Podría hablar de muchas cosas, de mayor o menor importancia. Podría hablar de cosas alegres, tristes, densas, divertidas, analíticas, históricas, neutrales, irrelevantes. Podría hablar, es cierto, y quizás también lograr que lo que diga salga bien. Podría hacerlo y ver qué pasa, porque quizás con el tiempo sirve de algo; y lo que escribí antes sirva, por ejemplo, como una base para otra cosa. O quizás no. Quizás no pueda escribir sobre muchas cosas, ni sobre películas, ideas, enamoramientos o ascos. Quizás tampoco esto sirva de nada para el futuro, en ningún aspecto, nunca. Pero hoy día no me importan las probabilidades. No me interesa realmente qué irá a pasar con esto mañana, o qué pasó con los otros ayer. Quizás me importe después, así como me importó antes. Sigue siendo una posibilidad de tantas posibilidades.
No me interesa la perspectiva, trayectoria, proyección, extensión. Me interesa este momento exacto en que tuve ganas de decir algo que todavía no he dicho (porque no sé decirlo). Me interesa ahora, que se está poniendo oscuro, y pensaba asuntos cotidianos que me llenan de sensaciones ambivalentes. Quizás escribo por esas ambivalencias, acerca de no saber si este preciso momento es bueno o malo, si es que lo estoy pasando bien o mal, porque no lo tengo claro. No sé si es un espacio que me gusta, que me alienta, o uno que me socava. No lo sé. En una de esas escribo porque necesito hacerlo, porque tengo rabia, o amor, y no aguanto la sensación dentro mío (y si no escribiera tendría que golpear una pared).
Quizás necesite hacer explotar algo, así como recién, cuando salí a correr y se puso a llover de la forma en que debía. Cuando de improviso tomé la llave y salí a la lluvia a trotar por las calles de una villa Alcántara vacía por el mal tiempo, a excepción de un par de autos en las calles ya con las luces encendidas, y uno que otro individuo caminando agachado con parcas o paraguas. No sé por qué salí. Supongo que como este texto, necesitaba hacerlo. Aunque no entienda la razón, ni me interese, ni tampoco quiera camuflar el acto en una especie de postal poética porque no lo fue. No lo es, porque este momento sigue siendo ese. Es la extensión del otro. Porque apenas llegué de la calle, apenas descubrí que había dejado la llave puesta en la cerradura (y no me importaba), abrí un word mecánicamente con la certeza trascendental de que debía partir con: “podría hablar de muchas cosas”.
Sabía que debía decir “podría hablar de muchas cosas” para terminar diciendo que no lo iba a hacer. Que deliberadamente no lo iba a hacer. Que no iba a escribir postales, ficciones, cartas o análisis cuantitativos de la vida porque no quería hacerlo, no porque no podía. Porque puedo, pero no quiero, y no sé por qué no quiero. Lo único que sé es que salí a correr y volví, y como ya no estoy corriendo, y como la ropa empieza a secarse, necesito hacer otra cosa, ésta cosa: trotar de nuevo pero sin parar, sin detenerme a comprobar lo que estoy haciendo, sino que poniendo un pie delante del otro, y luego otra vez. Hacerlo sin pensar a donde quiero ir (porque quizás no quiero ir a ninguna parte). Sólo trotar para seguir, colocando sin mayor preámbulo cualquier palabra que venga al frente mío, aunque dramáticamente todas vayan guardando relación con las anteriores, y con ello formando un texto con cierta coherencia interna.
Están claras esas cosas. Está todo demasiado claro y no quisiera que lo estuviera. Quisiera que las palabras que se suceden las unas a las otras comenzaran a evocar las figuras que vi frente a mí en la calle, o un patrón de lógicas que se entiendan como sensaciones, como expresiones ojalá épicas de algo grande que palpita dentro y necesita salir como un vómito con olor a flores, como hielo en el café, como bebida sin gas (pero todavía dulce, gusto de algunos). Pero no es cierto. Porque correr por las calles de Alcántara, porque seguir corriendo por las calles de Alcántara cuando escribo esto en un desfase extraño, un moverse por el cemento duro de la vereda entre medio de las casas; porque trotar en el pavimento húmedo de las calles vacías no es ninguna de esas imágenes que describí. No es ninguna de ellas, ni remotamente. Porque no sé lo que es, aunque sé que es algo, algo que está aquí conmigo justo ahora, transliterando mis percepciones en códigos que no entiendo, pero intuyo. Está todo claro pero aún así no entiendo nada.
Está todo escrito, detrás de mí, pero aún así no llego a ninguna parte. Sólo tengo la certeza de que voy pisando las pozas, y de que mi corazón va latiendo más fuerte. Sólo sé que la lluvia se mete por la chomba, y que algunas gotas me empañan los lentes. Lo único que sé, lo que siempre sé, es que estoy moviéndome paso a paso en dirección a ninguna parte, sin entender por qué ni para qué. Sé que me muevo, pero no sé si avanzo, no sé si donde estoy es un sitio que conozco u otro nuevo. Sé que mi sangre circula y mi respiración aumenta, que mis rodillas se flectan y mis brazos se balancean en direcciones contrarias. Sé un montón de cosas pero nada en el fondo. Sé que oscurece, que llueve, que corro, que escribo; sé todo eso y lo sé de verdad. Sé como me llamo, qué edad tengo, el idioma que hablo y las películas que me gustan. Sé que tengo frío, que la ropa está mojada, que estoy solo y que estoy vivo, que Plutón no es un planeta y que no sé nada en absoluto. Sé que lo que sé no sirve para entender el trote, que son las tuercas de una máquina X, de un objeto sin fin aparente, ni pasado, ni futuro, moviéndose entre la lluvia al principio de la noche; desde el agua para abajo, como escurriendo desde la calle a una alcantarilla llena de basura. |