Cada uno es su propia historia. Miro mis brazos; dentro de mis venas corre sangre italiana y española.Soy el resultado de napolitanos y vascos, una mezcla poco estable que reacciona a la menor sacudida.Tengo en la mano una foto de mis bisabuelos; un señor mayor de cabello y bigote blanco, con las manos negras de trabajar la tierra, y una sonrisa tímida y dulce, que mira con verguenza hacia la cámara.A su lado, mi bisabuela, con rulitos también blancos, un delantal cubriendo la ropa humilde, y la misma sonrisa.Detrás de ellos, un rosal enorme cubierto de flores, un árbol con un par de herraduras clavadas, y una casa pobre.
En los brazos de mi bisabuela estoy yo, con apenas quince días de vida.Soy sólo un montón de ropa esponjosa con una nariz que asoma.
En la cara de los dos se nota la felicidad de la prolongación de sus vidas, el orgullo de la descendencia.No importa si ese bebé va a ser alguien importante o si va a pasar por la vida solamente ocupando lugar. Es el apellido, la sangre que se renueva, un pedacito de ellos dos. La seguridad de que no van a desaparecer de la faz de la tierra.
"La esperanza mía", decía don Jorge, un vecino de Adrogué mirando a su hijo.
En algún momento se perdió esa certeza de que cada ser humano es una esperanza.
Recordar nuestra historia es la única manera de salvarnos.
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