RELATOS PARA COMPARTIR CON ALGUIEN ESPECIAL
Martes
El abuelo había llegado congelado y estaba sentándose junto a la chimenea cuando su nieta entró corriendo a darle un beso.
─ Abue, ¿qué vamos a hacer hoy, vamos a pasear?
─ No, Saraccia, no podemos ir porque hace mucho frío. Mejor nos quedamos en casa.
─ ¿Y qué hacemos entonces? ¡Me voy a aburrir!
─ No sé, ¿qué te apetece hacer?
─ ¡Ir a pasear, a correr, al parque!
─ Ya te he dicho que no puede ser, amore mio.
─ Bueno, pues entonces… ¡quiero que me cuentes un cuento! ¡Uno de esos que me cuentas de personas especiales que conociste y te explicaron su historia! ¡Así conoceré gente sin salir de la habitación!
─ Saraccia, tienes ya quince años, a lo mejor no es edad para oír cuentos…
─ ¿Quién lo dice? Aunque me haga mayor… ¡yo siempre seré un poco niña! Además, me encanta escucharte, nonno.
─ Bueno, deja que me haga una manzanilla y ahora me siento contigo.
Y el abuelo se hizo la manzanilla, sentó a la niña en sus rodillas y se dispuso a contarle lo que le había pedido.
Este no es un cuento como los demás. No empieza por “érase una vez”, y puede que no termine con “…y fueron felices…” En realidad, no es del todo un cuento ni tampoco sé cómo termina. El final sólo pueden conocerlo dos personas, los protagonistas de esta historia.
En este cuento hay magia porque todos los cuentos la tienen. Todo lo que encierra es especial y mágico. En el caso de esta historia, en lugar de ogros y princesas que viven en enormes castillos, aquí conoceremos a dos de-sastres que cosen y tejen prendas mágicas. También hay lugares encantados sin nombre ni peregrinos. Hay amor porque en todos los cuentos tiene que haberlo. Y hay un cuento dentro de otro cuento porque este es un relato muy especial. Está pensado para alguien especial, cuenta cosas especiales y es tan privado que sólo lo pueden entender por completo dos personas, aunque tú eres tan lista que quizá comprendas el significado de la historia. Por último, es un cuento sin final.
Pero sobre todo la magia que encierra es tanta que tras la última palabra siempre habrá espacio para seguir escribiendo. Iré contándote el cuento poco a poco, día a día, mi querida Saraccia, hasta que llegue al final que no es final, ¿vale?
─ ¡Sí, sí, pero empieza ya, que me gusta mucho y quiero oírte contarlo!
EL ABRIGO
Hace mucho tiempo, o tal vez ayer, hubo dos de-sastres que se conocieron y se hicieron amigos. Después, casi sin quererlo, tanto él como ella se pusieron manos a la obra para resguardarse de un frío invisible, un frío futuro.
─ Abue, ¿y cómo se llamaban los dos de-sastres? ¿Eran de-sastres porque metían mucho la pata?
─ Claro, cariño, es un juego de palabras. Y no sé cómo se llamaban… Se llamaban, por ejemplo, Antonino y Sarah.
─ ¿Como tú y la abuela?
─ Eso mismo… Y no me interrumpas más, que si no tardaré mucho y a lo mejor cambio de idea y no te cuento nada.
─ Pueees…
Pero la mirada del abuelo la hizo rodear su cuello con los brazos, darle un beso y callar pacientemente para escuchar el relato.
Comenzaron a trabajar en octubre. No hacía demasiado frío, pero un día se sentaron a hablar y se dieron cuenta de que podía hacerles falta un abrigo. La primera tarde tejieron la parte que cubre el corazón y el alma para que, si uno se siente desnudo como ella se sintió, no tuviera frío jamás y las lágrimas no resbalaran por su blanca y fina piel.
Un día, de repente, ella envejeció todo un año. Aquellos días el frío y las lluvias arreciaron y el pensó que quizá ella no estuviera lo bastante abrigada. Por eso él decidió
proteger su cuello con una bufanda. Decidió tejer para ella algo original y eligió una bufanda de hombre, de colores, alegre y elegante.
Poco después ella comprendió que era hora de abrigar las manos del sastre, que se estaba acostumbrando a abrazarla con bastante frecuencia. De la nada creó un par de manoplas, una blanca y otra azul. Él no supo bien para qué servían cuando las vio, pero la cara de ilusión que tenía la joven le hizo comprender que aquel era el mejor regalo que le habían hecho hasta entonces.
Más tarde vinieron los viajes, viajes hacia el frío. Entonces fue el momento de decorar con lunares y corazones los pies de ella. Y así siguieron dándose calor y evitando siempre que el otro se sintiera vacío y frío.
Terminaron de confeccionar aquel calor tan maravilloso una mañana de enero en que ella llegó asustada y desvalida y él, cuando comprobó que tenía la nariz aún más fría que de costumbre y el cuerpo en general helado, se quitó el pijama y vio cómo ella se lo ponía, admirando la belleza de su silueta femenina. Así, a través de todos aquellos retales, confeccionaron su primera prenda juntos. Después compartirían muchas cosas más, pero hoy estoy cansado y no puedo seguir contándotelas.
─ Pero me ha gustado mucho, Abue. ¿Continuarás el cuento mañana?
─ Sólo si me lo vuelves a pedir.
Y la niña abrazó al abuelo.
FIN DE LA PRIMERA PARTE
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