El hombre, en aras de magnificar su deslumbrante capacidad de sugestión, ha procurado semejarse al zorro. El raposo, sólo por que el hombre lo ha establecido así, se ha convertido – y solamente para el hombre – en el símbolo de la astucia. Afortunadamente no es más que otro nuevo símbolo,-valga la repetición - de una inacabable simbología aberrante.
La astucia del zorro no es más que una vaga referencia . Es astuto como un zorro, hemos oído decir reiteradamente. Astuto como un zorro ? Como un zorro de las fábulas de Esopo ?
Durante muchos años fui cazador. Dejé de cazar después de que, un día, convencido de que marraría el tiro, destrocé sin apuntar, un gordito gorrión posado en la rama de un manzano recién plantado, de escaso medio metro de altura.
Zancajeando por horcajos y portillos de la montaña, descendí desencantado al almendrar. Una vez allí, debajo de un almendro, medio bañado por el ardiente sol del medio día, se me hizo presente un joven raposo; perdido y exhausto. Caído a mis pies y deshidratado, no parecía herido pero sí muerto de sed. Abatido como estaba, ni siquiera intentó moverse. Al no dispararle pude compensar, aquel nefasto e indeseado, vil asesinato anterior.
Cuando lo encontré iba en dirección contraria a la situación de una balsa, la cual sobre la verde y pujante hierba, no cesaba de borbotear agua por una de sus esquinas. Cercano a la refrescante sombra de un nogal, reposé más tarde. Cuando descubrí al animal, el agua, manaba a menos de cincuenta metros por detrás de él, a veinte metros a la derecha de la derrotada vulpecula.
Esa bestia no tenía absolutamente nada de astuta. Si no hubiera yo saciado su sed hubiese definitivamente perecido; sin cazadores a su alrededor.
Para la zorra es fácil cazar una gallina – la gallina no vuela – lo más difícil es abrir un hueco en la red metálica del gallinero. Es bien cierto que no había gallinas bajo los almendros pero sí conejos, perdices, ratones, palomas y un basurero próximo con las gruesas pisadas del jabalí. Este zorro, este al menos, tenía la sutileza de su astucia de tras de sus puntiagudas orejas, es decir; ninguna.
Igual que el raposo, el humano llamado astuto, también es incapaz de emplear su capacidad depredadora para agarrar la ocasión por los pelos, si no está dentro de su territorio de caza, léase de mangoneo. Lo peor del supuesto astuto consiste en, querer ignorar la agudeza de sus supuestas victimas, su sagacidad, las cuales le descubren sin remisión, por su falta de ética. Y si en algún caso se tratara de cuadrar números para qué les cuento. Lo que algunos llaman astucia no es más que oportunismo. La astucia así, desnuda, no existe.
Contra lo que normalmente se acepta, la astucia, no es una forma de aplicar la inteligencia, ni un particular ejercicio de ingenio. Si prescindimos de la ética, basta solamente la decisión de urdir una – o bien varias tácticas aviesas – y nada más que aviesas, dirigidas a la obtención del objetivo. En este supuesto, la astucia, va dirigida a materializar el engaño. No hay sutileza en este proceder, más bien dolo.
El más ignorante, inculto y necio, si se lo propone, es capaz de acechar, si emplea una táctica ominosa. Se trata pues de sorprender – mejor – traicionar la confianza del otro. Fuera de la Ley o dentro de ella. En este caso la astucia significa subterfugio, escapatoria. Estas dos condiciones no integran en sí ningún tipo de sutileza; zafiedad si acaso.
En nuestra Historia tenemos personajes que fueron sagaces. Unos, lo fueron al huir de las calamidades, del peligro inminente, como salvaguarda de su vida o de su amenazada libertad, por zafarse de la fuerza y de la tiranía. Si mataron, lo hicieron en defensa de su vida, no para subyugar a los individuos de su grupo o comunidad. Por esta razón, cuando los fuertes se unieron a los más fuertes, nacieron las religiones.
Por esta misma razón, ingenuo será aquel que, confiando en la supuesta ética de su interlocutor – ahora enemigo – sacrifica su libertad, su propia ética, en beneficio de otro. Los astutos no lo son tanto como ampara su definición, a pesar de que haya quien les considere triunfadores – negocian siempre con la necesidad – en su beneficio exclusivo. La astucia, en múltiples ocasiones, no es más que pura inmoralidad, un conjunto de actos ominosos. Los astutos, en igualdad de condiciones no juegan nunca, lo cual a veces, les convierte en sagaces.
Pero otra cosa es, planificar una estrategia efectiva, profesional y ética, encaminada a la obtención de un marco social, de claros beneficios sociales lo cual, a pesar todo, no evitará los bienes particulares en gran medida.
Si la astucia, tanto cuánto algunos la defienden fuera una virtud, ahora mismo la humanidad, debería ser muy virtuosa. “ Ad aperturam libri “
Robert Bores
P.de A. 28-6-97
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