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Ya no es lo mismo que antes. Quizás para otras personas lo sea, pero para mí Fotolog es un universo frío donde alguna vez existí, junto a algunas personas, que ahora murieron. Sólo quedo yo de todos ellos, y es un sentimiento extraño, casi épico. Estoy solo y soy el último. Soy una especie de veterano, un anciano, un abuelo tísico, con tos, que renguea al caminar y que le comprueban el pulso cuando pasan cuatro meses sin foto. Dejó de ser lo mismo, porque lo único que mantenía vivo el interés, era la presencia de nuestras viejas glorias. Los viejos amigos, los que pudieron envejecer también, pero que sufrieron de distintas causas, cavernosas, si cabe, que los llevaron uno a uno a desaparecer.

La primera fue Natalia, que murió joven, adolescente recién. Murió cuando yo también era adolescente, y cuando entraba a una juventud vital. En mi juventud conocí a Gabriela, o ella me conoció a mí, justo después de que yo conociera a Jorge. Me acuerdo que, con la pasión de la adolescencia, mi fanatismo romántico por Cortázar me hizo descubrir su fotolog simplemente digitándolo en la barra de direcciones. Era feliz, y ambivalente. Era un poco más prístino y definitivamente hacía poemas que me fragilizaban demasiado. Y como era joven, e inseguro, me afectaban las cosas escandalosamente. Jorge a veces no entendía eso, u otros, y creían que mi optimismo infantil no era más que egolatría. Gabriela lo entendía todo y en ese tiempo los dos nos desbocábamos sin traba con unas simbologías que sólo los jóvenes pueden tener.

Me acuerdo claramente de los niños de Arica. Conocí a Andrea, a Lenina, y un hombre que una vez me escribió un correo. Ellos tenían una luminiscencia fundamental que no vi hasta que crecieron y se marcharon. Ahora, cuando hace frío en las tardes, y cuando arrastro los pies un par de metros para echarle leña al fuego; ahora, entre medio de los tosidos quebradizos que la neumonitis me provoca, recuerdo ese tiempo y pienso que todo era brillante. Es verdad que el mundo no ha dejado de girar, y aunque que en este tiempo sienta que mi muerte está cerca, o que lo mío ya fue, sé que hay juventud en el mundo, aún cuando la comunidad de Fotolog sea como la de europa: una población envejecida, incluso más seria, que lentamente migra a Facebook. Los jóvenes de hoy, que yo no entiendo, viven; sé que están allí en algún lugar aunque no sepa donde.

Tampoco sería cierto decir que soy el último anciano aquí, de aquellas generaciones que se loguearon por primera vez entre el 2003 o 2004, porque Kripper todavía vive, y con buena salud. Siempre supe que con su vegetarianismo y sus letras de canciones, era difícil que llegara a la madurez con tantos achaques como yo. Hace poco murió Holiveira, de un paro cardíaco. Fue sorpresivo, en cierta forma, porque su tenacidad seguía intacta, aún cuando el resto de nosotros ya necesitaba ayuda para cruzar las calles. Hace tiempo, en todo caso, que no teníamos mucho contacto. Y en realidad, no sé si haya sido tan sorpresivo, porque el colesterol lo debe haber tenido elevadísimo por culpa de su vida bohemia y sus noches de farra. Donut, falleció a los 45, y ya estaba muy callada hacía años; su hija Donereth murió a los 20 de sobredosis, y la menor, Cabezadecaja, nació autista. No es que Donut hubiese sido habladora antes, pero su hermetismo mantenía línea con su edad y en el último tiempo había asumido un aire a la Rebeca de García Márquez. Daicelot falleció antes de ver el 2006, con 29 años, y a sólo semanas de los 30. Su muerte fue extraña y en alguna medida, un poco impensada. Recuerdo que Karen se escandalizó por el deceso, ya que lo seguía con constancia, y que sus familiares nunca aceptaron el suicidio.

En todo caso ellos son sólo un puñado de muchos. Desde Pazjaja a Nosemeocurre; desde Voragines a Pollitolunatica, pasando por Lenixita, Arctico_, la enigmática Pappernuage o la artística Dazet. O _Flying_, la más distinta, la menos entendida y la más sensible. Y aún cuando yo nunca destaqué demasiado, siempre estaba ahí, a la sombra de mi primo, disfrutando en silencio del calor del fuego o de las conversaciones de trasnoche. Daicelot siempre me decía que viviría mucho por eso, que no tenía sobresaltos y que mi carácter hermético me salvaría de la alienación. Cuando él murió, y yo me quedé solo, y cuando me empecé a quedar solo para siempre, no me daba cuenta de que era una cosa natural, de que con el tiempo es inevitable que las personas fallezcan o se olviden las unas de las otras.

Y eso es algo obvio que a los viejos les pasa más seguido, y que es como tomar conciencia de la decadencia de uno mismo, de que la vida ya fue, y que lo actual es lo más parecido a una sombra grisácea de lo vivido, una especie de caverna en donde los días están llenos de escenas inconexas, de rumores, murmuraciones. Quizás lo más sensato es asumirlo todo de una vez, rememorándolo mientras le echo un palo más a la salamandra, a la par que las chispas del fuego son la música de fondo a una soledad sempiterna y crónica, a mis pensamientos con ecos, mi desfase de raíz, al luto por mi vida. Sin duda que es lo más sensato. Lo que debe esperarse de alguien como yo, con mis características, con mis años. Lo que la expectación de mi pasado sugiere. Es lo más correcto, el esperar con tranquilidad que el bacilo de la neumonitis haga su trabajo con paciencia y determinación. Con esa fuerza decidida con que avanza todo en perfecta sincronía, con esa lógica quizás tiránica con que se sucede el tiempo, con que se borran inevitables mis, sus pasos en el mundo.

Texto agregado el 23-06-2008, y leído por 199 visitantes. (0 votos)


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