El gato salió corriendo, pero antes de marcharse me volvió a mirar con esos ojos morados que se clavaban como cuchillos.

Comenzó a llover; el sonido de los autos al pasar sobre el suelo mojado habían calmado mis miedos y por primera vez en días sentí mucho sueño. Me recosté soltando todos mis miembros muy lentamente, sintiendo los ojos ir hacia atrás y la boca entreabrirse para besar el sueño; mis mejillas y mi frente se hicieron lisas, sobre mis labios sentí entonces un aliento húmedo y dulcísimo sobre mí. Abrí los ojos aterrorizada, el hombre de nuevo estaba ahí; me sonrió, yo respiraba agitada, sin embargo no hubo palabra que pudiese ser pronunciada por esos labios ahora lívidos.
-Adara, todo el tiempo que paso sin ti es la sensación de que me ahogo en un mar infinito como tu ausencia...
Piramidal funesta, pensé, mas no pude contestar nada.
-Adara, la miel de tus ojos me habla tan sólo de frío ¿Es que ya no me amas?
Es el amor que llama, sentí mucho miedo. El hombre me besó con su sabor a saliva, con su olor extraño y penetrante de copal. Comenzó a moverse con una rapidez nerviosa y antes de que me diera cuenta hacía el amor con él. Todo lo demás se convirtió en tinieblas, el vértigo de mi propio ensueño y fascinación me hicieron desconectarme y salir de mí. ¿Pasa que me a mí?, silencio no recuerdo soy; ¡existir mi rompecabezas es!..

