TU COMUNIDAD DE CUENTOS EN INTERNET
Noticias Foro Mesa Azul

Inicio / Cuenteros Locales / cyreos / El Heredero del Dragón

[C:358654]

CAPITULO 1

Los Hidalgos Hijos del Valle

En el angosto y resquebrajado fondo de un acantilado ubicado en tierras altas, entre los faldones abruptos de las imponentes montañas Impenetrables, se encontraba una pequeña choza oculta bajo la nieve. A simple vista no podría ser distinguida del paisaje dominado por la hegemonía del blanco pero una columna de humo gris que brotaba de ésta acusaba su posición al amparo de la resquebrajada ladera.
Las curiosas cumbres vigilan desde lo alto cada lugar y someten con vehemencia hasta el último recodo a su congelado aliento desgarrador. Nunca nadie a burlado su mirada y menos aún dejado de sentir en el alma su presencia gélida y pesada. Mas, este clima invernal que no permite vida alguna a excepción de la que hay en las rocas y peñascos, ha aceptado con frío recelo a un único poblador en sus dominios a través del tiempo. En este terrible lugar donde el viento es afilado como las piedras y los hielos, donde el recuerdo se pierde en los espejos sin fin de cristal, ha habitado con duro pesar, mas no dolor y rencor, un solitario guardián capaz de sobrevivir gracias a la total armonía que le rodea, alimentándose con el poder de los vientos blancos y serenando su alma con la quietud de las rocas. Este es el hogar, su refugio y morada donde la soledad es fiel compañera y aplacadora de deseos.
Este es el llamado Cruce de los Olvidados: un callejón escondido entre las paredes de un acantilado, lejos arriba en la montaña; pasaje por donde el viento del norte transita sin vergüenza entonando con notas agudas el canto de su viaje antes de llegar al final del paso y llenar los verdes prados, allá lejos en el sur donde se extienden los campos y las ciudades de un reino, casi de ensueño llamado Cablan.

Para nosotros los Hombres, el nombre de Cablan nos recuerda los cuentos de antaño, esos que nuestros abuelos narraban a sus hijos y luego estos a nosotros. Sin embargo, con el transcurrir del indiferente tiempo, poco a poco se fue olvidando hasta pasar de realidad a leyenda... hasta que el nombre de Cablan se ha perdido en los mares de la memoria...

“La Memoria del Tiempo es generosa
Pero no distingue el límite en
Que la realidad se unge
De sueños.”

Cablan, un reino desconocido para el común de los mortales; pocos saben de su civilización y quienes han tratado de dar con ellos durante siglos nunca han vuelto a sus hogares. Un pueblo humano semejante al de los Hombres llamado en antaño como Hirffils, los “dotados de gracia” han habitado en secreto el Valle Fértil. Son — o eran para la mayoría de los Hombres —seres hermosos y graciosos con grandes habilidades para manejar el secreto de la vida y mayor entendidos en el sentido de esta.
Físicamente no se diferenciaban de nosotros aunque poseían una presencia poderosa, un temple que solo se cotejaba con la cólera de los impetuosos Hombres. Su calma solo podía ser comparada en fuerza a la osadía de los Hombres...
Así las descripciones se multiplican y cambian según el nuevo relato, mas no se sabe de su cultura, con lo que los encajonados campos del reino de Cablan y sus desconocidos habitantes, se han mantenido ocultos, olvidados en el tiempo y en la sociedad de los Hombres durantes siglos.

Lejos de la inquietud de las grandes ciudades de los Hombres, este perdido valle sigue existiendo y las nieves siguen cubriendo el paso secreto del acantilado que lleva a Cablan... y no solamente el suelo sino que también a cualquiera que osase recorrerlo, menos a Drasil el Hirffil de la Montaña.
Un aura blanca rodeaba el añoso cuerpo de Drasil y parecía embriagar todo el risco con paz mientras él se acercaba hacia la oculta morada. Los vientos inmortales no le rozaban y las nieves se abrían ante su pisada, con rumbo decidido y sin bajar la cabeza a la tempestad. Su viejo rostro demostraba sabiduría mas no senilidad y sus ojos aún escondían el brillo de una cólera guardada tras telones de frustraciones por entender el sentido original de la vida.
El rostro del Hirffil a pesar de su vejez era hermoso, su piel dorada parecía capturar los tibios rayos de luz solar. La larga barba blanca era testigo fiel de los años vividos en la montaña y sus ropas gastadas y roñosas eran testamento de su dura lucha diaria con las fuerzas de la Naturaleza. Pero había algo en el rostro del mencionado, quizás esa tergiversada mueca en su boca, una sonrisa que piensa aflorar pero que golpeada por el frío se recoge, nos lleva a creer que detrás del pesar y el sacrificio diario aún abundaba la alegría y el deseo de cumplir...

Larga había sido la jornada para Drasil, en el invierno es imperioso revisar a diario los niveles de nieve para evitar una inesperada avalancha que cayera en los valles del reino lo que costaría la vida de muchos Hirffils. Solo le quedaba un punto de control, pero estaba un kilómetro más arriba justo en el declive de la cuesta frente al acantilado. Esa era la montaña más alta de la cadena, el Regidor del Valle nunca conquistado, una aguja perfecta coronada con nubes y cubierta con un manto blanco inmaculado. Para entonces, la cumbre estaba siendo tapada por abundante nubosidad, prueba de que se acercaba una nueva tormenta... Era común la ventiscas en la montaña pero este año eran demasiadas y de una fuerza inusitada.
Ya bajo la protección del alero de su cabaña pudo deshacerse de la incomoda capucha humedecida. Pero a pesar de encontrarse al resguardo de su morada aún crecía el sentimiento de inseguridad en su corazón. Eran ya diez años en las montañas y nunca se había sentido tan desprotegido aunque no supiera el por qué.
Entonces, el paso del viento se transformo en palabras, casi balbuceos pero que el hirffil podía comprender:

