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Enfrentada ante el dilema de la vida en la cómoda silla de la existencia, siente que el nudo se ajusta sin ver los extremos de los que tiran, se tensan y la ahorcan. Hundida en sus pensamientos, tratando de encontrar la filosa voluntad que corte esos hilos que la atan, sin caminar por la ciudad que la rodeaba, sin parar en el semáforo que la detuvo justo antes de cruzar, sin atropellar al transeúnte que le tiró sus libros, ni leer la frase en el periódico que inconscientemente y sin sentido daría vueltas en su cabeza “Pronostican un aumento en los alquileres”. Aunque sabemos que si caminó por la ciudad, que se detuvo en cada esquina, que empujó ferozmente a cuanta persona se le cruzó y que pronto llegaría a casa a sacar cuentas para cubrir el posible aumento. Una vida colmada de momentos muertos, o una muerte llena de vida. Hoy ve todo en la tibia escala de grises y confiables medios.

Si le cuestionaran que había hecho exactamente durante la jornada no podría responder honestamente. En sus labios asomaría esa sonrisa que deslumbra al ingenuo y olvidaría la pregunta. La cómoda inercia de los días pasados llenos de momentos conscientes le llevaba una vez más a cumplir con sus obligaciones sin estar presente. Su cuerpo lo estaba, su mente no. Marioneta del destino. Llegando a casa, segura de que no habría interrupciones, se recostó tranquila en la cama. Se pondría firme, desafiante, de pie ante el cruel titiritero.

¿Quién soy? La pregunta golpeó en su mente con tanta fuerza que la sorprendió. Abrió sus ojos agitada, no habría esperado que comenzara tan rápido. Respiró profundo, una y otra vez, hasta que su cuerpo se tornó ligero. Cerró suavemente sus ojos y se dejó llevar.

¿Quién soy? Se asoma suavemente, ahora estaba preparada.
¿Soy yo esta que miro? Su mente se desliza de su cuerpo y colocándose al pie de la cama, la observa. Todavía se reconoce, ella es la persona que está tendida. Intenta recordar el día, verse rodeada de gente, contestado sus preguntas, siendo parte sus conversaciones. Ya a una distancia mayor no se reconocía.
¿Soy yo? Debo serlo. Si, lo soy.
¿En serio lo soy? Lo recuerdo, pero no me reconozco.
¿Soy yo la que respiró ese aire, la que caminó esas calles, la que rió de sus chistes, soy yo? Su pecho se agita, siente el vértigo de la caída libre. Va perdiendo contornos su existencia, aparecen los sucesos uno atrás de otro pero no les encuentra sentido. Ya a una distancia mayor, no es ella. Es un cuerpo, un rostro, gestos, dialectos, un nombre, pero no es ella.
Y nuevamente, sin piedad, aparece la pregunta ¿Quién soy? ¿Soy yo? Una alarma suena en su interior, le avisa que ese juego es peligroso, que no siempre se vuelve, que es muy fácil perderse en la locura. Pero está demasiado lejos resistiendo el hilo que la doblega a ser marioneta del cruel titiritero.

Su mente vaga por los años, distanciándose de su cuerpo, retrocediendo en su existencia tornándola voluble, maleable, buscando el origen, la causa primera de su ser. Continúa su camino desafiando al titiritero, jurando no ceder, mirando de reojo, esperando que tire de los hilos para resistirse al impulso de ser lo que él quiere que sea. Sólo debe acortar las distancias, encontrarse para que en el viaje nunca más se pierda. Pasaron segundos, o quizás años hasta que lo logró.

José, es su primera persona. Él lo inicia todo. No su madre, no su padre. Ve una niña sonriendo envuelta en perfume de rosas y una sonrisa sincera de respuesta. Ve un cabello corto y enrulado, la parrilla de una bicicleta oxidada y fuertes hombros para agarrarse, herramientas prolijamente ordenadas, surcos de riego, abono, almendras y té de menta. Es la niña original. Trepando ciruelos, buscando caracoles, de la mano de José, el abuelo José. Si, esa soy yo.
¿Quién soy? Soy ella, la niña.
Entonces, ¿Quién soy? Soy yo, Graciela.
El nombre ya no era extraño, ajeno. Nieta de José, dulce, cariñosa, sensible, generosa. Si, esa soy. No hija, ni hermana, ni mujer, ni ciudadana. Soy Graciela.
¿Quién soy? Finalmente, largamente esperada, soy yo y nunca más otra.

El juego termina cuando me encuentro, cuando puedo hablar en primera persona, cuando él lo llena todo y lo marca todo con su presencia. No soy más que lo que él moldeó, ni menos de lo que creo ser. Todos somos algo para alguien, por lo tanto somos muchos simultáneamente. El juego peligroso no es buscar en un mar de segundos el verdadero yo, sino vivir años enteros pretendiendo ser lo que no es real.

Texto agregado el 26-06-2008, y leído por 92 visitantes. (0 votos)


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