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Ven aquí, pequeña, recuéstate a mi lado, cierra los ojos, duerme tranquila mientras suave acaricio tu frente, deja que mi corazón te cuente esa historia que tanto te gusta, eso es, duerme mi niña...
“Érase una vez, en un reino muy próspero, una princesa vivía encerrada en una altísima torre. Confinada a la soledad, por un presagio infortunado, anunciando la llegada de una niña que la desgracia acarrearía. El Rey, hombre prudente, apartando la dicha de su lado, en cuanto padre fue, en monstruo se convirtió y a la recién llegada a la torre confinó. Pasaron los años y la niña se convirtió en mujer, sus anhelos en desesperanza y sus sueños de placer, sólo son una añoranza.”
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El artista se movía con precisión. Preparaba sus pinturas, los pinceles, el lienzo. Sabía que se aproximaba el momento creativo, lo presentía, necesitaba salir. Cuando todo estuvo listo, miró el lienzo en blanco y se dejó llevar.
Dedos ágiles moviéndose, trazando, acariciando. Mezcla perfecta de colores, plasmando la viva imagen en su mente, a su musa.
Lentamente fueron apareciendo los contornos. Boca roja, suaves labios para besar. Piel de seda, blanca y pura. Deliciosas formas, cintura frágil, manos delicadas.
El artista traza sueños con su pincel, los contornea con su técnica y las pinta con sus oleos. Creador de mundos remotos, dibuja paraísos en su mente, los revive dulcemente.
De a poco su musa fue plasmada en el lienzo, su cuerpo inmaculado surgió de sus manos. Creación a medida, perfecto reflejo de sus deseos más íntimos. Perfecta, solo para él.
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“Su padre el Rey, mientras la niña crecía, buscaba por reinos lejanos una adivina que le relate en una nueva tirada su renovada suerte. En una taberna de andrajosos y borrachos, le contaron de una vieja que con sus hábiles palabras, capaz era de convertir a un lobo en una oveja. Terminando su bebida, se dispuso a visitarla, y a galope ya salió, esquivando con cautela a curiosos pingajosos. La encontró en el viejo lago, sentada en un tronco añejo.
-“Vengo a que me lea mi suerte” le dijo ya maltrecho,
-“Su suerte está echada, la niña está maldita. Mucha fuerza y renuncia esta tarea amerita”, contestó la adivina.
Negándose a tal propuesta, el Rey, hombre obstinado, buscó una alternativa, quizás por otro lado.”
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El artista es caprichoso. Cuando compone lo hace a su gusto. Intenta comunicarse con el resto de los mortales por medio de sus emociones llenándolas de colores y relieves.
Pero como todo artista, su técnica tenía un límite. Estaba allí, era materia pero inerte, sin vida. Su creación no poseía más belleza que la terrenal.
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“El Rey, hombre paciente, dialogando con la vieja un secreto descubrió, una luz a su problema rebrotó. Renunciar a ser padre o ser padre ausente, he allí el nuevo dilema. El Rey, hombre sabio, advirtió que la variante sería la felicidad de la niña. Libertad o riqueza, soledad o pobreza.”
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Impotente, conocedor su límite, el artista tomó el cuadro entre sus brazos y suavemente lo depositó en un pedestal. Lo observó orgulloso de su labor, llorando por saber que su mente era prisionera de leyes universales, tal banalidad era imperdonable.
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“El Rey, hombre bondadoso, en un acto de inigualable benignidad le entregó el destino de su hija despojándola de la maldición y de su colosal prisión. La vieja con dos palabras liberó a su majestad de la malevolencia y en una especie de sueño etéreo la princesa cayó.”
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Lentamente con un cálido hálito que surgió de su ser la obra comenzó a tener vida. Suavemente fue dejando su prisión de tela, apoderándose de las formas, los colores. El artista desconcertado observó boquiabierto el nacimiento de su amada.
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“La princesa lentamente se fue desvaneciendo, perdiendo formas y colores, finalmente con un hálito cálido, su último suspiro, dejó de existir.”
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La aptitud del artista está marcada por su capacidad, natural o adquirida, de darle vida a sus obras. El talento es la capacidad excepcional de crear marcando un estilo propio. Y la genialidad cuando su estilo es reconocido socialmente. El artista, talentoso, genial, supo en ese momento que su obra no podría ser superada y en un abrazo eterno junto a su musa, ya sin límites ni prisiones, vivió feliz para siempre.
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“El Rey, soberano noble, vivió una vida dichosa sabiendo que no hay prisión más maligna que la de la mente, ni libertad más preciosa que la del espíritu. Y vivió feliz para siempre.”
Ya dormida, segura de maleficios y prisiones, la pequeña soñaba tranquilamente. Su madre apagó la luz dejando a la niña sabiendo que esta noche había sido partícipe de revivir personajes en su mente. Despacio y orgullosa, le artiste se alejó.
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