— “Estáis preocupado asceta y yo conozco la razón... y creo que tu también estas cerca de hallarla... Los vientos me han dicho que el Mal ha vuelto, el máximo conspirador regresó con sed de venganza. He tratado de hablar contigo pero tu corazón estaba cerrado hasta ahora quizás para no oír lo inevitable; el Reino Oscuro surgió con nuevos capitanes llenos de odio movidos por el ímpetu del perdido líder... el maléfico Thuel. El nuevo capitán es un antiguo conocido nuestro y él fue quien descifro el secreto de la prisión de Thuel quien ya ha sido liberado; un viejo amigo ahora vasallo del Señor Oscuro. Ha guiado al ejército, el cual viene seguro de la victoria, impulsados con látigos de hambre y de rencor por la ufana derrota que en otrora años sufrieron a manos del Dragón.”
— He buscado la soledad de las montañas para entender en que fallé —dijo el Hirffil. — Siempre me he sentido culpable pues a ambos los crié sin inculcarles el Mal... Fueron educados a cientos de kilómetros de distancia pero el destino de ambos estaba escrito con frases que hablan de su encuentro donde comparasen crueldad. A uno le enseñe en habitaciones de plata mientras que al otro en la bóveda del cielo.
Al decir esto, el anciano Drasil se dejo caer de rodillas.
— Si lo que dices es cierto, maldigo dos veces las enseñanzas que les di. Nunca pensé que Thuel renaciera de sus perdidas cenizas... un error que cometimos todos los enemigos del Reino Oscuro por dejarnos seducir por la dulce victoria, por más de que hayan pasado diez años. Pero con todo mi dolor no puedo acallar mi corazón... ¡Como desearía volver a ver a Thuel sin sentir el odio de su mirada, verlo como en la infancia cuando recorríamos los prados de Brimania! Aún conservo su imagen, un reflejo de lo que era su padre, mi buen amigo muerto.

No terminaba de lamentarse recordando bellos momentos cuando sintió en el alma la necesidad imperiosa de salir... Drasil estaba conectado emocionalmente con todo lo que pasaba en la montaña, cualquier hecho que desequilibrara la calma. Entonces pronuncio con pesar:
— Amigo, yo soy el único aparte de vos que conoce la ubicación del Heredero... En mi morada se guarda el secreto que ocultamos para cambiar el destino. Pero ni las montañas impenetrables pueden separar al Heredero de su encuentro con Thuel...Por más que nuestras voluntades procuraran lo contrario.
— “Grande ha sido el esfuerzo pero será recompensado. Hemos alejado al Heredero como se nos pidió. Así, la esperanza vivirá inalterada y aparecerá en el preciso momento en que tenga que asumir su deber. En estos diez años ha sido una persona normal, y lo será hasta que el hado determine su hora para asumir... Nosotros cuidaremos que Thuel no lo halle y lo corrompa antes de que sea el momento. El Mal esta muy cerca, han llegado sin que nadie les cerrara el paso, pues los Señores de Ballesh ya no cuidan de los prados al norte de estas montañas. Una nueva guerra se ve en el horizonte y nadie sabe cuando será la hora del Dragón.”
— Thuel es fuerte y ha sobrevivido con la ilusión de usurpar el poder. Te buscará para dar con el Heredero y acabar con toda esperanza del ascenso del Dragón.
Fuera el viento se calmo —y con ello la voz. Drasil comprendía perfectamente lo que sucedía,
— No será hoy cuando volvamos a vernos las caras, Thuel. Nuevamente te has probado que eres excepcional, esa es tu fuente de energía, y has conseguido atravesar las inexpugnables montañas de los Hirffils y las infranqueables Puertas Blancas. Serás el primer humano en siglos en volver al Valle, mas no saldrás para contarlo...
El viejo se inclinó con mucho pesar y recogió una piedra pequeña que cabía en su puño. Luego apunto con la vista hacia el Regidor, justo frente al acantilado. Un aura poderosa rodeo el cuerpo, giraba velozmente como si el mismo viento impetuoso de la montaña le diera energía y pronunció con voz intimidante como hasta ahora no se le había oído:
— ¡“Vuela y que el Viento te cargue”!

El viento que arremolinaba su vestimenta se concentro alrededor de su brazo y con un rápido movimiento empujo toda esa energía hacia el puño y la piedra. El pequeño peñasco avanzó a una velocidad increíble, imposible para un brazo como ése. Iba directo al Regidor, apuntaba a media altura. Aunque Drasil había perdido de vista su proyectil, sabía muy bien que daría en el blanco... por más que estuviera a más de un kilómetro.
Un gran estruendo revelo que el Regidor se había despertado, que su cuerpo se sacudía la maldad que surcaba por sus faldones. El ejército impío, oculto hasta ese momento en la cara que no daba al Valle de los Olvidados, tuvo que soportar el tremendo alud de nieve y rocas que el peñasco del misterioso hirffil había desencadenado. La avalancha hizo que la ladera de la montaña se desprendiera de gran cantidad de nieve, lo que adelgazo su perfil. Fue entonces, que por el espacio dejado por el desprendimiento, una mancha gris en movimiento que emitía gritos guturales eufóricos dejo entrever que la gran parte del ejército seguía aún adelante.
¿De cuánto tiempo dispondría para llegar al Valle y dar la alarma?

