Ayer busqué, en la mesita de noche de mi esposa, el libro de oraciones que me pidió le llevara al lugar en donde está internada y encontré; dentro de él, en una hoja doblada en cuatro, escrita de su puño y letra, no sé si copiada o compuesta por ella misma, la siguiente oración.:

“Nútreme Señor, con el alimento que necesito
para ser fuerte
Acéptame, Señor, para que pueda sentirme
satisfecha de ser como soy
Ayúdame, Señor, para poder dar amor a mi esposo
y que no llegue a mirarme como un objeto.

Señor, yo amo a mi marido, pero...
A veces creo que no sabe
o no le interesa
o no se da cuenta
de lo que significa ser
un ama de casa.

A veces me siento como un doloroso
grito solitario
en tantas horas no compartidas
lejos de, no junto a,
amando y, sin embargo, sin sentir ser amada

A veces me pregunto si hay algo más
en nuestras vidas
que hablar de cuentas
y de los hijos
y de las obligaciones
y de lo que pasa o deja de pasar en el trabajo
y de lo que hay esta noche en televisión.

A veces extraño los grandes momentos
de los días en que éramos novios
y teníamos menos responsabilidades,
nos amábamos con amor juvenil,
estábamos más cerca
y compartíamos los sueños.

Concédenos, Señor, el ser felices con todo lo bueno que aún tenemos
para que vivamos el amor, la paz y la alegría”

Esto fue para mí un duro golpe ¿Cómo es posible que siendo mi amor por ella tan intenso, tan incondicional y firme, haya sido, no sólo motivo de duda sino de absoluta negación?
Recapacito ahora que, en cuanto hay un oído atento a mis palabras, proclamo a los cuatro vientos, para que todo mundo lo sepa, lo intenso que es mi amor por ella, pero ¿se lo dije a ella? Tal vez no, ¿para qué? No era necesario, ella seguramente lo sabía, no había duda.
Parece, sin embargo, que no fue así, hizo falta la redundante expresión de mi cariño con la palabra, el gesto, el ademán, el tomarle la mano, acariciar su pelo, el posar mi mirada en esos ojos suyos, claros, de un verde extraño, el reposar mi cuerpo junto al de ella, abarcándolo en un tierno abrazo que le signifique “te quiero” aún sin palabras, pero creo que no lo hice ¿para qué? ¿no bastaban aquellas noches de pasión? ¿Ese unir nuestros cuerpos haciendo de los dos uno solo? ¿ese derramarme en una incontenible entrega, en esos inefables momentos en que ella seguramente sentía, igual que yo, que nos transportábamos al paraíso?
Parece ser que no, que hizo falta confirmar ese amor con la palabra, con el detalle ajeno a la pasión del cuerpo, con ese elocuente complemento del espíritu para que ella supiera que ese amor era completo, entero, sin limitaciones, una entrega de cuerpo y alma que dieran una satisfacción total a su necesidad de amor.
Hoy comprendo que no es suficiente amar, hay que saber hacerlo con una entrega absoluta, cuerpo y alma unidos, buscando la conjunción con otro cuerpo y otra alma sedientos, hambrientos, necesitados ambos con urgencia de ese lenguaje integral de entrega mutua.
¡Qué ciego fui y qué torpe! Pero aún queda tiempo, espero que ella pueda aún percibirlo, entender que no sólo mi cuerpo, sino mi espíritu, mis pensamientos, mis sentimientos, mis emociones, todo lo que es mi “yo” le pertenecen.
El resto de mi vida, mucho o poco voy a dedicarlo a ti, mi amor, para hacerte saber, para hacerte sentir cuánto te quiero, para hacerte vivir este mi intenso amor desesperado.
Te amo, mi vida. Te amo intensamente y te juro que voy a hacértelo sentir con toda plenitud, sin que te queden dudas.
Esa será, a partir de ahora mi tarea constante. Una dulce tarea.