Cambio de canal. Durante una fracción de segundo veo una escena en donde hay dos hombres frente a frente en un dormitorio. "Película francesa" pensé, y a los dos segundos uno de los sujetos, el más viejo, le dijo al otro algo en francés. Apagué el televisor y mientras caminaba a la cocina me asaltó de repente: "¿y bajo qué criterios decidí que era francesa?". De alguna manera, mi cerebro distinguió elementos tan ambiguos como dos hombres frente a frente en un dormitorio, y determinó que de todos los países del mundo era precisamente Francia la matriz de tal evento. ¿Por qué? Quizás porque uno de ellos tenía nariz aguileña, o porque los dos actores no los había visto nunca, o porque tener dos hombres en una habitación, frente a frente, quizás responde a cierta destrucción de expectativas que no se cumple en el cine usamericano, el más común.
Sin embargo, todas esas justificaciones que inventaba con perturbación, me parecían deliberadamente débiles. Entonces, ¿cómo mi cerebro en el lapso de ese microsegundo, y con tanta confianza, acertó en la discriminación de la escena, y no la atribuyó digamos a Italia, Alemania o Estados Unidos? A la conclusión que llegaba, un rato después, mientras acariciaba en la cabeza a mi perro, es que la discriminación no fue una selección racional de alternativas, y que posiblemente, si me hubieran dado unos 15 segundos para pensar lo que diría, no hubiese tenido ningún elemento digno para respaldar ninguna afirmación, o hubiese errado. El exceso de racionalidad hubiera sido una piedra de tropiezo para la determinación, incluso analítica, del país de procedencia de tal película, por cuanto habían muy pocos elementos, respetablemente lógicos, racionalmente adjudicables, que pudieran hacer tal discernimiento.
El descubrimiento; el descubrimiento de saber que mi cerebro operaba de formas que no lograba comprender, y la extrapolación inmediata de que todas las personas del mundo eran capaces de eso, de también perturbarse ante la nula certeza de por qué piensan lo que piensan, o deciden lo que deciden, sin aparentemente nada sensato respaldando tal postura más que un par de prejuicios de cuarta categoría (hay narices aguileñas en todo el mundo), me perturbó seriamente en esta tarde que parecía promisoriamente pacífica, llenándola de un demencial y molesto sentido de indeterminación e inseguridad, de fundamentada desconfianza a los procesos cognitivos o lógicos que mi cerebro, otrora mi aliado, realiza a mis espaldas. |