Hace tiempo que no leo nada. De hecho, es casi una celebración inaugurar un libro hoy. Quizás por eso escribo al respecto. Nada muy pomposo, digo, el escribir esto, sino más para dejar constancia, para ver si en una de esas saco algunas estadísticas después conmigo mismo (estoy un poco enajenado con el asunto de cuantificar la vida; me resulta tan adictivo, y en el fondo sé que es tan pueril y tierno). Además, quisiera describir un poco la sensación previa que tengo. Y es como cuando leí Diarios Secretos de Sexo y Libertad (no publicado), de un español trastornado que narraba sus aventuras sexuales en la zona turística de Canarias.
Me acordé de una escena de Sideways (¿vieron Sideways?) en donde el personaje principal le pasaba su novela a una mujer, en unas cajitas de cartón; un montón de folios que el tipo entregaba con la excusa de que no estaba revisado, descubriendo en el fondo que estaba solo, por ejemplo. Es distinto en este caso. No sé por qué lo menciono. Debe ser por mis propios deseos de un día X haber producido algo de largo aliento. Algo que no necesariamente pueda ser popular, o incluso editado, sino que me permita la posibilidad de saber que materializo estas cosas que siento que flotan de un lado a otro cuando miro el futuro y lo encuentro optimista.
Bueno, es una sensación como eso. Es motivador también, y creo que es la sensación ideal como para meterse en el universo de Julián. Me encanta la palabra “folios”. Los folios me hacen eco de algo que no existe todavía, pero existe, de una especie de limbo en donde el texto todavía no tiene ningún tipo de contradicción manifiesta, nada de contaminación derivada de no sé, la lectura compulsiva como montones de oyentes tiene Tiersen. Es extraño, pero por alguna razón me deja feliz. No he pensado lo suficiente como para entender a qué se debe realmente.
No sé si me interesa entenderlo tampoco. Es como cuando al Matías le pregunté por qué estaba feliz y me dijo que no quería descubrirlo, porque probablemente en el acto de desmenuzarlo iba a perder la racha ganadora. En el fondo es eso. No quiero racionalizar un momento bueno, aunque sea tan extraño como la expectativa de volver a leer algo. De hecho, la simple noción me hace escribir sin ninguno de mis problemas usuales como: “¿estoy escribiendo puras leseras? ¿para qué estoy escribiendo esto? ¿Cuál es la finalidad de hacerlo? ¿necesito hacerlo, por quien, para qué lo hago?", etcétera.
Quería escribir un poco esta noche, antes de empezar a leer. Escribir como cuando es viernes y sabes que vienen dos días de descanso. O cuando te vuelves a tu casa sabiendo que al otro día es feriado. En eso, sé también, influyen otras cosas. Influye que por alguna razón consolide ciertos hábitos que antes no tenía, y que de repente Cera se haya vuelto tan cera, por ejemplo. Sé que es más o menos un pecado para mí decir que estoy bien. Ni siquiera me acerco a los significantes de la felicidad por miedo a quebrar mis expectativas -asi de cobarde soy. Probablemente por la misma razón de Matías. O porque no necesito hacerlo, sino que escribo cuando estoy terrible, porque es mi forma de subsanarlo todo, de superarlo, de sentir que avanzo y me transformo en otra cosa, que no es distinta, sino que es un prototipo avanzado de todo lo que fui.
Pero no siempre escribo como fuga. Algunas veces también anoto cosas bajo estados parsimoniosos y valhallísticos. El “viernes”, “gomento” o la “cera”, han sido denominaciones contextuales para expresar una sensación parecida. Una sensación que me agrada, y que sé que es absolutamente breve, y que es el opuesto de cuando tengo que levantarme en la mañana, con frío, con sueño, a hacer cosas de las que dudo su utilidad. Llevo un par de días aquí. En mi casa. Sin salir. Y la perspectiva de tener el fin de semana encima, aún cuando hayan algunos trabajos o pruebas la próxima semana, me relaja demasiado. Me relaja la idea de poder hacer esto, por ejemplo, de divagar con tranquilidad, sin finalidad aparente, con distensión, sobre el teclado, sin sentir siquiera que la eme se está poniendo vieja y cada vez cuesta más digitarla. Y como te decía el otro día, quizás empiece a corregir los textos que tengo guardados, a ver si con eso logro continuar con esta racha de estabilidad que está por romper un récord: seis horas seguidas llevo así.
Un texto calmado para un tiempo raro. Mucha lluvia, mucha contingencia, muchas carencias y parece no importarme nada. Avanzo con la clarividencia natural de quien sabe que todo continuará, de una forma u otra, aunque el río Cautín viniera a hacerle a Temuco lo mismo que el Chaitén a su pueblo. Miro el colapso desde la nebulosidad de los parabrisas siempre empañados del auto. Se pone a llover en las noches, y se muere de frío en las mañanas. No importa. No importa nada. Yo estoy aquí, y tú allá, y el futuro nunca había sido tan doblemente infinito. |