Hace uno días, antes de cerrar la bolsa de la basura, me entró curiosidad por ver lo que arrojé a la misma. Al principio encontré varias hojas arrugadas del diario que coloco en el fondo de la jaula de mi loro, un yako africano (o loro gris), repletas de sus excrementos. Estos cubrían varias esquelas, concretamente la del Muy Ilustrísimo Señor don Álvaro Funes del Corral, fallecido el 17 de febrero de 2008, a los 89 años, habiendo recibido los últimos sacramentos de su director espiritual y la de Doña Antonia Ríos Palacios, fallecida el mismo día después de una penosa enfermedad. También se presentía la fotografía de un famoso político español, cuyo nombre omito, y la de un as del fútbol internacional.
Más abajo varias pieles de plátano, cascarones de huevo, espinas de pescado y hojas amarillentas de lechuga. El cuello de una botella de vodka “Absolut” parecía pedir auxilio…
Descendiendo se entreveían algunos garbanzos mezclados con fideos y restos de alguna víscera de animal unida a un corazón de manzana reineta.
Ya en el fondo descubrí un espejo roto que reflejaba fielmente cada una de las arrugas de mi rostro ocasionadas por mis traiciones, varias desesperanzas y amarguras, tres momentos tristes y algunos complejos de culpa aún no superados desde que me los esculpieron a buril en mis neuronas los curas que me educaron. Vi mostrados aquellos secretos innobles que creía olvidados y dos o tres desilusiones que me habían llevado al borde del suicidio. También se reflejaba aquél momento en que vendí a mi mejor amigo. Aparecía mi vagancia y desánimo, los momentos de cobardía para delatar la injusticia, el conformismo frente a lo inasumible…
A partir de entonces todas las noches reviso el contenido de la bolsa. Todo varía, menos el espejo roto que siempre se encuentra en el fondo de la misma para recordarme quien soy.
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