Los cuentos de San Antonio, que conté con algo de gracia, fueron una preparación para poder dejar salir estas historias que viví con mi familia. Son la mirada de una nena, sobre momentos difíciles que pasamos, algunos muy fuera de lo común.
En San Antonio había una regla: las mujeres embarazadas que no eran del lugar, debían bajar a Salta antes de los seis meses de gestación; creo que era por la altura que se producían partos prematuros, y la mejor manera de prevenirlos era viajando; En este caso, el matrimonio demoró la partida y el nacimiento, como era de esperarse, se precipitó.En el pueblo,como en la mayoría de los pueblos del interior, faltaban los medicamentos ,o la ambulancia estaba rota, o si andaba bien no había combustible.En este caso,papá se encontró con un recién nacido muy prematuro en los brazos , sin una incubadora, pudiendo asistirlo sólo con el oxígeno que quedaba en el tubo.Sabiendo que las posibilidades de vida eran muy pocas, se dedicaron a brindarle los únicos cuidados que tenían a mano.Mamá controlaba cuánto oxígeno quedaba, y le avisaba a papá.
Una frase que me quedó en la mente fué " Juan Carlos, se acaba el oxígeno". Y la respuesta impotente de mi papá:" qué querés que haga".
Crecí oyéndolos pelearse con todo el mundo por los remedios que no llegaban, por la comida que tampoco llegaba,y sin embargo,creo que la lucha , en esos años, la estábamos ganando.Va la primera historia, que estuvo encerrada muchos años en mi cabeza.
El hombre estaba sentado a la mesa,con los codos apoyados firmemente.En sus manos sostenía un par de escarpines de bebé;los daba vueltas entre los dedos, los llevaba hacia su boca y los besaba. No lloraba,por lo menos no como yo conocía el llanto ;era distinto :las lágrimas le caían de los ojos sin ningún esfuerzo,como si toda el agua del mundo lo estuviera ayudando a limpiar su dolor.
Yo tendría unos siete u ocho años, y estaba sentada a su lado,mirándolo.No sé que hacíamos en esa casa mis hermanos y yo, creo que mamá tuvo que asistir a papá en el nacimiento y no había nadie con quien dejarnos.El bebé ya había nacido, y el hombre esperaba junto con nosotros en la cocina de su casa.
Del dormitorio no salía ahora ningún sonido; de vez en cuando se escuchaba algún susurro apagado, el movimiento de algún mueble.Pero desde hace un rato, un silencio tenso.
Sabíamos que algo importante estaba pasando.Nos portábamos como nunca, todos calladitos, mirando al pobre hombre que no entendía nada.
Sobre la mesa había un mantel de plástico con dibujos de cuadrados color naranja; recorría con el dedo los dibujos para no aburrirme.En algún lugar de mi cabecita me daba cuenta de que le hacía mal si lo miraba llorar, y el mantel fue una buena distracción.
Detrás de la cortina que nos separaba del dormitorio, mamá le dice a papá que se está acabando el tubo de oxígeno; y papá le contesta que ya está.
El hombre llora.Y yo no entiendo cómo quería tanto a ese bebé si nunca llegó a conocerlo. |