Hola. Me duele el estómago. Está rara la vista de impresión de la página. Pero no importa, no vengo a hablar de eso (podría, pero ya hemos tenido demasiados debates acerca del poder y no poder; conmigo mismo, y etcétera mismo). Quiero ensayar sobre algunas ideas, pero no sé cómo darle la patada a la piñata sin darle a los invitados también (qué linda metáfora, ando despierto). Y dado que estoy con la venda en los ojos qué más da (cielos, eso si que fue rápido; “la venda en los ojos” significando “escribiré bajo mi propia subjetividad, como siempre; porque soy el invitado en este sitio, y en mi vida, y en toda la proyección que pueda hacer de ella; y lo haré a sabiendas de que no veo nada, de que tengo el palo de escoba, y de que hay una piñata en algún lado”).
A veces me controlo. Me digo a mí mismo, ¿de verdad quieres esas pastillas y en una de esas pasar a pegarle a uno de los invitados de tu fiesta de cumpleaños? ¿Por qué mejor no dejas pasar la rabia y la trastornación momentánea y asumes que no necesitas las candilejas lisonjeras que el almíbar azucarado de los confites provee? Así, a veces, me hago entrar en razón y no escribo nada. No escribo en caliente, con malicia (sin malicia, es una forma de decir, ustedes saben que soy un pan del cielo). Cuando me controlo dejo el palo al lado y les digo: no quiero jugar, abramos la piñata sin más, tomamos un dulce y nos largamos de esta fiesta absurda. Pero eso es aburrido, dicen ustedes. Bueno, tendrá que serlo, les digo yo; no estoy de humor para diversión (miento; no digo: no quiero pegarle a ninguno de ustedes y sacarles el cráneo con un buen golpe en la nuca).
Además, en el fondo, es mi fiesta, y ustedes son mis invitados. Y tienen sus ojos para esquivar lo que diga, tienen sus ojos y sus voluntades para irse cuando quieran, o a las cinco, la hora que les fijó sus madres a algunos para regresar a la casa, de la mano de la tía, no vaya a ser que algún pervertido los intercepte en el camino y se los lleve, muchos casos hay como esos, nadie quiere ver más tragedia en las noticias. Es mi fiesta, y en algún momento tengo que pasarla bien. Aunque pasarla bien sea tan moralmente intrincado. Maldita moral. Fuera de eso, fuera de la concepción de lo bueno y de lo malo (ya se fue la mitad, perdida en tanto arrepentimiento de nada; y está bien; está bien irse, si aquí no queda ya torta; y en todo caso estaba mala; no quedó dulce; y si quedó dulce quiere decir que te va a dar diabetes; y ahí te quiero ver; muriendo por mi culpa; así que es mejor que te hayas ido); fuera de la concepción de lo bueno y lo malo está la necesidad de escaparme, de sentirme libre, de girar como un trompo matando, de ser necesario, a los que estén al lado.
No sé por qué me hacen esto. Odio las piñatas. De verdad. Me ponen en estas encrucijadas que no puedo resolver. ¿No se dan cuenta? Me hacen ponerme raro, turbio, denso. Me vendan los ojos y todos ustedes están viendo. Yo soy el único ciego en la fiesta, y se supone que es mi fiesta, se supone que soy yo el que debería poder verlos a todos y ustedes no verme a mí; eso estaría bien porque así sentiría que hay justicia, y que no solamente es un abuso, una especie de necesidad de venir a mi casa a comer torta y tomar leche con chocolate cuando estoy de cumpleaños, cuando escribo algo y se asoman a leerme, dejándome así, en las tinieblas, sin el mayor respeto, con la falta que se genera de eso, ¿cómo creen que me voy a sentir? Soy humano, Harry, soy humano, soy quizás más débil que todos ustedes juntos porque estoy en el centro de la sala y todos me están mirando hacer el ridículo. Estoy en el centro de la sala y ustedes, entre risas sin burla, me gritan cosas que no entiendo, unos me dicen que es a la izquierda, otros que a la derecha, que ya va, ya va, que le dé el garrotazo al aire, que por ahí viene, dale, dale, y tantas otras cosas.
Allí están ustedes, felices, y no se dan cuenta de mi situación, deplorable. Yo estoy acá y es como que ustedes y el ruido, y la oscuridad, fueran una sola cosa, y esa cosa fuera un tornado que arrasara con todo lo que queda de mí, y que mi dignidad se fuera desparramando en el aire como las esporas de las plantas; esporas ridículas que nunca se convierten en ningún árbol, y que terminan desparramadas en un suelo demasiado duro para ser fertilizado. Y allí estoy yo con toda esa conciencia derrochándose patéticamente, tan pulcramente observada y analizada, con la distancia y seguridad corrosiva que sólo ustedes se pueden permitir; ya los quisiera ver yo en mi situación; verlos a ustedes en sus propias fiestas; porque no es mi culpa que sus madres a ustedes no les hagan celebraciones como las mías, y que sean mediocres y no tengan tanta diversión y algarabía sin igual. |