Los tiempos del miedo
Virgilio Justo
Le sorprendió encontrar a Guillermo Peralta, el hombre que acababa de publicar uno de los libros más vendidos en todo el país, reclinado en un sofá de tela deshilachada y colores oscuros, no era esa, precisamente, la idea que, por la prensa especializada, se había forjado de la persona a la que tenía que entrevistar.
Sí, se encontró a un hombre de unos cuarenta y cinco años, muy moreno, de pelo ensortijado y una cicatriz en el pómulo derecho, barba de varios días y ojos febriles que le observaba con cierta socarronería. “Tal vez –pensó Alejandro-, está calculando que efecto causa en mí este extraño recibimiento tan poco protocolario en una persona que, según se decía, estaba ganando muchísimo dinero con la literatura al recibirle en la habitación de un hotel de segunda, puede que esté de mal humor, si no, ¿a santo de qué este displicente recibimiento?”
Alejandro, en vista de la fría acogida se apresuró a buscar un enchufe para su grabadora mientras observaba, no sin cierta extrañeza, la habitación
El escritor le indicó, con un leve gesto de la mano derecha, que tomase asiento frente a él en una silla de cuero frente a una mesa de nogal con patas muy bien torneadas en la que había, además del volumen objeto de la entrevista, un ordenador portátil, una botella de vino y dos vasos.
Los dos hombres permanecieron en silencio hasta que el empleado del hotel que le había conducido hasta allí, salió con una leve inclinación de cabeza cerrando la puerta a sus espaldas.
Alejandro, procurando que su rostro no reflejase sentimiento alguno, tras los saludos protocolarios, conectó la grabadora en un enchufe de la pared y colocó unos folios con las preguntas que le habían sugerido en la redacción del periódico junto al grueso volumen de LOS TIEMPOS DEL MIEDO, se sentó y esperó en silencio, posando su mirada sobre los escasos muebles de la estancia, una cama grande cubierta con una colcha a cuadros blancos y negros, dos mesillas de noche con sus correspondientes flexos y, al fondo, sujeta a la pared por unos garfios grandes, una estantería de madera conteniendo dos docenas de libros y en la esquina, junto a la puerta, un armario de grandes espejos, cubría casi toda la pared, se sentía cohibido pero no estaba dispuesto a dejarse intimidar por la aparente prepotencia de aquel hombre, de ninguna manera. El escritor, bebió un sorbo de vino de su vaso y - tras breve carraspeo-, inició el diálogo de una forma que a Alejandro le dejó, inesperadamente, sin respuesta.
- No ponga usted esa cara de bobalicón, joven, ¿qué esperaba encontrar? ¿Una rutilante estrella de las letras?... Como comprobará, no hay nada de eso…
Tragó saliva antes de iniciar la primera pregunta de su cuestionario como si no hubiese oído nada.
- Señor Peralta, ¿Cuál es la idea principal de LOS TIEMPOS DEL MIEDO?
Guillermo Peralta movió la cabeza a un lado y a otro antes de respondes.
