Anduvo corriendo por la noche como si fuera aún día, no le importaba su enfermedad ni lo que el sereno frio pudiera causar en él. Esos momentos eran inevitables en su espesa vida y solo una huida esa noche lo alejaría de tal condición. No habría amores ni falsos amigos a quien desgraciar, su alegría no era causa de algo ajeno a su voluntad. Era algo que podía controlar pero simplemente no le apetecía el hacerlo. Parecía como si se sintiera bien estando corriendo. Rodeado de tanta alegría y tantas buenas personas que lo querían y lo cuidaban, lo único que él hacía era encerrarse más y más en su propio mundo. Algunos pensaban que era un idiota chiflado, otros un genio mal comprendido, pero no importaba para él lo que pensaran los demás y en aquella noche menos aún, aquella noche era suya y de nadie más.

Anduvo corriendo hasta que sus piernas no daban para más y sus pulmones le exigieron detener el paso y descansar para recuperar aire. Se detuvo bajo un farol del pueblo aún vacio porque no era tiempo de vagabundos aún. Los decentes ya se habían marchado a sus casas y los malvados aún no salían de ella para apoderarse de la noche. Era el momento perfecto para él, sentado allí abajo, bajo aquella luz que parecía que le tocaba hasta los pensamientos. Allí él se percato de que nunca más podría regresar, pues había olvidado porque camino había llegado. Se sintió confundido algunos instantes, mareado de la incertidumbre. Luego de un rato sentado para recuperar el aire, siguió su camino.

Ande corriendo, me detuve y descansé. Ahora mis pulmones me darán para gritar a lo salvaje un poco más y seguiré mi camino por esta vereda del ser y el estar. Este es mi momento perfecto, ya lo joven se ha escondido en los recuerdos y aún lo viejo no asoma sus canas. Vivo el mejor momento de mi vida, ya no puedo regresar y no quiero regresar...

Ando corriendo y a todo pulmón, ya los treinta se asoman y no me da verguenza el recibirlos...