Aún no hace demasiado tiempo, cuando se podía pasear después del ocaso por la playa bajo la luna o sin ella. Recuerdo que íbamos a pescar después de cenar, con la única luz de las linternas y que nos tumbábamos sobre las rocas buscando estrellas mientras picaban las doradas y los sargos sacudiendo las puntas de las cañas.
De madrugada y en la playa también se reunían las peñas de amigos; comíamos pan tierno con cebolla y sardinas braseadas en los rescoldos de grandes leños de olivo… y bebíamos vino tinto de botellas refrescadas en el agua salada. Se podía después, en verano, dormir sobre la arena, cubiertos tan solo con el fresco del rocío.
Los barcos salían nocturnos a faenar en aquel tiempo, con sus luces centelleantes y sus manojos de reflejos; con el ruido monótono de sus motores y los graznidos de las gaviotas que les seguían.
Las jóvenes parejas buscaban la orilla para buscarse ellos mismos y encontrarse clandestinos; ocultos por las suaves sombras y por un murmullo de ir y venir de marejada.
Hasta los niños jugaban a la luz de las farolas en las escaleras del paseo marítimo, mientras sus padres, confiados, tomaban cerveza, platos de pulpo asado y almejas con limón en las terrazas de las tasquillas del puerto.
Hoy, para nuestra desgracia; la playa, las escolleras, el paseo paralelo a la costa… son sitios prohibidos en cuanto el sol se oculta. Los pesqueros ya no salen después de anochecer y el mar permanece oscuro y cerrado. Tan solo algún barco, forastero e ignorante del peligro que se cierne sobre él cruza trémulamente y en silencio la franja costera. Las calles adyacentes se quedan desiertas e inquietas de mutismo; las puertas y ventanas atrancadas.
Se habla de seres monstruosos, que surgen hambrientos de la espuma y de la arena mojada tomando formas repugnantes y aterradoras. Se comentan antiguas desapariciones y otras más cercanas en el tiempo; se citan los nombres de aquellos de los que, desgraciados, tan solo se encontraron sus ropas en el malecón, por la mañana.
Únicamente unos grupos de individuos extraños se atreven a visitar la playa en la noche; prenden hogueras, cantan y bailan insólitas canciones; dicen que si te acercas lo suficiente se les puede ver nadar desnudos, desafiando a los engendros de la orilla. Se cree que son integrantes de sectas demoníacas que mantienen oscuras relaciones con los monstruos y que acuden cada crepúsculo a su perversa cita. Vienen de fuera y se retiran al amanecer huyendo de la luz. A veces van por el mercado buscando pescado y fruta; entonces se hace el silencio y mientras rezamos… ellos compran, pagan… pero nadie les habla; no queremos verlos por el pueblo.
Nunca hables con ellos; si lo haces, tus ropas aparecerán a la mañana siguiente sobre el malecón… y nunca más se volverá a saber de ti.
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