Luego de escabullirse por casi una hora entre afiladas rocas congeladas pudo llegar a tierra bajas desde donde ya podía vislumbrar el poblado minero del Alto. Solo debía superar un último tramo: cruzar las ruinas de un puente ya en desuso que en antaño unía al pueblo con una mina ya cerrada. En su época era de piedra tallada que brillaba al sol y que reflejaba el brillo de la congelada cascada a su costado pero que hoy solo era un tramo de madera y sogas en la parte central donde no quedaba rastro de la vía. Por él solo cabía una persona y más de eso provocaría su derrumbe y la inevitable caída libre al congelado río Ínes a más de cien metros. A pesar de lo débil que se hallaba el puente debido a la erosión provocada por el agua, Drasil decidió a atravesarlo sabiendo que era la salida más rápida ya que vadear la cascada llevaría horas.
Fue entonces, cuando ya llevaba la mitad del peligroso camino que un gran vórtice surgió desde el bajío de la cascada provocando que todo el resquebrajado puente temblara y de paso desequilibrar al hirffil, el cual quedo colgando con una mano del borde. Pero la colgante alma de Drasil no era la única que estaba en rededor. Había alguien observando y poco a poco se acercaba con paso seguro hacia el anciano; era un hombre, alto y muy delgado donde sus llamativos ojos sobresalían del parco y grisáceo rostro trémulo. Su cabello era rubio apagado y vestía con ropas oscuras que le llegaban al suelo. Con cada paso que daba parecía ser envuelto por el viento que arremolinaba su aura.
La voz del aparecido era fría y llena de rencor:
— Al parecer la suerte os favorece —dijo sarcásticamente.
— Esto no lo llamaría suerte si es necesario volver a ver tu rostro, Hánon el Traidor...
El hombre se enfureció y le dijo agresivamente: — ¡El Amo favorece al enemigo más que a los suyos!

Hánon tomo la mano de Drasil con fuerza y continuó:
—Si fuera por mí ya estarías en el fondo de la cascada. — Luego dijo irónicamente levantándolo hasta tenerlo frente a sus ojos: —Pero hasta la carroña alimenta al hambriento y vuestra carne guarda un secreto que saciara a nuestro señor… Vendrás conmigo viejo maestro.

En su conciencia, Drasil llevaba más que el peso de sentirse responsable por el pasado que le aquejaba, también cargaba con el secreto que podría definir el futuro de toda la Tierra del Dragón, un secreto que le había sido confiado y que llevaría a la tumba para siempre en los hielos eternos del Valle de los Olvidados. Pero, por ahora totalmente dominado por su captor, no quedaba otra opción que esperar que la suerte se volviera un poco favorable y así poder salvar el tesoro que él y muy pocos con vida conocían. La revelación de ese secreto era la sentencia o la última esperanza para la civilización.


* * *


Cablan es un reino de Altos Hirffils ubicado entre las Montañas Empinadas y las Impenetrables, su soberanía se extiende a lo largo y ancho del oculto valle como también en las terrazas y acantilados en los faldones de la cordillera. Durante toda una Era han permanecido ocultos tras sus montañas a los ojos de los Hombres, habitando en secreto el bendito Valle Fértil, cultivando tanto con sus manos como con su mente el poder de la Vida y de la Muerte.
La tierra en la cual se disponen su grandes ciudades y pequeños poblados, lugares dotados de paz y alegría es la mas fecunda de toda la Tierra del Dragón; sus verdes prados están sembrados de magia y los caudales arrastran la energía de la tierra a todos los rincones de Cablan. Este es un don que recibieron de manos del Dragón en compensación por las pérdidas sufridas por los Hirffils en la Guerra de Colonización en los albores de la Tierra.
El Pueblo Hirffil ha logrado sobrevivir en la incomunicación ya que todo su pensamiento se basa en la satisfacción de la persona y del pueblo sobre afanes ambiciosos y banales. Cultivan la cultura del pensamiento y de las Artes, de manera libre y espontánea, tan natural como lo es para nosotros los Hombres el juego y la diversión. Así, su sociedad flota sobre una convivencia de complacencia reciproca y libre donde todo apunta al bien común. Son estos caracteres lo que hacen de su pueblo alegre y con conciencia de cómo hacer feliz su paso por la Tierra, algo que los Hombres olvidaron...
Es esta madurez como sociedad sin necesidad de competencia les ha hecho volverse cada vez mas desprendido de los sucesos del mundo exterior. Pero eso no significa que solamente guarden con recelo su cultura, llevan cierta atención de los hechos del exterior pero no definen su accionar, más la interiorización en la que pecan es muestra de su naturaleza mundana, algo que les aleja de la perfección.

Geográficamente, el reino abarca todo el bajío del valle entre las montañas; una depresión angosta en el norte, de no más de veinte kilómetros de anchura, que a medida que se aleja de su hito —el Regidor — aumenta su longitud, enanchándose hasta el cordón meridional que cierra el valle, noventa kilómetros al sur.
El sur del valle, de unos setenta kilómetros de ancho, concentra toda la producción que necesita esta nación para subsistir. El buen clima que casi todo el año reina en esta zona, permite abastecer las ciudades del norte, las cuales se hayan a mayor altura por lo que su producción se ve agobiada en los meses de invierno debido a la nieve, como también por la sobre demanda presentada al recibir los lugareños del exterior de las murallas: en especial Hirffils venidos desde los poblados de las Terrazas. Estas poblaciones son regiones muy ricas en minería, que en el invierno disminuyen casi en su totalidad las extracciones, sufriendo la migración de sus habitantes por unos meses.

