“De la regeneración en la memoria Póstuma”
En el principio era el verbo, porque sin el verbo nada puede ser. Él esta en el principio y sin él, la nada no encuentra su potencialidad. Y el verbo se reconocerá ser en la nada y la nada reconocerá su ser, y nuevamente el ser encontrará su superación en un incomprensible devenir. ¡Oh devenir madre de todos los seres. Tú vendrás a movilizar las fuentes de un Conjetural todavía y por siempre ajeno.
El movimiento no requiere tiempo, el tiempo pertenece a las categorías vitales de la subjetivación personal. Diremos que el movimiento será infinito e indefinido. Este nos dará al cabo de muchas o pocas deducciones mentales la madre idea. Y el plan perfecto que perfeccionara la oposición y la superación del proyecto vera su norma y su ley. Serás la natura, el mundo sensible inanimado, inconciente alienado, el pedazo de carne en constante descomposición, el futuro de millares de gusanos hambrientos de tus jugos pútridos. Y te veré con desprecio, en la usura de mi viciada contemplación, pero al cavo de dos o tres lagrimas, acaso frutos del desden mismo, pretenderé oponer tu realidad presente a mi inapelable plan divino. Y así señores, comenzara el proceso de regeneración o generación primera, porque al cavo del mismo, nadie podrá distinguir entre los que fuiste y lo que serás en la potencia creadora del espíritu.
Pero momento señores, que ni el colmo del idealismo ni las crónicas oficiales conjeturarán jamás, que ya en regiones ajenas a la vida, Juan Carlos sentirá, tendido en su lugar final, martillándole el arsénico hedor en las narices desprovistas de sensibilidad de las costumbres vitales, aquellas que en semejantes circunstancias le hubiese permitido la sensación corporal del humillante descendimiento de materias acuosas y la insoportable sensación de no poder respirar.
Las crónicas tampoco contarán que Juan Carlos quiso fugar de su lugar y de su hora fundamental en un único y agónico escape. Pero que, venido de la desesperación, prófugo de toda esperanza, y pasajero de la resignación quiso conformarse al pensar que por lo menos esa ventanita ojival le proporcionaría desde la futura corrupción, una visión ubicua y para adentro de la eternidad.
“Y ahora la idea del Dios que distrae su gloria en la contemplación perpetua y desmesurada de su propia persona, lo asaltó de pronto dejándolo en calzoncillos espirituales y retrotraído a bordo de un hipotético pero posible viaje final. Aquél salvaría sus días pretéritos para devolverlo liberado de los sentimientos que nos hacen seres animados, a esa condición o categoría del ser, en donde somos eso que alguna vez fuimos o podremos ser en el recuerdo de unos cuantos, pero que fatalmente ya no somos”.
Imaginaremos la última súplica al altísimo: ¿Pedirá acaso la restitución de su existencia?, ¿pretenderá resucitar para ver caer de culo a media sala velatoria? No, él suplicara por salvación. Pero atención, no la de su alma sino la de su integridad de hombre. El hombre justo que ha empuñado las armas nobles del sentimiento, deberá atravesar su infierno interior y, al final de la jornada, tendrá que salvarse, le habría escuchado decir a su maestro en las clases nocturnas del taller de alfabetizacion, muchachos, no exhiban impunemente esa hilacha, y háganme el grandísimo favor de no se rascarse en clase.
Y si hablamos de infiernos maulas, el infierno personal de aquel hombre, tenía nombre y cuerpo de mujer -“Permíteme salvar el día Padre”- reza nuestro héroe -“permíteme volver a transitar el infierno de su nombre, de su cuerpo y de su alma. Permíteme, transponiendo el umbral de su amor, salvar el corazón de su desdén y de su desprecio. Permíteme salir airoso de aquel trance, y teniendo un corazón de borrego virgen entrar en esa gloria de sentirse uno nada de nada.
Querrán los propósitos que guían estas crónicas que la imaginada súplica sea escuchada y que en un tiempo esa expansión cósmica vaya integrándose de a poco en el cuerpo de lo que pudo haber sido antes de la hora fatal y en una dimensión paralela a la presente en donde un cuerpo inerte, que ni piensa ni reza ni pretende salvación alguna, enfrascado en una caja de madera yace esperando la putrefacción y el olvido. Podrá finalmente reconstituirse y volver a ser lo que fue para enmendar su destino y no morir como un loco enamorado.
Y otra vez volverán las imágenes que fatigaron sus horas, todo se regenerará como tomado por hilvanes fantasmas y, en la secuencia regresarán los sentidos: el barrio, los viejos, los amigos y ella, siempre ella.
Y, cruzando el parque Nicolás Avellaneda en diagonal como yéndose al lado oeste sobre la calle Asunción, frente a la placita del hombre estatua que ora o piensa una parábola de la muerte, esta el Bar República Argentina.
Desde allí, él la vio llegar tantas veces; tropezarse entre los cirujas que duermen en el magno gomero, esquivar el toquecito sutil del culetero de la zona, agacharse acaso para resguardarse de la acometida indígena, y levantarse quizá para comprobar si es que estos ya habían pasado.
Desde allí, desde esa mesa de mármol lapida de los que sueñan naufragios, la vio asomarse con una florcita roja, y llorar la ausencia y tal vez la culpa. Desde esa mesa roñosa, hermanado en la suerte con los fantasmales parquéanos que parecían nublar los ojos de la última esperanza, la supo soñar hasta el cansancio, la supo amar hasta la desmesura de quedarse en pelotas sin un cachito de dignidad, la supo ver con los ojos perdidos en los ojos del desprecio, del desprecio sin sentido.
Todas estas imágenes en conjunto, la mesa de mármol, los fantasmales parroquianos, y la vidriera del bar por la cual se podían ver los movimientos de la plaza, le devolvieron a las sombras de su presente inmediato. Si, y por fin el espejo de la sombra lo empujo a la usura del regresar a la magia, de un regresar enigmático, igual, pero diferente.
Y otra vez las discusiones con los muchachos, otra vez los partidos de naipes, el suceder impune del tiempo, el acariciar las fornidas nalgas de la literatura, o el liso y llano manoseo de la metafísica. Y otra vez el presente, el creerse y creer en la vigencia.
Sentirá que algo en su interior lo regenera. De laguna manera él modificaría aquel indigno final. Todo volvería desde las sombras.
Finalmente serás Juan de nuevo, te veré hermano llegar con ella, salir con ella, besarla a ella y finalmente morir sin ella. Y te volveré a encontrar sufriendo en silencio por su ausencia, recluido en las mesas de ese antro de perdedores atómicos.
Finito el chancho, Fiambre el fino, y Norberto Póstumo, tus amigos, pasajeros fuimos de tu nave de naufragios.
Ahora las acciones.
|