Es más fácil dejar un lugar cuando no hay nada que te retenga.
Ni amor, ni cariño, ni despecho, ni celos.
Es más fácil salir de una caja cuando las tapas están gastadas y roídas por el tiempo, por el viento.
Déjame, sentir tu olvido con sus mil dagas candentes y sus risas burlonas y chillonas.
Déjame, que me abrace este dolor con ojos negros y traje funerario.
Déjame, tragar el veneno de saber mi imagen lejana, distante y borrosa.
Para ti, para tu corazón.
Déjame, que el vacío, mar hueco inunda mi alma y ahoga mis sentidos, mis palabras, mis te amos.
Cariño, haz roto mi espíritu y necesito medicamento para la desazón.
Vomito palabras ponzoñosas, tan débiles como pétalos muertos. Tan sutiles como flores de cementerio.
Y todo sigue y nada cambia. Yo camino y no siento el suelo bajo mis pies cansados.
Me voy y nadie me detiene, nadie me pregunta. Porque las palabras son para gente que vive y sueña, no que vive y duele.
Pero a mi... a mi me duele la vida. Me duele la ausencia.
Y esa ilusión de todas las noches, de sonar de teléfono y risas calidas que reviven mi ser, se pierden en las lágrimas enjuagadas que guardo en mis manos, y recuesto mi cabeza en mi almohada sin aroma, sin fuerza y sin redención.
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