Fue así, que en el invierno de ese año, la gélida brisa del amanecer proveniente del norte trajo consigo densa angustia desconocida en estas tierras. Nunca antes el viento cargó inseguridad y temor en sus alas a través de los campos del Valle. En el pesaban maléficos deseos de guerra, venganza y odio. El rancio aire llenó de tristeza los corazones de los Hirffils, y para muchos de ellos fue como si les arrancaran la tibieza del alma; éstas eran sensaciones incomprendidas para la mayoría de ellos ya que muchos nunca han sentido el dolor, el temor, la pena menos el rencor.
El aire fétido y cargado de maldad marchitaba poco o poco a cada Hirffil, ennegrecía sus pensamientos a medida que cubría cada campamento, pueblo o ciudad. Los primeros en caer en la sombra del pensamiento fueron los solitarios habitantes que aún quedaban en las Terrazas: solitarios mineros, fuertes señores con alma de roca que nunca vieron su temple sucumbir ante la oscuridad y el agobio en las minas, pero que ante el arribo de las tinieblas cayeron rendidos en un sueño de desesperanza.
Los solitarios mineros temporales no serían los únicos en sufrir el desconcierto espiritual, ya que mas allá de los escarpados riscos que cercan los poblados de las Terrazas, los extensos campos tapados de nieve son el preludio de una gran ciudad, donde se alojan cerca de quince mil Hirffils. Ahí, sobre una colina que sobresale del paisaje llano con altas montañas como telón se eleva la Torre de Hónorie, hermosa aguja coronada con diadema de plata, engarzada en la roca y tan firme como las bases que le sustentan. Bajo el cuerpo esbelto y blanco de tal icono floreció toda la cultura del Valle y es en donde fue creada una maravillosa ciudad conocida desde centurias como Gohwaen la Blanca. Los altos muros pálidos encierran la colina, en la cual se superponen paralelamente las anchas avenidas por donde transitan los carros y la gente. La homogeneidad de los edificios junto a las avenidas otorga al lugar una textura suave que resplandece y solo a medida que baja el sol, la ciudad adquiere un tono más tenue, nebuloso, donde la vida parece flotar en ese ambiente vaporoso y de apariencia boscoso.
En esta época de hielos, la ciudad parece tapiz de invierno, con sus arbustos cubiertos por la nieve hace que Gohwaen sea un cúmulo más en el paisaje bañado por la luz del temeroso sol.
En uno de los disimulados balcones de la Torre, una silueta observaba el valle. Era un cuerpo esbelto y alto de un muchacho joven, cargaba una ligera armadura blanca de cuero con hermosos detalles bordados con oro que representaba una espada y una pluma cruzadas. Bajo el peto caía liviana una toga de seda blanca ceñida al cuerpo por un cinturón de cuero blanco y de piedras preciosas incrustadas que centellaban casi tanto como los zafiros que el portador llevaba por ojos. En su rostro dominaban grandes cejas negras que hacían resaltar el poder de su mirada. Su cabello tocaba sus hombros, era largo y negro como el carbón y contrastaba con su cara. Ningún otro vello asomaba en el terso semblante provocando que su faz pareciera de mármol y que su temple asomara como la de un rey.
El frío de la mañana aún en tinieblas golpeaba el hermoso rostro, ahora sereno, de quien miraba en lontananza, hacia el norte donde sus grandes ojos azules buscaban una respuesta al desconcierto de su mente, un vacío donde los pensamientos se ofuscaban tratando de descifrar el mal augurio que sentía en el corazón. Su tensa mirada buscaba cualquier indicio que desconcertara con el blanco paisaje.
— ¡Hórien! — dijo una voz desde el interior de la Torre. — Muchas cosas deben preocupar a tan distinguido caballero como para que este sea atrapado con la guardia baja.
Del interior de la habitación salió un hirffil, vestido con mantos azules, de largos cabellos negros y con contextura recia. Su rostro era curtido, con barba pero no mayor aunque si contrastaba con el inmaculado semblante del joven.
— Es cierto —dijo el muchacho—. Quizás hoy mis sentidos estén perturbados, sin embargo, he sentido vuestra presencia. Mas no he querido quebrar el turbio mensaje del viento... Sin embargo no he podido descifrar el mensaje.
El hirffil de vestidos azules tomo posición junto a Hórien, quien era poco más alto. Ambos contemplaban el brillo del sol de la mañana que asomaba tras las montañas del norte hasta que el último en llegar habló:
— Algo en el sueño me ha desconcertado... he despertado alterado. Una sombra cubre mis sueños.
— Lo mismo he sentido, primo Aured. Siquiera tengo la fuerza para comenzar mi entrenamiento... No podré cargar mi espada si mi corazón busca atento una señal para explicar el silencio mortal que la mañana trae, o para revelar porque la penumbra ha cubierto la tierra de Turan.
— Mi querido primo, a tus diecisiete años ya cargas con tu espada como también con la responsabilidad espiritual que algún día te levantará como rey. ¿Qué os dice el corazón?
— Me dice que debo partir en busca de las respuestas de la mañana. Algo en el aire me reta en ir hacia el norte, siento las súplicas de quienes se pierden y una de esas voces me es conocida.

Hórien, raudo como el viento de esa tenebrosa mañana abandono el balcón. El hirffil llamado Aured aún observaba hacia el septentrión. Luego de unos minutos, el silencio se quebró con el sonido de los nobles cascos de Nefrien el blanco corcel de Hórien. En lo alto, Aured primo del príncipe tuvo una visión que le arrancó el calor de su alma por unos instantes...A su mente vagas imágenes del pasado volvieron al presente, recuerdos dolorosos de una guerra que marcó con fuego la vida de quienes tomaron parte en ella. Había descifrado el acertijo pero era demasiado tarde para advertir al indómito Hórien quien ya rasgaba el manto blanco de la planicie de Turan.




