-“Si uno recuerda vivamente un instante del pasado, con todos sus detalles, es muy posible que se regrese a ese instante y la vida futura se diluya en un tris”.
Quien sentenciaba esto, era una señorona de carnes ampulosas y ojos saltones. Sentada en esa silla de paja, ataviada con esas ropas amplias y colorinches, imponía su presencia en medio de esa sala algo tenebrosa.
Petemons sintió que un escalofrío le recorría la espalda. Él, siempre tenía ese tipo de imágenes, plasmadas en momentos de los cuales recordaba cada elemento con fidelidad fotográfica.
Desde entonces, luchaba con su pensamiento y deshacía a jirones cada momento vivido como quien destroza un álbum de fotos a tijeretazos.
Pero, la mujer aquella, se le aparecía en sueños, con su doble barbilla desbordándosele sobre su seno, mirándolo con fijeza con aquellos ojos saltones y apuntándolo con ese dedo grueso como tablón. Su boca glotona se abría con desmesura para enjuiciarlo por esa rara anomalía de su pensamiento que lo colocaba en riesgo de regresar al pasado.
Y despierto, la mujer aquella lo sobresaltaba por el influjo de su voz profunda y ya era imposible que olvidase los pliegues de sus vestimentas, el detalle de cada flor en esa especie de mapa conceptual que era la túnica aquella.
Y así, por una infinidad de años, regresaba a su lecho y luego al encuentro con la mujer que sojuzgaba su pensamiento, atrapándolos a ambos y a todo el grupo circunstante, también cautivo en esa telaraña espacio temporal...
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