“De las lagrimas que acompañan su evocación”

Canto, para no llorar, las no tan terribles armas y los segundos trabajos, que le fueran propicio atravesar al héroe aquel, nacido en la providencia del glúteo izquierdo de la divina Conjetura, señora nuestra y patrona de las perpetuas ánimas soñadoras de mentiras, esas mismas que ahora se nos han venido a rebelar, en la hora más sublime de la meditación inodoriana debido a los incansables esfuerzos que el fatigado espíritu infunde sobre la materia en su cuota diaria de exhumación y orden.
Porque se han saciado ya las sedes primarias del carmín celeste, y agonías secundarias han regado cristalinas las humanas mejillas de los hombres que se abrevaron del corazón del héroe; y ya se aprestan los funerales, las pompas y el olvido, distraídos en un trajecito marrón, único valuarte viajero de aquel que, en vida inspirara en nariguetasos profundos, los aromas de ese espanto que se opone a la dicha y nos dijera tantas veces “vamos muchachos, hay que festejar, vamos muchachos, hay que reír, que se acaba el mundo”.
¡Oh, cómo festejaré yo, enredado en penas! Como reiré yo al ver tu cuerpo sin morada, pasto de las sombras, final espacio de miserias póstumas.
¡Oh, almas inicuas, que empuñando el cuchillo provocaron tu destrucción! ¡Oh, vilezas del mundo, no hay perdón!
No reiré yo, antes bien invocaré, en este acto, a las voluptuosas deidades de la diluida inspiración, aquellas que guiaron los caminos de ángeles y demonios en el trato, maltrato, o aporreo liso y llano de los proyectos literarios. Estas mismas que desde el salvaje ultraje perpetrado por los noveles divinos, machos pornos del occidentalismo a saber: Santo estructuralista, Santo deo psicoanalista y semi-Dios socialista, nos han negado su presencia mostrándonos el oprobio de su ausencia. ¿Seré yo aquel que reclamará sus formas, oh, musas del atardecer, en la tarea de recrear los segundos y definitivos trabajos del héroe y amigo?, la respuesta ha de surgir clara y evidente: No lo se.