Mi siguiente recuerdo aparece con el sol que de nuevo entró por la ventana a cubrirlo todo de nuevas angustias y deseos. Estaba temblando, me ardían los ojos, tenía la boca seca, el estómago revuelto y la cabeza embotada; me estaba exactamente bajo esa sensación de insecto mal fumigado que dejan las borracheras. No tomé, lo sé, hace tiempo que no lo hago, hace tiempo que no tengo en casa ni media cerveza, no me controlo, no sé beber; así que la vida me jugaba chueco de nuevo: estaba cruda sin haber probado alcohol. Caminé desconcertada, me miré en el espejo del baño y encontré la misma fisonomía que describían mis síntomas. ¿Qué me pasa?,
¿qué es todo esto? El amor es una fuerza destructora, lo sé, lo siento...
El día estaba soleado y el cielo de la ciudad se encontraba en un azul casi insólito, En la cocina estaba el hombre bebiendo un té que no recuerdo haber tenido en la alacena.
-¿Como te llamas? -pregunté.
-Darinel -respondió sonriendo, fue entonces que me enamoré de él.
Ese día no se fue, no le quité la vista de encima ni ninguna otra cosa, hicimos el amor en cada rincón de la casa y yo me encontraba fundida en un silencio delicioso sin tiempo ni lugar; Darinel era el nombre más hermoso del mundo. Al anochecer me recosté a su lado en la cama de mi habitación.
-¿Quien eres? -insistí
-Soy Darinel -dijo sonriendo y decidí ya no hacer más preguntas.
Dormí a su lado como nunca, mas lo terrible fue de nuevo despertar: -Darinel, Darinel… Darinel no estaba en el cuarto ni en el baño; ¿cómo rayos entraba y salía?, yo no le había dado llaves. Comencé a morderme las uñas, corrí por las tijeras y me corté una trenza, luego seguí cortando todo el papel de la casa haciendo muñequitos en cadena. Fumé un cigarro y otro y otro hasta que me los terminé; quiero un trago, murmuré y salí de la casa. A los diez minutos había vuelto con una botella de tinto y dos cajetillas de cigarros.
Bebí y fumé recortando y mordiéndome las uñas; me devanaba el cerebro minuto a minuto: Y.. si no vuelve, ¿qué será de mí? Si porque a tus plantas ruedo como un ilota rendido. En mi corazón se abría una yaga que latía como un puñal; Vivo sin vivir en mí, ¡muero tan extrañamente!... Comencé a llorar, el vino había hecho su efecto y se me cruzó con los antidepresivos, anticonceptivos y antigripales. Lloraba, lloraba infinitamente, temblando, chillando como una niña absolutamente desconsolada. Sentí que alguien me acariciaba la rodilla y al levantar el rostro vi al felino intruso que insistía en no irse jamás; mi primera reacción fue de deshacerme de él pero no pude, el animal restregaba suavemente su cabeza contra mí haciendo un sonidillo extraño que me llenó de ternura. Le pasé la mano entre las orejas y cerró los ojos entornándolos; ¡me quería!, le agradaba casi tan profundamente como me había repugnado cuando lo vi en mi cocina por primera vez. Se tendió panza arriba extático con mis caricias y fue entonces que descubrí que era macho.
-Gatito -exclamé con un acento cariñoso ajeno a mis costumbres.
Lo acaricié, su pelo era inmensamente suave y hermoso, lo tenía desde blanco hasta negro pasando por el café, el amarillo y el anaranjado. Lo acaricié más y más y el gato me lengueteaba las orejas y el cuello ronroneando, mirándome con esos ojos felinos infinitamente bellos; me lamía, se restregaba contra mi cuerpo y comencé a sudar, a jadear extasiada.. ¡Yo odio a los gatos, siempre los he odiado! Miré de nuevo sus ojos violáceos.
-Tú no eres un gato -balbucí sorprendida- Esos ojos, tu forma de aparecer y marcharte...
El gato corrió a la ventana repentinamente asustado y brincó desapareciendo de mi vista. Yo me quedé temblando en el piso de la sala mientras miraba con ojos estáticos la ventana abierta que daba a la calle.
-Darinel -suspiré lentamente y sentí una profunda tristeza, un vacío aterrador. Quiero un cigarro, pensé, una cerveza, pero recordé que me había acabado todo y sentí una jaqueca repentina; me dirigí a mi cuarto y me dejé caer en la cama pensando sólo en Darinel y en sus ojos violeta como aquellos del gato que estuve a punto de cogerme en medio de una alucinación libidinal. Todo me daba vueltas, tenía escalofríos y miedo; ¡me estoy volviendo loca! Saqué las tijeras y comencé a recortar pero me sentí estúpida, como un autómata que tuviese obligación de crear esas absurdas cadenitas, así que aventé todo y me tendí en la obscuridad con los ojos cerrados y la boca entreabierta. De pronto sentí la cama moverse, abrí los ojos rápidamente imaginando que el minino había vuelto, pero no, era él, era Darinel que se encontraba sobre sus manos y rodillas, empezó a caminar por la cama y encaramándose sobre de mí se acercó a mi oído y ronroneó.
-¡Eras tú! -grité abrazándolo.

Desde ese día se quedó a vivir conmigo y aunque desaparecía, sabía que iba a volver. Hacíamos el amor de día y de noche, cantábamos y a veces, él me contaba historias maravillosas acerca del hombre calabaza; inventábamos muchos cuentos, la realidad no existía en medio de nuestras preciosas fantasías. Lo enseñé a cocinar, preparaba hot-cakes todas las mañanas, nos bañábamos juntos, jugábamos escondidillas y pedíamos deseos a las estrellas. La vida a su lado era un sueño, un sueño demasiado bello para ser verdad y demasiado perfecto para durar siempre.