Las regiones septentrionales del Valle son escarpadas pero en esta época todo esta cubierto de blanco. Desde aquí se pueden apreciar las imponentes estribaciones orientales y a la vez las cumbres dentadas occidentales, las cuales se reúnen con fuerza para levantar allá en el norte, el Regidor desde donde, se dice, se puede ver el mar del Sur.
Esta es una de las zonas más inhóspitas del Valle alejada a dos días de cabalgata de Gohwaen, por lo que regularmente solo es habitada por un puñado de aguerridos mineros quienes moran en las agrestes Terrazas.
Para Hórien esta tierra tan salvaje no le es desconocida menos incómoda, pues el príncipe hirffil ha aprendido de la ruda naturaleza grandes habilidades de subterfugio. Así, después de dos días de haber dejado atrás la ciudad, fue recibido con un frío abrazo y saludado por las voces del río Ínes que hasta hace poco descansaba en un sueño de hielo. Este gran río nace en las mismas paredes del Regidor atravesando toda la planicie de Turan hasta las verdes planicies del sur de Cablan y ahora vuelve a correr en sentido contrario al cual cabalgaba Hórien.
Habían sido dos largas jornadas de viaje para el hirffil, un trayecto difícil por tierras yermas sin más provisiones que las que lleva un mensajero de corto alcance y con poco abrigo, tan solo un manto de lana forrado en piel. Sobre sus cabellos llevaba una capa de escarcha y tanto sus miembros como su mente estaban agotados. Decidió descansar antes de proseguir con el viaje, se apeo de Nefrien y descargo unas pocas cosas que llevaba. No era mucho lo que disponía pero las provisiones que traía eran lo mejor en tal lugar y la hidromiel era tan preciada y sabía aún más exquisita en ese lugar como si fuera un regalo del mismo Dragón.
Para Hórien no había sido una cabalgata fácil, por más que conociera tales campos como sus manos y estuviera acostumbrado al clima, sin embargo, no fue el viento ni la montura, siquiera el peso de su armadura bajo el abrigo lo que le incomodaban sino el peso de algo que le abrumaba el alma, una sombra que poco a poco crecía en su corazón. Además de esos mensajes indescifrables que cada vez se repetían más a menudo se agregaba la incansable voz de su primo Aured, quien trataba de decirle algo, mas él no lograba entenderle. La Sombra cubría hasta la voz de sus hermanos, un enlace que nunca se perdía... hasta ahora.
Al norte la oscuridad escondía los rayos de luz de media mañana y nubarrones de tormenta se arremolinaban contra las paredes del Regidor; hacia allá apuntaban los pensamientos de Hórien y la razón de sus temores se escondía tras esas nubes amenazadoras. Mientras observaba con recelo pudo saciar su hambre y libero su mente de complejos decidiendo que solo acercándose podría sacar algo a la luz; con unos pocos minutos bastó para que su cuerpo recuperase el aire y la determinación para continuar.
Su meta era llegar hasta las faldas del Regidor antes de que acabara el día, por lo que, a penas hubo descansado y Nefrien pacido, retomo el rumbo al norte. Al medio día del segundo día de viaje, Hórien ya dejaba atrás la planicie nevada de Turan para recorrer los pasajes elevados que llevaban a las terrazas y a la montaña. Acá el suelo era baldío y constantemente se desprendían rocas que amenazaban al hirffil y, a veces, le impedían el paso. En las laderas los pinos llenaban los bajos, pero a medida que ascendía, estos iban en retirada.
El viaje de ascenso a las Terrazas había sido agotador y ya las provisiones escaseaban. La marcha se había prolongado más de lo que el esperaba, pero no podía echar pie atrás. Desde un principio emprendió tal empresa sólo para responder su inquietud, la cual no encontraba respuesta sino que se acrecentaba. La duda en su corazón tomaba forma, la oscuridad que nublaba su mente ahora era reconocible… incluso ya le era familiar: hace diez años cuando él aún era un niño ya había sentido esa presencia que le helaba la sangre, era la ofuscación que caía sobre los seres cuando el Reino Oscuro tocaba a la puerta con martillos de hierro.
El gobierno del Mal, conocido como Reino Oscuro está formado por hombres y criaturas renuentes, enemigos de los Hirffils como de los Hombres guiados por un perverso capitán llamado Thuel. Hace diez años el poder del Reino Oscuro intentó usurpar a los principales reinos de la tierra declarando la guerra a los pueblos libres que no se sometieran a la voluntad de Thuel, voluntad que buscaba dominar a todo ser libre y que era llevada a cabo por los terribles y perversos ejércitos oscuros que marchitaban el suelo. La inteligencia de Thuel, la cual solo se comparaba con su malicia, le permitió ganar tiempo hasta que casi logró su cometido: tan solo dos reinos pudieron oponérsele: los sabios hirffils de Cablan y los caballeros de Ballesh.
Los señores de Valle juntaron a sus legiones blancas de hirffils y abrieron las ocultas puertas de su reino para enfrentar fuera de sus murallas a las huestes del mal. En el norte de las montañas Empinadas formaron las tropas para esperar el golpe, el cual se gestaba en los manchones negros que llenaron en ese entonces el horizonte. En el frente del Valle se realizo una de las más memorables batallas que los hombres solo conocieron años después, una confrontación que permitió dividir las divisiones de Thuel, lo que otorgo al pueblo de Ballesh la victoria sobre quien le sitiaba.
Thuel en ese entonces no conocía de Cablan y la aparición de los señores de Valle le desequilibró y le quitó su anhelada victoria sobre los balecinos que durante años planeo. Ningún hombre conocía la ubicación de Valle, pero ahora Thuel mancillaba el secreto buscando la venganza, y diez años después de su ufana derrota logra ingresar a Cablan e iniciar de nuevo su guerra.