- El fracaso, hijo, simple y llanamente, el fracaso ¿Se le ha pasado por la cabeza alguna vez observar el mundo en el que vive? No, ¿verdad? Pues mire, vivimos en unos tiempos llenos de miedo, a vivir, a perder el empleo, la cartilla de crédito, ese dinero de plástico que nadie ve y que, según nos cuentan, lo compra todo, miedo a perder la salud, el estatus social, de pronto, de la forma más tonta, si falla algo surge el temor a que no nos concedan un crédito… A que no nos valoren… Y ese miedo, enfermizo que no atenaza, mi querido amigo, es el que nos conduce al fracaso…
- Fue esa idea de fracaso la que…
-¿La que me llevó a escribir el libro? Sí y no, yo escribo por dinero, pero, para escribir, observo lo que me rodea y, permítame que le haga una confesión muy personal, y que, desde luego no es nada literaria ni romántica, hace unos meses, me encontré con que había gastado casi todo el adelanto que me habían pagado a cuenta de una novela romántica que le esbocé a mi editor, le gustó y me comprometí a escribir…Y como no se me ocurría nada, pero nada en absoluto… ese fue el motivo, si usted quiere la idea, como no se me ocurría nada, ante la pantalla en blanco, decidí relatar lo que ocurre en nuestro pobre y maltratado mundo y, por consiguiente, en mi propia vida, no todo, no soy tan atrevido para provocar que caigan sobre mí las iras de demasiada gente, fui picoteando un poco de aquí y de allá y, de combinar hechos de mi vida con hechos de nuestro mundo… salió el libro que tiene usted delante, todo el mundo sabe que, leyendo entre líneas, puede verse, más o menos definido, a su autor, puedo garantizarle que me limité a novelar, con cierta ironía, lo que otro cualquiera hubiese arrojado a la papelera… y ¡voila!, ahí tiene usted LOS TIEMPOS DEL MIEDO y, si le digo la verdad, espero que ciertas personas no me lean, lo que menos desearía en este mundo es tener que gastarme en el juzgado los derechos de autor…Lo que si puedo garantizarle es que en este libro hay, por lo menos, un cincuenta por ciento de mí mismo, el resto es fantasía, a los lectores les dejo la labor de separar el trigo de la cizaña… ¿me entiende?. Espero que no pretenda que le diga donde está el trigo y dónde la cizaña… ¡sería demasiado!, esa es labor que dejo a mis lectores mas avispados, lo que sí puedo decirle, a fuer de sincero, es que en esas páginas están muchos sueños, quimeras e ilusiones que nunca, como ocurre a casi todos los seres humanos, he podido alcanzar.
- Entiendo, pero, ¿ha merecido la pena?
- No lo sé. ¿Merece la pena desnudarse en público? Sin embargo, mucha gente lo hace, cada uno a su forma… yo, muestro mis pensamientos, mi corazón, mis odios, mis filias y fobias, todo, sutilmente mezclado con situaciones y momentos de nuestro mundo actual, por eso, en lugar de tener problemas para devolver el adelanto… estoy tomando, en su compañía, este vino que usted sin duda considerará vulgar y que a mí, me ayuda a estar lúcido para sus lectores…
- Perdone, ¿no le habré ofendido?…
- No, por Dios, no se preocupe, pregunte lo que le hayan pedido…Pero, me interesa dejar claro que con LOS TIEMPOS DEL MIEDO mi intención es despertar inquietud, que los lectores encuentren al Guillermo Peralta que creen buscar, no el que usted está comprobando que soy, un ser vulgar, mezcla de lo que fui, lo que soy y lo un día soñé ser, ¡como todo el mundo!,eso sí, en tres dimensiones…
- ¿Realmente ve usted tantos peligros en nuestro mundo?
- He observado que escrutaba la habitación, ¿ha encontrado alguna televisión?
Alejandro, responde sofocado.
- Usted perdone, nos han enseñado que el entorno…
- Espero señor…
- Torres, Alejandro Torres.
