Cintia esta delirando por tanta elevada fiebre que tiene, su cuerpo está por demás transpirado,
y la cama es un pegote. Las sabanas están húmedas y calientes.
Ella se hizo como un bollo colocándose en posición fetal. Además de gemir llora.
Por tal caso la ventana quedó entreabierta entrando una ventisca desagradable que se suma al titiritar propio de la fiebre.
Cintia en su delirar siente que está como metida en una obra de teatro, y hasta ve visiones como el Don quijote de la Mancha. Por allá, ilógicamente,
sonríe de alegría a cuenta gotas,
pues España al fin rompió el hechizo de no poder vencer de visitante a Italia.
Pero la obra continua y la fiebre también.
Resulta ser que ella se enteró,
por boca de él mismo, que su novio es un gigoló cualquiera, aunque aun así el estaría enamoradisimo igual que ella,
deseando seguir adelante con el romance hasta alcanzar el matrimonio.
Pareciera la enfermedad toco su pico más alto rompiendo la parábola ascendente, provocando se un remanso en su cuerpo.
Pero su mente transita por el segundo acto de una comedia trágica por lo real y patética,
y el delirio momentáneo no de cuenta ni se percata de la pobrecita cordura que pende de un hilo.
Sus ojos yacen encandilados por los soles de las candilejas. Sus lágrimas ruedan calientes y se quedan como en un arroyo seco,
que es su cuerpo desnudo y febril.