Hacía frío en la calle. El viento soplaba y me quemaban las mejillas, la frente, los párpados. En mi carrera de periodista nunca había entrevistado a un boxeador, estaba ansioso, agitado. Llegué al lugar y era como lo esperaba. Un sótano. Con una escalera estrecha que descendía formando un codo. Miré el reloj. Estaba bien la hora. Debería encontrar a Gómez a esa hora de la tarde. Bajé y sentí a el calor golpearme la cara, había calefacción allí abajo. Había olor a cuero, a grasa, a zapatilla de lona. El calor me envolvió como una gran vívora pitón, así que me saqué, apresurado, la campera y me desenvolví la bufanda que traía al cuello.
El sótano era amplio. Como un gran galpón bajo tierra. Había muchos jóvenes intercambiando golpes, puñeteando bolsas, saltando la soga. Tenía sed, me acerqué a una de esas máquinas de gaseosa y metí una moneda. Por la boca de la máquina salió disparada una lata de coca-cola y resbaló por el piso hasta quedar junto a la pared. Tomé la lata y la bebí. En la pared, pegados en una tabla de aglomerado, había viejos recortes de diario. En las fotos se veía a Gomez con un cinturón que reflejaba el título mundial, además había uno de una pelea en el Luna Park y otro en Las Vegas, Nevada. Eso había sido hace mucho tiempo. Quince o veinte años tal vez. Busqué alrededor para ver si veía a Gomez pero no. No estaba por ningún lado. Me senté en un banco y me dispuse a esperar.
Una chica fumaba al lado mío, en un principio no me había dado cuenta de su presencia, después sentí el humo picarme en la nariz, después la vi. Tenía una gorrita amarilla y un enterito negro de esos de tela brillosa y ajustada. Fumaba y parecía apesadumbrada.
- ¿vos sos boxeadora? le pregunté sabiendo que no lo era, sabiendo que era una
pregunta ridícula.
Se rió. La risa en su cara triste fue una imagen extraña, pero también sentí placer, como si hubiera sido un logro ese atisbo de alegría entre su amargura.
- Soy promotora. Soy la chica que se sube al ring con el cartel del round me dijo.
Imaginé la adrenalina que debía de sentir esa piba cada vez se subía al ring. Su cuerpo enfrascado a presión dentro de ese enterito brilloso debía despertar las ocurrencias más vulgares y obscenas.
- Te deben gritar de todo le dije.
- Ya estoy acostumbrada. Al principio me daba vergüenza, después no.
Dijo esto y bajó la cabeza y se quedó como pensando. De repente pareció como si
yo hubiese desaparecido y no me habló más, ni se refirió a mi, ni nada. Otra vez había encendido un nuevo cigarrillo y tenía los ojos llenos de lágrimas. A tal punto que el delineado de sus ojos había empezado a correrse. Me paré y decidí buscar a Gómez por el gimnasio.
Había muchos tipos en ese lugar. Todos hacían ejercicios distintos. Vigorosos. Enérgicos. Bien machos todos. En un costado, bajo un ventiluz, estaba Gómez. Golpeaba una bolsa inmensa de color marrón. Con cada golpe se desprendía sudor del cuerpo de Gómez, y la bolsa parecía retorcerse de dolor. Sentí miedo. Me acerqué despacio y me puse a un costado, a observarlo, a esperar la ocasión para interrumpirlo y decirle de la entrevista. Gómez estaba panzón, con la cabeza llena de canas, un poco pelado también. Ya no era el de antes. Pero se decía que necesitaba el dinero e iba a volver al ring por un tiempo. Un viejo campeón era siempre un atractivo para ver, así que ya estaba el circo armado, la televisión, la radio, los avisos, el retorno del campeón decían. Yo era parte de esa maquinaria y necesitaba conseguir la entrevista para un diario, tal vez así conseguir un ascenso, o un mejor sueldo por lo menos.
Gómez seguía golpeando la bolsa. En un momento se detuvo y me miró, lo hizo con el ceño fruncido, la cara retorcida.
- ¿Qué miras vos? me dijo.
- Soy Aristizabal, el periodista. le dije.
