LA DESPEDIDA BAJO LA LLUVIA
Salió de la habitación a pasos firmes, el baño de luz que recibió no la inmutó, sus pensamientos perecían firmes. Los transeúntes y el bullicio de un día agitado para nada alteraron su expresión. Antes de llegar a su destino, se aseguró de llevar la carta consigo. La palpó en el bolsillo. Tocó la puerta. A su encuentro apareció un hombre moreno, delgado, de mirada taciturna y tierna, sus escasos cabellos negros se esforzaban por simular una prematura calvicie.
El le extendió la mano con una sonrisa ingenua que se confundía con la expresión de lloro. Ella respondió con la amabilidad que le era propia.
Al verla, Benjamín sintió que toda la vida transcurrió en ese segundo. Su mirada mantenía la misma ternura, como el rocío de la mañana. Ante aquellos ojos, todo moría en un abismo. Observarla era como succionar la savia. ¡Cuánto ansiaba tocar esa mirada!
Como quien se esfuerza en zafarse de un embrujo, le indica un asiento. Al sentarse y tenerla de frente, Benjamín se percató de, a pesar de su mirada, lo aplomado del rostro de Mieidy. Parece que no habría evasivas. La suerte estaba echada. Él lo presentía.
Ella comenzó diciendo:
-Escribí una carta.
El rostro cadavérico de benjamín se contrajo. Preguntó:
- ¿Cuándo la escribiste? – Pareciera que no alcanzó a decir otra cosa.
Ella se puso de pie y dijo con voz pausada y algo alterada:
- ¡Qué importa el tiempo!
Benjamín sintió que en aquella firmeza estaba su sentencia. Entendió que todo estaba en la carta.
Se levantó. No había notado que comenzaba a llover, fue hasta la ventana y miró a través de ella. Gotas menudas y prolijas se deslizaban por los cristales, lo empapaban todo. Mileidy se acercó, de pie a su espalda, miraba en la misma dirección. Él dijo con voz queda y evocadora:
- ¡La lluvia!
Ella respondió al instante:
- Sí, la lluvia.
Unos minutos después, él siguió:
-¿Recuerdas?
- Ella respondió inmediatamente:
-Claro que recuerdo. Recuerdo todo, Benjamín. No he podido olvidar nada. Todo está en mí como si fuera ayer…
Él la interrumpió:
- Corríamos bajo la lluvia, te llevaba de la mano, el frío nos daba fuerzas, no nos cansábamos, sólo éramos tú, la lluvia y yo.
No sigas hablando por qué… -dijo ella cuando él la vuelve a interrumpir.
- ¿Vamos otra vez bajo la lluvia, Mileidy?
- Es tarde…. - Respondió ella, mientras su mirada se fijaba en algún lugar del pasado.
- Hagámoslo, Mileidy, nunca es tarde – Dijo él con entusiasmo.
Él la tomó de la mano y salieron. Se detuvieron ante la puerta un instante, miraban hacia la inmensidad. Gotas caían sobre sus cabezas, bañaban sus rostros. Los corazones se elevaron y una sonrisa infantil se asomó en aquellos rostros felices.
Corrieron bajo la lluvia, como en tiempo atrás, tomados de la mano… Giraban, saltaban, danzaban y gritaban. Parecían dos locos extraídos de algún cuento fantástico. Fue como un vuelo a la interioridad, al pasado. Se perdió el tiempo y el espacio. No existían transeúntes, edificaciones ni vehículos. Sólo el éxtasis de un transe. A todos hablaban, saludaban y sonreirán. Él vociferaba que la amaba. Ella respondía de la misma manera.
- Quiero que todos sepan que te amo. –Gritaba Benjamín como fuera de sí
- Eres mi loquito -Le decía ella llena de entusiasmo y alegría.
Sus cuerpos empapados se acercaron, temblaban; él cubrió sus mejillas con las manos, ella arropó aquellas delgadas manos con las suyas. Lo frío y lo cálido se mezclaron. Juntaron sus labios. Ella lo cubrió de ternura, cariño y delicadeza. A él se le acortaba la respiración, suspiraba, temblaba. Seguido al beso, se abrazaron. Hasta ese momento no lo habían hecho. Cuando ocurrió algo inusitado, difícil de explicar. ¿Quién puede explicar lo que ocurre en el corazón de los enamorados? En ese abrazo aquellos seres se fusionaron, sus almas se unieron, como se mezclan los metales en el fuego.
Ella acercó sus labios para un segundo beso. Se percató que benjamín no sólo temblaba, se estremecía. Ella quiso mantenerlo firme adhiriéndolo a su cuerpo, pero él se deshizo entre sus brazos. Se esforzaba por mantenerlo firme. Benjamín se desplomó inerte en el pavimento.
Ella, horrorizada, le gritaba:
Amor mío!… ¿que sucede? Se arrodillo ante él. Y lo miró sin salir de su asombro, el miedo se apoderó de ella.
Vida mía, vida mía... – le decía mientras le daba en las mejías.
No reaccionaba.
Ella gritaba pidiendo auxilio.
Benjamín fue llevado a la medicatura más cerca. Ella entró en pánico al ver su rostro pálido e inerte. Mientras aguardaba por el médico, pensaba en todo lo sucedido, pero no tenía claridad. Ansiaba con desespero alguna información sobre su amado. Tenía su angustioso rostro hundido entre sus manos cuando el médico salió de la sala de emergencia. Afanoso, miraba en todas direcciones, buscando algún familiar del recién llegado.
Usted es familiar? – Preguntó a Mileidy con una naturalidad pasmosa.
No. Ellos vienen en camino. Yo soy…
Está bien -le interrumpió el doctor con el mismo afán que salió de la sala contigua.
No se pudo hacer nada. Falleció.
Mileidy quedó muda e inmóvil. Su mirada quedó fija en el piso, en el vacío.
No, no, no puede ser… -dijo para después prorrumpir en llanto.
El doctor la tomó del brazo para que no se desplomara y la llevó a un asiento.
Allí lloraba desconsoladamente mientras decía:
- No, tú no,… Dios mío, por qué… él no, él es mi amado, mi vida, mi tesoro.
La familia de Benjamín procuró un sepelio rápido, y en efecto, así fue. Una vez realizado los tramites forenses, fue sepultado. ¿La causa de la muerte? Benjamín había sufrido tres infartos recientemente, pero a eso se le añade una neumonía crónica que padecía para el día de la muerte. Tenía prohibición estricta de agitarse y estar sometido al frío, a la lluvia.
La tumba de Benjamín recibe frecuentemente la visita de alguien que lleva en su bolsillo una carta.
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