Hórien aún jalando de las riendas de Nefrien consiguió alcanzar una de las rutas que llevaban al poblado cuando el sol había traspasado las estribaciones occidentales. Se encontraba en un camino que ya no subía, de unos tres metros de ancho el que iba junto a la pared de la montaña. Unos metros más al este de donde el joven apareció el camino se curvaba al norte siguiendo el margen de la montaña, y luego comenzaba a descender para llegar a la hondonada donde se emplazaba el poblado del Alto. Era un largo callejón orientado hacia el norte dividido en dos por una avenida empedrada sin nieve. La avenida llegaba hasta las barbas de la montaña, ahí se levantaba un altísimo muro liso tallado en la roca y en el centro un arco en el cual se abría un gran portón de madera de pesados goznes de hierro. Esa era la entrada a la mina del Alto, con cinco metros de alto por cinco de ancho era el atisbo monumental de los centenarios salones excavados en la médula de la montaña, desde donde se obtuvieron las primeras riquezas para Cablan que sustentaron su florecer. Pero en esta ocasión, los portones de la mina protegen algo más que vetas de oro.
La oscuridad ya llenaba el bajío mientras Hórien contemplaba expectante. La inquietud que lo había llevado hasta desolados parajes no encontraba respuesta y lo que veía solo lograba acrecentar su duda: un pueblo siempre en movimiento ahora acallado, como si el resto de la población que aún no emigraba por el invierno hubiese sido tomada y hecha desaparecer. Una repentina sensación atemorizo al joven, un sombrío pensamiento… La oscuridad ya tomaba forma, la sombra en su memoria de hace diez años estaba frente a sus ojos y se acercaba. Ahora todo cuadraba: sus dudas, sus temores…

“Era la tercera mañana desde el solsticio de invierno cuando las trompetas de Valle hicieron temblar las montañas. Desde el sur cabalgaba acompañado de blancos escuadrones el Señor de los Hirffils haciendo sonar su cuerno llamando a las huestes para ir a la cercana batalla. Los miles de cascos de caballos retumbaban y los llamados a voz incentivaban el valor de quienes miraban de frente a la Oscuridad sin temor a lo que les esperaba tras las montañas.
Como hace miles de años, al igual que los Señores del Sur que poblaron la Tierra, Yamiel Barbarón avanzaba hacia el norte cegando con el brillo de las cotas y de las lanzas a quienes le miraban. Las puertas de Valle, desconocidas para los hombres aguardaban al rey y serían cruzadas por un ejército luego de mil años: la última vez la traspasaron los primeros habitantes de Cablan y desde ahí se cerraron.
Y así la Llave paso de padre a hijo hasta llegar a las manos de Yamiel Décimo Tercer Barbarón quien se aprestaba a batir las grandiosas puertas que daban el paso un estrecho valle tras ellas, de una angostura que hacía imposible el paso de artefacto alguno capaz de derribarlas.”

Hórien habiendo comprendido la gravedad de la situación se preguntaba como había sido posible que tales enemigos hayan podido atravesar las puertas perdidas. ¿De qué fuerzas dispondría el Reino Oscuro?

“Habiendo llegado la hora novena del día aún la oscuridad de la noche no se retiraba de las planicies del Cacaúsiron. Eran treinta mil quienes seguían al lugarteniente de Thuel dirigiéndose hacia los campos de Brimania tras las estribaciones septentrionales de las Impenetrables donde esperaban el grueso de las huestes del Reino Oscuro las cuales sitiaban Verflos ciudad del Dragón. Eran las últimas tropas que Thuel aguardaba, con las que le alcanzaría la victoria sobre el cansado pueblo de Ballesh. Marchaban eufóricos todos vestidos de negro y rojo cantando terribles canciones:

“A Ballesh, a Ballesh los penachos
En sus campos plantaremos escoria y sus cabezas
De sus torres solo quedaran pertrechos
Y su gente alimentará nuestras fuerzas.

A Verflos, a Verflos los batidores
En los salones habitaran pillos en hordas
Cuales bestias correrán los príncipes
Suplicando antes de caer en las sombras.”

A lo lejos una antorcha se encendió rompiendo la negrura que reinaba y luego miles de ellas llenaron los pasajes entre las edificaciones que subían por la ladera. Todo el valle de la mina estaba iluminado por lo que Hórien se sintió desprotegido. En ese momento uno de los batidores de las huestes que copaban el pueblo se fijo en un destello en lo alto: sin duda había sido descubierto por el brillo de su cota. El desfiladero donde se encontraba solo le dejaba una salida que era volver tras sus pasos, pero ya era demasiado tarde: la avanzada ya le había descubierto y le tapaban el paso. Eran alrededor de diez hombres ceñudos de rostros desfigurados y mutilados, hambrientos que ya apuntaban hacia Hórien las lanzas. Pero el temple de un caballero hirffil puede intimidar a sus adversarios, y así fue como los hombres lo vieron y sintieron: un alto espadachín vestido de blanco que les retaba con la mirada, el fuego de su espada cortaba el frío de la noche y el brillo de su armadura hacia parecerla intraspasable.
No era la fuerza lo que le ayudaría en este combate, algo que había aprendido desde pequeño cuando aún no tomaba la espada pero si ya dominaba su propio cuerpo como el arma más letal. Luchar contra los impedimentos y adversas geografías forjo su alma como el acero más resistente y le otorgo la serenidad y cautela para aprontar los desafíos.
Esa es la gran ventaja que le provoco una pequeña sonrisa que sus enemigos pudieron observar con furia, mientras él lograba esquivar las lanzas que iban hacia su cuerpo. Entonces avanzó y con cada movimiento al blandir la hoja recordó sus más siniestros recuerdos de guerra, esos de cuando aún era un niño, aquellos que había obtenido al seguir sin permiso a las tropas en la mencionada batalla del Cacaúsiron: la desolación que acompañaba al ejército oscuro y todo el mal que habían dispersado por su país. La venganza ciega aún a los mejores caballeros y esta vez no fue la ocasión. Llevado sin control batió a sus enemigos pero no advirtió lo que la noche le aguardaba; el Mal siempre esta atento y obra por si solo, y ataco a traición al joven hirffil. Una flecha cargada de malicia surco la oscuridad y fue a incrustarse en su hombro derecho. La espada cayó de su mano mientras el dolor le hacia trastabillar, se acomodó como pudo contra una roca para intentar librarse de la flecha, sin embargo el dolor que producían las saetas negras era indecible. Estaba solo, incluso su caballo Nefrien prestaba ausencia… a lo lejos se oían gritos, se acercaban y él no podría ir muy lejos en ese estado, ya venían por él y no había escapatoria. Un escuadrón enemigo ya estaba a menos de diez metros con fuego y cantos: “A Cablan, a Cablan apuntan los arcos, ya los príncipes caen con mirarnos…”
Hórien se puso de pie y tomo su espada con su brazo izquierdo, ya no le quedaban muchas fuerzas mas que las de flaqueza entonces pensó en su gente, en su familia, su padre alto y soberano y especialmente en su hermano menor, Yariel, quien aún era un niño y no merecía conocer lo amargo de la guerra.
Cuando el Mal estaba a punto de ponerle las manos encima un fuerte ruido estremeció el desfiladero, un sonido grave, tal como los de sus recuerdos del Cacaúsiron, conmovió su corazón y atravesó el espíritu de los hombres grises. Un blanco caballo salto el cerco de los hombres y se interpuso entre ellos y Hórien: era Nefrien y no venía solo. El corcel se paro en sus patas traseras amenazante mientras su jinete vestido con una gran piel de oso desenvainaba un rayo que hizo caer a los hombres más cercanos mientras aún llevaba el cuerno de batalla.
A un nuevo toque de cuerno el escuadrón completo cayó atravesado por decenas de flechas y entre los gritos y gemidos Hórien pudo escuchar una voz conocida que le decía: ¬
— ¡Heme aquí, Hórien, no desesperes! —dijo quien montaba a Nefrien—. He llegado como el sol después de días de lluvia. Vuestros augurios no fueron vanos así como también fueron acertados mis temores. ¡Levántate y carga tu espada pues esperan por nosotros, primo!

