ELLA EN MIL PALABRAS
Merece un libro, o varios.
Se levanta cada mañana y, a ojos del mundo, es como si fuese una persona distinta a la que se acostó la noche anterior. Se comporta con frialdad, casi con frivolidad. Hay que ganársela cada mañana hasta que llega la noche y, a la larga, uno tiene la sensación de que al día siguiente le habrá olvidado. Así lo demuestra la experiencia.
Tiene los zapatos rotos de dar vueltas por el mundo. Va grabando un documental sin cámara que la convierte en un peligro para sí misma mientras cabalga (Ladran, Sancho…).
Es una especie en extinción o en expansión, depende: se bebe sus propias lágrimas en botella de cuello largo para, después del tercer trago, perder la inhibición y salir de su escondite de niña buena. Presenta un application form para todo el que está disponible y también para aquellos que no, basta con que le queden cerca. Pasa pocas noches sola y muchas en vela.
No sabe protegerse de sí misma.
Tiene miedo de estar sola aunque algunas veces es lo suficientemente consciente de que hace mucho tiempo que lo está, y de que no permite que los que no quieren que esté sola se le acerquen. Sola no se siente hermosa. Tampoco se da cuenta de que la luna es bella y vive sola desde hace más años que ningún otro ente femenino. Prefiere, pese a todo, a los que la dejarán pronto sola, para así ir y volver y jugar un partido de tenis interminable. Cuando se gusta asegura que tiene cosas más importantes que decir que aquellos para los que trabaja, pero no dice ninguna de ellas y arroja una duda más que razonable sobre la verdad de su afirmación.
Flota porque no acierta a mantener los pies en el suelo. Es pan para hoy y hambre para mañana.
Quiere reír y llorar y gritar y respirar y vivir, pero no ríe con sentido ni llora con desilusión ni grita con rabia o sentimiento. No respira feliz, no vive con ilusión. Simplemente ríe, llora, grita, respira y vive.
No quiere que paren el viento para ella.
Vive abandonada y abandonándose a sí misma permanentemente. Sólo le interesa conocer la verdad que le cuenta el espejo. Es una persona que quiere saber, que busca cariño y que rechaza a quien se lo da. Una gata herida que se comporta irracionalmente. Un ser que se ve abocado a que los demás le mientan o le otorguen regalos banales para ser feliz, una persona lo suficientemente inteligente como para no aceptarse, aunque no se atreva a enfrentarse a sí misma, y lo suficientemente mujer como para no entender que, cuando la persona que más la quería del mundo la hacía sentir sucia y le recriminaba sus besos nocturnos a otros, sus concesiones físicas y su tiempo perdido entre sábanas pasajeras, sólo estaba expresando su dolor por la separación, su vacío sin ella y, en definitiva, estaba diciéndole que la quería a su manera o quizás a la única manera a la que ella lo permitía, teniendo en cuenta dónde había abocado aquella relación con sus decisiones.
Siempre pensé que sabía volar. Sabe tantas cosas…
No sabe volar y, si sabe, no quiere. Sólo baila a un metro del suelo, en diversas posturas. Alguna vez ha bailado en el suelo, puedo dar fe de ello. No sabe planear un secuestro ni sabe dejarse secuestrar. No sabe ir en contra del viento: nació veleta. Pasa las horas y los días y los meses y los años y un día se dará cuenta de que ha vivido. Pero no dará vida. Tuvo la ilusión de darla y, si no cambia, morirá con la ilusión y sin remisión.
Si fuera un castillo, tendría tanta belleza como poca solidez. No haría falta que viniera el viento del sur a derribarla, ella saldría a retarlo y componer un suicidio que durase desde el momento en que empezó a ser consciente de algunas cosas hasta el momento en que dejará de hacerlo. Si para entonces sigue respirando, será todo más triste.
Para mí también será más triste.
A veces me llama y luego me dice que necesitaba hablar conmigo. Que me quiere, que me echa de menos. No tengo la patente de ese viejo invento. Ni siquiera me ha dado la exclusiva jamás. A pesar de todo, cuando empieza así, aunque no lo merezca, intento que se sienta tibia y cálida y querida. Quizá porque entiendo lo que quiere decir sin decirlo. Aunque luego termino con el mal cuerpo que me deja el hecho de que nunca demuestra lo que dice y eso provoca un vacío de credibilidad difícil de llenar. Desde lejos es difícil, desde cerca tampoco ha sabido demostrar sus palabras cuando ha podido.
Los dos llevamos un calcetín de cada color demasiado a menudo.
Nos gusta el mar, probablemente porque para ambos fue en su momento un vuelo de nuestra imaginación. Un vuelo azul que nos llevó entre las olas a los ojos de todos y a escondidas de todos, dibujando un secreto quizá ya olvidado. Un vuelo azul que la quiso, un vuelo en el que ella se cogió a mí cuando el mar la llevaba hacia dentro y yo tiré como si me fuera la vida en ello. La suya. La mía.
Poco importa que le mande una nariz de payaso que he comprado para que nos disfracemos los dos. En el fondo de mi habitación sigue mirándome con una sonrisa burlona un muñeco de madera con nariz kilométrica.
Ya no tengo a quién decir “no consigo olvidarte”.
|