Y con los ojos entornados y más brillantes de lo habitual te despedías, agitando un pañuelo sucio. Lo que debería resultar una clásica despedida de estación empezó a parecer un reflejo de lo que había sido nuestra vida.
Como en un sueño distorsionado empecé a relatar todo, olvidando a veces lo más importante. Desde tu pelo rebelde por tu pecho mientras llorabas por no poder pronunciar mi nombre, hasta aquellas palomas llenas de mugre por las que un día comenzamos a sentir apego.
Nunca el viento había hecho tanto de las suyas; nisiquiera pude ver si derramabas una lágrima porque la arena en mis ojos habría confundido las mías con las tuyas.
Sigo recordando. Pero a mi mente solo viene el agua. Agua bajo los pies, sobre los hombros y entre el pelo. Como el agua tú, corriendo. Ligera como agua condensada. Fría como el rocío por la mañana. Clara y cristalina; pura y brillante al sol. Y como el agua, imposible de dibujar.