Guardaba turno en una hilera para que una de las dos mujeres del Banco me atendiera. Al poco, mientras una me atendía, la otra, que quedó libre, me miró y me preguntó:
—¿Le atienden?
—Estoy siendo atendido, ahora bien, si me quiere atender usted también, me dan el doble de dinero —contesté sin prestarle mayor atención y me sonrió.
Al momento recogí los billetes de euros que me dio la primera mujer y yo salí del Banco. Uno no podía huir del sistema capitalista.
Rumbo a casa pensaba en el amigo que detuvieron por luchar contra el sistema. En vano las moléculas del amigo borbotearon para defenderse. Los policías se lo llevaron. Todavía no sabía el por qué. Pero si el pobre no había aprendido ni lo que era el sistema métrico decimal, mascullaba para mi mismo.
Hizo primero de ESO y, después de repetir primero de ESO y con todo suspendido lo pasaron a segundo, y repetir segundo y con todo suspendido lo pasaron a tercero: y ni siquiera así terminó la ESO. A lo sumo aprendió a leer, escribir, sumar y pocas cosas más.
De manera que lo habían detenido sin saber lo que era el sistema y sin haber entrado en él. Desde ese día lucho para que no me domine la sensación de que yo podría haber sido detenido.
Para no pensar tanto en eso, me centré en la recomendación del médico, ¿cómo voy a comer comida al baño de María? No encontraba solución a cómo hacerlo.
Por suerte María, mi compañera, se estaba bañando. Entonces cogí las verduras y las frutas regadas con agua de la central nuclear y las metí dentro del agua de la bañera junto a María. Luego las saqué, la dejé secarse y me las comí.
No creí haber luchado así contra el sistema, ¿qué sistema?
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