- Pues eso, señor Torres, si le ha sorprendido no encontrar en mí a un grandilocuente y confuso fabulador de tonterías quiere decir que no ha leído mi libro, de haberlo hecho, no estaría contaminado, ni pendiente de causarme buena impresión, no ve ninguna televisión porque nunca quise tener ese artefacto dañino… Sí, no se sorprenda, la televisión es la máxima enemiga de la cultura, de la lectura, del arte, nos acostumbra a las pildoritas… Incluso cuando denuncia la inseguridad en que vivimos nos induce a creer que las desgracias del mundo pueden evitarse no saliendo de casa, contemplando el mundo en sus veinte pulgadas de luz, ¿comprende?, en ese dichoso aparato vemos un mundo teledirigido, ¡y nunca mejor dicho!, mi propuesta es que miremos a nuestro alrededor, que seamos capaces de reconocernos en el ambiente en el que nos movemos… ¿Recuerda los días que siguieron al 11 M? ¿Observó como la gente iba huidiza por la calle, como escrutaba los rostros de los que pasaban a su alrededor intuyendo imaginarios peligros? Eso era vida, sentimiento. Sin embargo, vemos las noticias de Irak y seguimos comiendo el filete, lo que nos muestra la televisión no nos cala, pero existe, ocurrió, y ha ocurrido en muchas otras partes, en Londres, en Egipto, en Brasilia, cada día saltan las alarmas y los afectados, pobres, turistas, campesinos…no nos duelen. Nos parece una película. Y dígame Torres, ¿cuál era su delito? Estar allí, ese es el miedo que nos muestra la televisión, ese es el miedo con el que estamos acostumbrándonos a vivir…
- No se me había ocurrido pensar que…
- Pero, ¿Qué tienen que ver las desgracias que ocurren con el hecho de que sea la televisión la que nos las muestre? Muy sencillo, que cuando vemos a un árabe, nuestro cerebro recuerda las imágenes y sentimos miedo. Ese es el peligro de la televisión.
- Ya, claro, comprendo…
- No comprende… pero sigamos. Sintetizar en unos segundos cada tema lleva a que en veinte minutos nos han hablado del turismo, de la Bolsa, de las empresas que emigran, del paro, de la droga, de los inmigrantes, de los cayucos, de la legalización de papeles y usted, cuando oye eso ¿en que piensa?
- No lo sé, ¿en la xenofobia?
- En asegurar su puerta, en si está seguro su dinero en el banco, en violencia, robos, trabajo clandestino, paro, inseguridad…
-¿Y?...
- La televisión no dice que los inmigrantes que trabajan en este país colaboran a la creación de carreteras, residencias, hospitales, bibliotecas, cárceles, sí, no se me moleste, también cárceles, y puede que al cabo de unos años, con la ampliación de las cotizaciones, nosotros podamos ir a una Residencia en la que el doctor que nos atienda sea indio y la enfermera senegalesa ¿qué le parece? ¿O no cree usted que los hijos de esos inmigrantes, dentro de treinta años, no pueden cuidar de su artrosis, su parkinson, su cáncer de próstata o lo que le tenga reservado el futuro para entonces?, no me sea usted utópico, señor Torres, todo eso se construye ahora y hay que aprovechar el aluvión que nos invade y ver como positivo que la obra que su comunidad de vecinos encarga a la empresa equis, la limpieza de su hogar, el cuidado de sus padres…la vigilancia de la estación de autobuses… la atención en los hospitales, todo eso que es la vida cotidiana lo realicen en gran parte los inmigrantes y, de eso, no espere que le hablen bien en los Informativos, los Informativos jamás le darán buenas noticias…
-Sí, pero si nos llenamos de inmigrantes…
- Cotizan a la Seguridad Social, pagan las carreteras, los hospitales, los colegios… Los tiempos cambian y esos cambios conllevan riesgos…
- Sí, sí, pero todavía no me ha hablado de su libro…
- Espero a que lo lea, cuando lo haya leído, vuelva señor Torres, vuelva y le atenderé con mucho gusto.
- Le aseguro que lo he leído y… no habla nada de todo eso que usted…
- Léalo… después hablamos.
Alejandro sale de la habitación convencido de que el tal Guillermo Peralta le han tomado el pelo, no sabe que va a poder presentar en la redacción, de pronto, una sonrisa se dibuja en su rostro. Transcribirá la cinta, eso es, la cinta es lo que cuenta.
En cuanto se ve solo, Guillermo Peralta pulsa el timbre para pedir otra botella.
“¡Dios!… menos mal que se ha largado, ¡Qué pesado!.. Si llega a oídos de mi editor que trato así a los chicos de la prensa… tendré problemas para cobrar las próximas liquidaciones.
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