- Espía de mierda. me embistió con el comentario y me largó dos o tres
trompadas que alcancé a esquivar. Tenés buenos reflejos. ¡Tito! Pasale unos guantes al fulano este. le dijo a un muchacho bajito y regordete que estaba a un costado. El muchacho me alcanzó los guantes.
- No, no. dije.- Gómez vine a entrevistarlo nada más.
- Querés la entrevista, subite al ring.
- Es una locura, me va a matar.
- Querés la entrevista, subite al ring.
- Necesito la entrevista Gómez, no estoy jugando.
- Yo tampoco.
El muchacho, que parecía su asistente, me tomó de las manos y me puso los
guantes. Como un suicida resignado subí al ring.
Estaba frente a frente con Gómez. El tipo saltaba, rebotaba como si le hubiesen dado cuerda, se movía de un lado a otro. Me tiró una piña. La esquivé. Me sorprendí yo mismo de mi rapidez. Gómez me sacudió un par de golpes más pero también los hice pasar de largo. A lo mejor yo no era tan malo para el boxeo. Tengo que animarme, me dije. Respire hondo, me preparé y largué un zarpazo al rostro del boxeador. Mi puño impactó en su pómulo, justo debajo del ojo derecho. Gómez, pareció mareado, sorprendido, entonces le pegué dos golpes mas, uno al pecho, otro al abdomen. Miré a un costado y la chica del enterito negro estaba mirando la pelea. Me subió una adrenalina por la columna vertebral, empecé yo a saltar y moverme y correr por el ring. Los ojos de Gómez se llenaron de sangre, sus narinas se abrieron, parecía un toro, solo le faltaba un aro en la nariz, me lanzó dos puñetazos más. Duros. Fuertes. Crudos. Parecían mazazos, mísiles, cascotes. Los esquivé agachándome, miré a la chica, le guiñé un ojo, sonreí. De repente sentí que la cara se me arrugaba como un repollo, un crujido, un gusto a sangre, el impacto de un golpe que me retumbaba en todo el cuerpo. Cuando me di cuenta yo estaba tirado en la lona, veía todo borroso, Gómez estaba parado a un costado mío y levantaba los brazos y se escuchaban gritos que lo felicitaban.
- Hijo de puta abusador pensé. Me quise parar pero no pude. Estaba mareado. La chica se me acercó y me puso un trapo fresco en la cara. Me sentí un poco mejor. Me ayudó a incorporarme y me llevó a un costado. Nos sentamos en un banco. Me puso el trapo húmedo en la boca y mordí, salió líquido y eso calmo mi sed. Sentía que el mundo ondulaba a mi alrededor. Las cosas subían y bajaban y se movían como si Dios estuviese sacudiendo el universo. Pude ver que la chica había encendido un cigarrillo. Traté de fijar la vista en su rostro, definitivamente su cara estaba otra vez impregnada de dolor.
- ¿Qué te pasa? le pregunté.
- Nada.
- Algo te pasa.
- Voy a perder el trabajo dijo llorisqueando.
Me di cuenta de que yo no tenía la entrevista. Yo también perdería el trabajo, la posibilidad del ascenso por lo menos. Me dolía todo el cuerpo. Desde la nariz hasta las falanges del pie. Ella también sentía dolor.
- Van a usar un cartel electrónico para indicar el round, ya no me van a necesitar.
dijo la chica.
No se por qué sentí que lo que decía era una nimiedad al lado del dolor que yo
sentía, sobre todo en la mandíbula. Le acaricié la cabeza, ya vas a conseguir otro trabajo, le dije. Me puse la campera, me enrosqué la bufanda y salí al frío de la noche. Rengueaba. Respiraba con dificultad. En la esquina entré en un café. Necesitaba la entrevista. Me pedí un café con leche bien caliente. Abrí el diario. En la página de deportes hablaban del retorno de Gómez. Hijo de puta, pensé. Se me ocurrieron algunas cosas más. Saqué mi libreta del bolsillo y me dispuse a inventar una entrevista. Me acordé del cuerpo robusto del tipo, de su panza como una sandía, de sus golpes como hachazos, del puñetazo que nunca vi pero que me dejó desparramado sobre la lona. Apreté fuerte el lápiz entre mis dedos, sentí un sabor dulce en la boca, ahora era mi turno, empecé a escribir. Iba a masacrar a Gómez.
|