La nieve seguía cubriendo la tierra. Las calles de Pontematus, pueblecito de montaña, seguían desiertas. Desde la buhardilla de su casona, dominando el amplio patio de la escuela y la casa de su vecino al otro extremo, una casa de una sola planta de muros de piedra y rojo tejado, Sebastián venía observando la actividad de su vecino Marco.
Marco, enfermo de un riñón aparecía a diario ante los ojos del alguacil mientras llenaba de nieve un capazo, para seguidamente ascender por una escalera de mano, desde la terraza hasta el depósito del agua en donde, con mucha dificultad lo depositaba.
El sorprendido alguacil, ante la rara e inacabable tarea del vecino, llegó a preguntarse cien veces la razón por la cual el enfermo de riñón efectuaba tan innecesario esfuerzo. Un esfuerzo que a todas luces, tenía que resultarle de una dureza extrema. La nieve seguía cayendo sobre Pontematus, sin que por ello, cesara la actividad ni el trajín del consabido vecino.
El extraño proceder se había iniciado a finales del mes de Diciembre, en días festivos y muy ociosos y el alguacil Sebastián, empleado del Ayuntamiento por más señas, no entendía aquella tan repentina afición por la nieve. Y no la entendía porque sabía que Pontematus, no padecía escasez de agua ni sequía de ningún tipo. Sobre todo porque la red de distribución de agua potable, era una de sus múltiples obligaciones de servicios de mantenimiento. Esta era la cuestión.
Mientras la curiosidad del semioculto buhardillero aumentaba, decidió conocer, si es que existía, el motivo del forcejeo de capazo y nieve. A este intento de investigación se unió el ferviente deseo de descubrir, y no a través del ejecutante, el motivo del inadecuado proceder de este.
La tarea se le antojaba fácil. Puestos a saber, qué es lo que no se sabe en un pueblo tan pequeño.? Esta misma mañana había admitido esta certeza. Luego del paseo matutino, desde el Ayuntamiento hasta el depósito general del agua, los contenedores de basura, cartón y vidrio, la visita a la panadería, - para que su esposa no se molestara en pisar la nieve – la pancarta colgada en la Plaza Mayor anunciando el partido de fútbol del domingo, como así mismo el anuncio de la Procesión de Cristo para la noche del sábado. Todo ello sin espectadores, pues las calles seguían desiertas durante el recorrido, lo cual no suponía ningún obstáculo para que su ya citada esposa, le recitara todo el trayecto al llegar la hora del almuerzo; sin ella salir de casa.
Después de almorzar, en el Café de la Cooperativa único lugar de reunión de la mayoría de los bigardos, volvió el funcionario a su pesquisas. Dentro del local, debajo de la pantalla de la televisión colgada de una plataforma adosada al muro, en una mesa esquinada, un numeroso grupo luchaba en un intento por jugar al mus. El griterío y los improperios de los que formaban pareja atronaba el local; se supone por los errores cometidos en el juego.
Imposible poder entablar una conversación desapasionada. Decidió volver al Ayuntamiento, un edificio grisáceo semejante a una fortaleza, levantado en la margen del río detrás del cual, excepto los huertos, las escasas edificaciones existentes, se mostraban igualmente grises. Desde la altura del Paseo de la Iglesia, pudo ver a otro hielero, esforzado en la rara ocupación del traspaso de la nieve hasta su elevado depósito del agua. Qué imperiosa y desconocida razón obligaba a aquellos convecinos - con el frío que hacía - a efectuar ese raro proceder ? – se preguntó de nuevo.-
Decidido a descubrir la causa, se acercó a la Oficina de Correos, un cuartucho miserable de apenas tres metros cuadrados, repleto de paquetes y papelotes.
---, ¿Qué pasa ?- quiso saber el cartero – No me digas que no hay agua.
---, Ya ves, con tanta nieve.
---, Pues por eso. Dos he visto, empecinados en llenar de nieve sus depósitos de agua, terminó por decir Juanjo, el cartero, que acababa de repartir casi toda la escasa correspondencia del día.
---, Y qué te han dicho ? – el alguacil –
---, No, si no he hablado con ellos.
---. Se me hace muy raro. ¿Habrán perdido la cabeza ?
---, Pues ahora que lo dices, al menos Marco, sí.
---, Pues anda, con el riñón que tiene...Por cierto, tengo un certificado para él.
---, Espera, voy y le pregunto.
En tanto que Sebastián esperaba pacientemente el regreso de Juanjo, se acercó este a la vivienda de Marco.
---, Marco López, don Marco – gritó como de costumbre – un certificado.
---, Qué hay – desde el tejado –
---, Certificado. Certificado de Tarragona.
---, Aparta – desde arriba – que baja el capazo...
Una vez hubo descendido Marco del techo, preguntó Luís:
---, No hay agua o qué ?
---, Agua, toda la que quieras.
---, Lo digo porque, como veo que llenas el depósito de nieve...
---, Claro hombre, es mejor que esa porquería de cloro que no es nada bueno.
---, Y la nieve sí – inquirió el cartero -.
---, Vaya un cartero que sabe leer, y desconoce que la nieve es un depurativo .
---, Depurativo. Quién te lo ha dicho ?
---, Quién me lo va a decir, pues el médico.
---, De verdad te lo ha dicho el médico.?
---, Se lo dijo a la Dolores, la del Pepe. Ella también sufre del riñón.
El cartero recordó que efectivamente, Pepe, también usó el capazo, pero recordó que lo del depurativo se lo dijo el guasón del practicante; no el Doctor.
Cuando regresó a Correos, Sebastián, se había ido. Pero el día siguiente, el alguacil que seguía con su particular investigación, dio en pasar por delante del domicilio del cartero y cual no sería su sorpresa, al verle arriba y abajo cargado con el capazo de nieve:
---, Pero bueno, os habéis vuelto todos locos.?
---, Lo ha dicho el médico, chico, la nieve es un depurativo excelente.
---,El médico? No habrá sido el practicante ? quién por cierto, es un guasón...terminó por reír Sebastián.
---,Cuándo lo dijo ?
--- Pues, el, el, pasado viernes
--, El viernes, el día 28, de Diciembre ?
--, Exactamente si, el día 28, - por la mañana –fue capaz de añadir el cartero.
---,Ya me parecía a mí, pensó el alguacil, quién de sobras conocía al guasón del practicante.
Y seguidamente, sin decir ni hasta luego, se alejó riendo como hace un niño travieso, como si hubiera roto de una inocente pedrada el cristal olvidado de una vieja ventana de un viejo corral. El 28 de Diciembre era el Día de los Inocentes.
Desde la cercana lejanía ¡¡ INOCENTES !! le pareció oír al cartero.
Robert Bores
P.de A. 11-2-97.
( Mis cuentos rurales )
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