En efecto, sobre el lomo de Nefrien el Valiente cabalgaba Aured Señor de Las Terrazas, hijo de Damiel hermano de Yamiel Barbarón, quien en una aparición muy oportuna salvó a Hórien príncipe de Gohwaen.
La noche había ocultado a los aturdidos sentidos del joven los sigilosos hirffils que acompañaron a Aured, eran alrededor de cincuenta y todos se reunieron apresuradamente al llamado de él. Llevaban casi ninguna luz pero el característico acento áspero en su voz le permitió conocer a Hórien que se trataban de lugareños, mineros que no abandonaron el poblado por el invierno y que aún viendo a la muerte de frente decidieron mantenerse firme en su tierra. Eran todos varones, vestidos a la usanza de las minas con pieles como pantalones, capa y gorro; sus rostros eran severos curtidos por el frío y muchos de ellos llevaban densas barbas. Sus manos estaban especializadas en martillos y hachas, sin embargo la docilidad todavía no los abandonaba por completo y los arcos les eran familiares.
Todos trotaban en silencio, procurando mantenerse ocultos a los ojos de las tropas enemigas que de seguro estarían buscándolos. La batalla no había sido indiferente y menos aún los llamados con cuernos. Se dirigían hacia las escaleras, las mismas por donde Hórien había llegado. El silencio y el frío nocturno de la montaña caía sobre ellos lo que apesadumbraba el ánimo de la tropa y en especial al herido cuerpo del joven hirffil.
Atrás el Ejército Oscuro saqueaba, quemaba y vejaba los cuerpos de mineros que habían sido tomados por sorpresa, pero tal hueste no busca tesoros sino un paso seguro hasta llegar a los campos, donde su poder podría ser desplegado y no ser tomado desprevenido en aquellos agrestes desfiladeros. Pues quien guiaba a los escuadrones no era un cabecilla estúpido, sino un caudillo de gran maestría y oscura sabiduría que llevaba a cabo los planes del Señor del Mal.

La compañía que había rescatado a Hórien, junto con él, descendieron por la escalera de piedra. Hórien tuvo que desmontar para acelerar el paso y se preguntaba hasta donde planeaban seguir y si todos ellos serían capaces de llegar a Gohwaen a pie y con el enemigo pisándoles los talones.
— Como es evidente no tenemos muchas opciones —dijo Aured—, podemos dispersarnos y esperar que nuestra suerte cambie y encontrar un refugio para no morir de frío.
— Señor, bastante conocemos los rasgos de estas tierras —se pronunció un hirffil adelantándose hacia Aured—. Y no existe cueva suficiente para cincuenta personas y un caballo.

Estaban en los lindes de las florestas que rodeaban la escalera ya varios metros más abajo del nivel del poblado del Alto. Una pesada nevazón se dejo caer en la madrugada y tras los picos encimados las primeras luces del alba ya rasgaban la oscuridad que acompañaba a las tropas de Thuel, esta nueva luz encendió una esperanza al cobijo de los bosques de las laderas que les ocultaban y por alguna razón Hórien dejó de quejarse del dolor y su cuerpo volvió a entibiarse.
A una orden de Aured toda la tropa calló, había percibido una amenaza en el aire. Los árboles podían esconderlos a ellos como también podían proteger a sus acechadores y si eran descubiertos no tendrían más opción que combatir o desplegarse por los parajes boscosos y llegar, sin mas escapatoria, a los resquebrajados acantilados a sus espaldas.
Decenas de sombras se desplazaban rápidamente por los follajes sin que los cautivos pudiesen reconocerlas. Ya no guardaban cuidado en no ser descubiertos por Aured y los suyos y Hórien llego a pensar que querían ser vistos. Entonces, todas las sombras se detuvieron y cada arquero amigo ya apuntaba a una de ellas, sin embargo, Aured no dio orden de ataque pues la duda le había calmado y sintió alegría sin saber aún porqué.
— Mis señores no os derrochéis en la locura —dijo una voz que venía desde una árbol delante de Hórien—, pues necesitamos capitanes para dirigir al último tropel que defenderá las Terrazas y el Paso de los Olvidados.

