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¿Cómo dominamos la mente?...Este es uno de los misterios más enigmáticos de la historia de la humanidad. Por nuestra mente pasan todas las cosas de nuestra vida. Allí es donde nace la noción de tiempo y de espacio, donde soñamos nuestros sueños, deseamos nuestros deseos y recordamos la mayoría de los hechos que nos toco vivir, a los que les asignamos el nombre de “recuerdos”. Seguramente, con el paso del tiempo, iremos modificando las circunstancias en las que nos vimos involucrados por el simple hecho que la capacidad de la mente es limitada, solo almacenamos en ella las verdaderas marcas que nos dejó la vida en determinados momentos. Solo nos acordamos lo mejor y lo peor de nuestra infancia, solo allí existen las personas que más quisimos y que, por una u otra razón, ya no forman parte de nuestra vida cotidiana por diferentes motivos. Tan complejo se torna este lugar de los seres humanos que, durante décadas y siglos, se ha transformado en un objeto de investigación constante por parte de diferentes especialidades científicas. Es por eso que en estos tiempos es cada vez más común hablar de Sigmund Freud y su teoría psicoanalítica, la cual dio lugar a esta ciencia y que, cada vez con mayor frecuencia, se volvió parte de la vida de la mayoría los seres humanos. Hoy es común hablar de psicólogos, psiquiatras y demás expertos como si ellos tuviesen la solución, mediante sus teorías, para tratar de entender qué pasa por nuestra mente. Sin embargo yo pienso que esto no es así, que cada uno de nosotros es amo y señor de lo que nuestra mente produce y pasaré a explicar la fundamentación de mi opinión.
A lo largo de nuestra vida atravesamos y tendremos que atravesar diferentes situaciones muy antagónicas y similares entre si. Recuerdos malos y buenos de personas que, nuestra propia mente, las consideró malas o buenas en momentos que, a su vez, también fueron malos o buenos. Tan complejo como todo hecho indescifrable. Nunca sabemos que es malo hasta que nos pasa y lo mismo ocurre con las cosas buenas. Para ser más claro piensen el siguiente interrogante: ¿Cuántas veces decimos esto es lo mejor/peor que me pasó en la vida? Apuesto a que la respuesta de la mente de cada uno de ustedes es “muchas veces”. Y sin embargo no soy Freud ni mucho menos. No trato de pensar en lo que están pensando y esa es otra cuestión. A menudo todos los seres humanos nos involucramos demasiado en hechos que rodean nuestra vida, tanto que hasta veces nos olvidamos de lo qué realmente somos y hacia dónde queremos ir con nuestro pensamiento. En muchas otras situaciones nos impacientamos por saber qué le pasa al otro como si tuviésemos la respuesta o la solución a semejante paradigma. Yo nunca supe, sé, ni sabré que piensa la mente de la persona que tengo enfrente. Lo que si podemos inducir son los sentimientos que se expresan a la vista y eso es lo que considero un gran error. Mostrarle a la otra persona tu preocupación por tal cosa hace que, inmediatamente, ese otro se preocupe por vos. Y por más que intente e insista nunca logrará saber que te pasa realmente, o mejor dicho que pensás en cada instante de cada momento que compartís con esa persona. Es preocupar sin querer que se preocupe. Lo que si podemos hacer, y creo que de eso somos completamente concientes, es de mostrar los sentimientos que queremos que se hagan visibles. En muchas ocasiones pretendemos manifestar qué tan felices somos para que nos pregunten porqué o por quién estamos así. Y accedemos a contarles, más que nunca ansiamos narrar esas situaciones para que la sonrisa vuelva a nuestra cara con el simple acto de haber imaginado una sola situación de felicidad con esa persona. Y allí está la sabiduría y la razón con la que Dios creó al ser humano. No nos iba a dar la perfección de poder manejar todo lo que esté a nuestro alcance pero si optó por dotarnos de racionalidad. Es esa la cualidad que nos permite procurar sobre lo que anhelamos decir, hacer o pensar y debemos aprovecharla siempre en todos nuestros actos de la vida. Porque sin la razón actuaríamos por instinto como lo hacen los animales y jamás podríamos aspirar a dominar nuestro ser ni mucho menos la mente. Porque, como decía un personaje de historieta, “Quien domina la mente, lo domina todo”…

Texto agregado el 23-06-2008, y leído por 89 visitantes. (0 votos)


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