Se detuvo detrás de mí, pensé que iba a decir algo, pero se mantenía en silencio. No sé si no sabía qué decir o si esperaba a que yo dijera algo. Quería decir algo, pero al mismo tiempo quería que él lo dijera, porque sinceramente, no podía hablar. Mil y un frases se formaban, pero las descartaba una a una. Sólo esperé. Hasta que habló.
Lo siento, le dije. No respondió, no dijo absolutamente nada por un par de minutos, hasta que pensé que no lo haría. Retrocedí un paso, rendido.
- ¿Qué sientes? – preguntó. ¿Qué sentía? Entendí mal la pregunta, no supe qué decir. – ¿Estás pidiendo perdón? – preguntó finalmente. No suspiré, pero lo habría hecho gustoso, de alivio.
- No lo sé. ¿Debo pedirte perdón? – pregunté casi suplicando que me dijera que sí.
- No tienes que pedirme perdón. Nada que me haya pasado es tu culpa. – le respondí sin mirarlo, sin voltear, aún observando una pintura cubierta de rojo y negro, amarillo y gris, extraña. Vous se llamaba, aún se podía sentir el fuerte olor de la pintura.
- Sí tengo que pedirte perdón. – le dije rememorando. – Debo pedirte perdón por haber huido de ti, en ese parque.
Por haber huido. Lo había olvidado, aunque yo nunca lo había visto como una huida, sólo había pensado que no le importaba, aunque me había sentido mal.
- No quise hacer eso. Me arrepentí de verdad. No sabes cuántas veces pensé en qué habría pasado si me hubiera quedado. Y lo sigo pensando... y quizás... quizás ahora... no estaría todo tan... – su voz tembló, y calló, no pudo seguir hablando. Volteé asustado para verlo, preocupado. Pero no vi sus ojos, sólo esas pequeñas gafas de sol, que ocupaba para ocultar algo. No sé bien qué.
Me miró con esos ojos grandes, inocentes, cálidos. Preocupado por mí.
- Ella se fue por mi culpa, ¿verdad?
- No. – dijo de inmediato, seguro, sin mentir. Lo agradecí de veras, pero no podía estar tan seguro.
Sonrió sin felicidad, bajando la mirada. No veía sus ojos, pero sabía que por lo menos brillaban a causa de las lágrimas que no quería derramar, que yo en realidad no entendía en absoluto y entendía tan bien al mismo tiempo.
- ¿Cómo lo sabes? – me preguntó. – ¿Cómo sabes que no se fue por mi culpa?
- Porque en realidad fue la mía.
- No lo creo.
- Yo sí.
Guardamos silencio, nuevamente no sabía qué decir.
- Fui duro contigo, yo debo pedir disculpas. – me dijo.
- No, no debes. – le respondí de inmediato. – No debes pedirle disculpas a nadie, menos a mí.
No entendí el porqué de su conclusión generalizada, pero sí entendí su punto de vista personal.
- No sé quién eres. – me dijo no sé si frío, pero sí seguro. – no sé qué has vivido, no sé qué has hecho a lo largo de tu vida para sentirte así, pero sí sé que no debes menospreciarte, no debes considerarte menos que los demás, porque no lo eres; y si te sientes tan mal, si realmente te arrepientes de lo que sea que hayas hecho, de lo que sea que haya pasado, significa que aprendiste, y mereces respeto por eso, no el desprecio de nadie, ni mucho menos, el tuyo, porque si no te quieres a ti mismo no te darás cuenta de cómo te quiere la gente que te rodea.
No sé cómo tuve el valor y la seguridad para decir eso, pero no me arrepiento.
Ed retrocedió un paso. Seguía sin ver sus ojos, pero sí pude ver cómo escapaba una lágrima por debajo de los lentes oscuros. La secó de inmediato con la mano, y giró el rostro.
- Es más de lo que puedo… Eres más de lo que puedo...– no logró terminar, no quiso terminar. Volteó y se alejó.
- ¿Vas a huir? – pregunté sin acusarlo de nada. Se detuvo y lo pensó un momento, luego respondió sin voltear.
- No huyo. Tú sabes dónde encontrarme.
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