Con los recién llegados, la cantidad de renegados era de ochenta y tres: grandes caballeros llegados de todos los poblados cercanos al Alto con sus lustrosas armaduras de cuero acompañados de soldados regulares asentados en las montañas, valientes padres de familia seguidos por sus hijos muchos de ellos mozalbetes, maestros mineros, herreros y forrajeros. Lanzas y flechas, espadas y martillos, palas y piedras no se comparaban al ímpetu que movía y ligaba a tales hirffils, todos dispuestos a defender la tierra que les dio una razón de vivir .
Uno de los caballeros que mandaba la compañía se puso al mando de Aured y le informo de la situación y del porqué de su aparición. Su nombre era Cerethian un campeón de caballería aunque sin caballo pero con dos de sus hijos que le escudaban. Le contó a Aured y Hórien que no todos los habitantes del Alto fueron tomados por sorpresa y que los lugareños de las terrazas aledañas respondieron al llamado de quien les había convocado: un hirffil de entrada edad, apodado el Cojo, un antiguo capitán de la Batalla de las Puertas, quien entendiendo la situación se apresto a formar la defensa.
— Si me permiten yo los guiaré hasta la puerta… —pronunció Cerethian mirando de soslayo la ruta por la cual habían huido.
Según Cerethian los rezagados hirffils se acuartelaron en el interior de la mina, lugar donde dispondrían de las reservas de alimentos almacenadas para el invierno y de mayor resguardo. La mina del Alto era más que una simple cueva de obtención de metales, siendo sus niveles superiores los que daban al pueblo un lugar de esparcimiento y reunión para los hirffils, donde la roca después de años de extracción era remozada y las lóbregas cámaras convertidas en salones de fiesta. En ellos, como ya se dijo, se almacenaban los alimentos para el invierno, como también las armas y otros tesoros; sin embargo, la extracción de metales aún continuaba en vetas profundísimas las cuales se comunicaban por puertas aledañas, menos magníficas que el portón principal pero mejor ocultas y de mayor importancia logística, por lo que la cueva era todo menos una cañada sin salida. A una de las puertas menores pensaba llevar Cerethian la compañía y así unirse a la defensa.
El camino que llevaba a la puerta tercera del onceavo nivel de la mina, como dijo Cerethian, se encontraba hacia el noreste y bajo su actual posición unos doscientos metros. Era un camino difícil donde solo podrían acceder trepando por lo que ningún caballo, aunque fuese Nefrien el Valiente podría pasar. Hórien con el corazón acongojado no tuvo mas opción que despachar a su inseparable amigo, el único hermano en sus años de entrenamiento en parajes agrestes, el calor que lo mantuvo vivo contra ventiscas inesperadas y ahora último quien le protegió del enemigo en su hora de dificultad. Los ojos del animal demostraba que este entendía la situación y separarse de su amo era aún más complicado de lo que el mismo Hórien sentía. Busco el consuelo de su amo y el príncipe le dijo:
— ¡Vete Nefrien! —dijo con lágrimas en los ojos—. Es mi deber quedarme pero no el vuestro. No me quedo por obligación sino por mi voluntad, pero no te retendré en esta hora aciaga. Mi vida has salvado en varias ocasiones pero mi deseo es que corras libre por Turan en la hora nueva y que la oscuridad nunca ofusque el brillo de tu alma. En agradecimiento te bendigo y que llegues sano a Gohwaen donde nunca se avinagrarán vuestras manzanas. ¡Salve Nefrien!

El animal volvió sus pasos descendiendo la montaña por la escalera que un día antes subiera con su amo. Más allá el deshielo acompaño su travesía y la niebla matinal oculto su galopar a los ojos siniestros y especializados de los batidores arqueros, sin embargo muchos hirffils desorientados por el mal en el aire siguieron al resplandor blanco y pudieron vislumbrar los muros de la ciudad y la aguja de Hónorie.

En la montaña, los riscos escarpados fueron la antesala de la mencionada puerta donde la compañía tuvo que superar con dificultad tal accidente. A simple vista la puerta no podía ser distinguida, pero con la ayuda de Cerethian quien les azuzo a hallarla pudieron distinguir las pistas que el caballero les había dado. Observaron con detalle el bajío del risco y después de unos minutos, pudieron vislumbrar las huellas de carros y una senda que terminaba bajo ellos en la pared del acantilado. Solo los ojos minuciosos de los hirffils podían encontrarla y ¡ahí estaba! Una puerta por la que cabía un caballo con su carro jalado de sus bridas, sin más ornamentación que el talle de una pica y una rueda arcaica.
Gran alegría sintieron los hirffils en especial Hórien, quien últimamente sufrió mucho de su herida al descender por el acantilado. Una vez que los ochenta y tres hubiesen bajado, Cerethian los llevó a la puerta donde les dijo:
— Mi deber termina aquí. El hado nos permitió llegar con fortuna y tras esta puerta puede que ya no nos guarde la misma suerte. — Todos contemplaron el momento en que los goznes giraron y la puerta cedió al toque del caballero. — Este es el momento en que sólo vosotros deciden el próximo paso y a nadie se le asegura que vuelva a ver la luz del sol. ¡Quienes quieren ver un verdadero amanecer seguidme!
En el momento que el sol hacía aparición tras las montañas Empinadas los ochenta y tres hirffils se internaron en la oscuridad sin vacilar.




Texto agregado el 23-06-2008, y leído por 144 visitantes. (0 votos)


Para escribir comentarios debes ingresar a la Comunidad: Login


[ Privacidad | Términos y Condiciones | Reglamento | Contacto | Equipo | Preguntas Frecuentes | Haz tu aporte! ]