EL SUEÑO
Me acerqué a la orilla. La arena era blanca como la leche. El sol me encandilaba, pero me agradaba. Apoyé la cabeza en una piedra, mis ojos se cerraban solos. Eran tres días sin dormir. Aquella mujer apareció como salida de la nada. Estaba de pie ante mí. Sus piernas eran largas y su cara borrosa. Al darse cuenta que no oí su pregunta, se arrodilló y repitió: -¿Es usted de aquí? Aclaré la vista. ¡Dios mío, es posible tanta belleza! El usted no es común en mi pueblo y en labios de una dama mucho mayor que yo, me resultó atractivo. Reponiéndome del sueño y de la impresión de su hermosura, le respondí afirmativamente. -¿Podría indicarme un lugar, me dicen está cerca? –Inquirió la desconocida –Hasta el infierno te acompañaría –fue lo que pensé, pero sólo afirmé con un movimiento de cabeza. El lugar en cuestión quedaba al extremo izquierdo de la bahía. Caminamos por la orilla, pisando la marca curva que dejaba las olas en la arena. De repente, sucedió algo inusitado. Cada vez que las olas mojaban nuestros pies, nos elevábamos. A cada oleada, más nos alzábamos. Al momento nos encontramos caminando entre las nubes. ¡Demonios! ¿¡Que diablos pasa!? ¡Estoy entre las nubes! –decía mientras veía a la mujer con cara de espanto. ¿¡Estoy muerto!? –le pregunté a la extraña. Me dio una negativa sin pizca de asombro. Su cara inmutable me aterró más. -¿Pero que vaina es esta que estoy en el aire? –Le insistí sin contener el pavor. Pasó mucho tiempo para que la sangre me volviera al cuerpo y mis ojos no estuvieran tan desorbitados. … Retomé el camino hacia la casa requerida. El pueblo estaba intacto. La casa estaba donde siempre. Las aceras, como de costumbre, asistida por gallinas flacas y perros echados, calentándose al sol. ¿Por qué no se dan cuenta que estamos en otra dimensión? –Indagué mirando a mi acompañante. Ella respondió con otra pregunta. - ¿Cómo en otra dimensión? La gente es como nosotros y nosotros como ellos. Pero –le interrumpí- recuerda que nos elevamos. Me siento y escucho; estoy consciente que yo soy yo y que tú eres quien vino a mi preguntando por un lugar. -¿Será que estoy alucinando? –Terminé pensando. De momento me provocó tocarla para ver si era real. Hay cosas que se resuelven en el momento y en forma directa. Le dije: -deseo tocarte. Ella extendió su mano. La tomé. Una mano como la mía. Esa mano me bajo un poco el espanto. -No tienes que estar tan asuntado –me dijo. ¡Cómo me gustaba su timbre de voz! -Claro, me elevé, no sé si estoy arriba o abajo y debo estar normal –le dije -Todos lo estamos –respondió,- a la vez que apretó mi mano, aunque no sé si lo hizo, pero lo sentí, o creí sentirlo. Retomamos el paso, pero sin dejar las manos. La casa estaba vacía. -¿Quieres entrar? -Me peguntó. Me volvió otra vez el pánico, pero esta vez era diferente. Hicimos el amor hasta quedar agotados. Salimos con otro semblante, como cuando el corazón está pleno y satisfecho. La gente me veía raro por andar con aquella desconocía. ¡Juan! –escuché el gritó seco de Jacinta llamándome. Inmediatamente me acordé de las empanadas que le había encargado, pensaba comerlas después de bañarme en la playa. –Aquí tienes tus empanadas- Dijo Jacinta mirando de arriba abajo a mi acompañante sin disimulo alguno, para después mirarme fijo a los ojos, como diciendo, -demonios, muchacho, ¿de dónde sacaste a esta mujer? Fuimos al rancho de Perucho a comer y beber. En lo que Perucho se acercó, quiso contarme otra vez el cuento de por qué tenía un ojo tuerto, y cuando comenzó diciendo que se lanzó a la playa y un bagre le puyó el…. Lo detuve y le dije, -Perucho, queremos tomar algo. Masculló algo y fue por la bebida. Conversamos en la medida que Perucho nos dejaba. ¡Qué hombre tan impertinente en el mundo! Con voz cargada de pasión, me dijo: -Voy al baño, espérame en la playa. Solo caminé cuarenta pasos. Me senté en la orilla, las olas me daban en los pies. Era mucho el cansancio. No quería dormir para esperarla; sin embargo, me recosté. Tenía el sol en la cara. Por fin se acercó. – Hola, papi. -escuché una voz dulce, pero diferente. Me levanté de un sobresalto. Ella se arrodilló para besarme, mientras preguntaba: - ¿Esperaste mucho, bebe? Cuando por fin la vi, era otra mujer. Más joven, su piel estaba tostada por el sol. Quedé mudo. Era evidente que me conocía desde mucho tiempo. –Será verdad que me estoy volviendo loco- pensé, pero no dije nada. ¿Qué te pasa, mi rey? –Volvió a preguntar ante mi expresión de extrañeza –Nada, terminé diciendo para no seguir razonando, y seguir recibiendo aquellas caricias que me bañaban. Pensé en la otra mujer, ¿por qué no llegaba? -me preguntaba. Bañémonos –propuso. Estaba cansado, pero quien puede negarse a tal invitación. Que lindo era sentir su piel en la playa. Hicimos el amor de manera casi sobrenatural. Quedamos extasiados. Nademos –propuso aquella bella joven. En verdad estoy cansado, si quieres hazlo mientras descanso –le sugerí. Aceptó con la condición de venir por mí en un momento. Me eché en la orilla. El sol me cubría la cara. Por fin dormiré. Cuando dejaba este mundo para entregarme al sueño, escuché una voz que me dijo: -Ya llegué.