Todas las tardes después de comer y antes de dormir Darinel salía a dar sus paseos por los tejados. Jugueteaba con otros gatos, cazaba algunos insectos y luego retomando su forma humana, regresaba a casa a cenar, ser mi amante y dormir como un lirón enroscado entre mis piernas. Nunca me permitió ver como se convertía de felino a hombre o viceversa; llevábamos en general una vida muy feliz aunque en mí siempre sentí ese temor que da tener un gran amor. Darinel era bello y agradable nunca me hacía preguntas y no respondía jamás a reclamos ni negaciones, actuaba siempre sigiloso, cariñoso y frío y estaba siempre a tiempo para cenar, no hubo noche alguna en la que no retozáramos en el lecho casi hasta el amanecer, sin embargo yo veía en él esa frialdad descarada que tienen siempre los gatos. Lo amaba más de lo que él me amaba a mí y ambos lo sabíamos; empecé a sentirme insegura: jamás podríamos llevar una vida clara ni estable por el inconfesable hecho de sus constantes metamorfosis, no podríamos tener hijos ni casarnos porque él no tenía apellido legal y si yo no trabajaba o no había de comer él se desaparecía y satisfacía su hambre en alguna otra casa, ya sea como gato o como Darinel y peor aún, si le recriminaba sus actitudes optaba por dormir convertido en gato haciendo a los pies de mi cama ese ronquido que me enloquecía. Dicha pasión me estaba acabando y mis minutos se convertían en largas horas de discusión interna y soledad. La literatura se había ido, sólo quedaba de mí una taquicardia dañina y un deseo descomunal de escapar de esa daga que me desgarraba a cada instante las entrañas, el corazón y la piel, pero al mirarme en sus ojos humanos, felinos, violáceos, azulosos, angélicos, diabólicos, brillantes y divinos mi alma no deseaba nada más que permanecer ahí…

Después de su paseo de las siete Darinel entró por la ventana y se encaramó encima del refrigerador.
-Ya está la cena -le dije y respondió con un maullido.
Más tarde regresó en su forma humana con el pantalón de la pijama puesto y sin camisa.
-No tengo hambre -explicó.
-¿Por qué?, ¿comiste en otro lado?
-En realidad sí tengo hambre, pero no quiero comer...
Me tomó en sus brazos y me llevó a la recámara donde me quitó los zapatos y comenzó a mordisquearme los pies. Yo reía con una risa infantil admirando su pelo despeinado y revuelto y esos ojos que hacían valer el dolor de mil cuchillos. Avanzaba de los pies hacia las piernas y sentía su lengua puntiaguda que me hacía destilar los poros y suspirar continuamente.
-Te amo -le dije- te adoro. Él sólo sonreía.
Jugueteamos hasta la media noche y después lo dormí en mis brazos acariciándole el pelo y besándole la frente.
-Te adoro -repetí y me quedé dormida.
Era una noche de luna llena en la que hacía un calor infernal, así que no me metí en las cobijas. La luna chorreaba la habitación de una luz azul helada y habían pasado algunas horas de que me acosté cuando abrí los ojos; había algo, una sensación, un presentimiento que me estaba ahogando. Sentí primero mucha sed y después miedo, me di la vuelta y caí en cuenta de que Darinel no estaba, eran las tres cuarenta y cinco ¿a dónde podía haber ido? Me levanté mareada por el efecto del sueño que se disipa, caminé descalza a la cocina, antes de entrar escuché un ruido, era espantoso, como el llanto de un recién nacido o de una mujer herida, era, era el sonido de una pareja de gatos apareándose. Recordé mis noches de insomnio y ese ruido espeluznante, recordé la razón principal por la que aborrecía a los gatos y aunque trataba de pensar claro, mi mente comenzó a repetir: Piramidal, funesta, sombra piramidal de la tierra y setecientas mil mezclas similares; funesto, esto si era. Sin pensarlo dos veces, sin pensarlo, regresé a mi cama a dormir.

La tarde siguiente cuando Darinel regresó de su paseo, el veterinario lo estaba esperando.
-Cástrelo doctor -supliqué con una voz dulce y seria de lo más impersonal.

Desde ese entonces Darinel y yo somos la pareja ideal, ya nunca se convierte en humano, ni me quita el sueño, la vida ni la seguridad; duerme enroscado entre mis piernas y a veces cuando tiene ganas, persigue una bola de estambre que desbarata con odio.
El amor es como un duende, como un intruso, como un ladrón o tan sólo una quimera; el, amor es un misterio que nunca supe resolver, sin embargo, lo tengo. Mientras escribo estas notas escucho un vals mexicano que suena repetidas veces en la grabadora y le sonrío a Darinel quien me observa y me responde:
-Miau.





Texto agregado el 01-07-2008, y leído por 661 visitantes. (1 voto)


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