El viernes, 20 de febrero de 1987 es una fecha de gran importancia para mí. Mi padre había sido internado en un hospital dos días antes debido a un fulminante derrame cerebral. Por primera vez en mis 20 años de vida me enfrentaba a la posibilidad de la muerte en mi familia. Esa noticia me dejó devastado, aturdido y confundido. Ese viernes en la tarde, el medico le dijo a mi mamá que tenía que operar a mi padre para extirparle el tumor en el cerebro que lo dejo paralizado e inconciente. Ella se encontraba en un estado de desespero. No sabíamos si mi padre iba a resistir dicha operación. Mi tía le dijo al doctor que ella iba a orar para que el Señor Dios Eterno lo dirigiera en la operación. Y así fue, una operación que usualmente dura de tres a cuatro horas tomó solo dos horas. Mi mamá estaba aliviada por la noticia de que todo fue exitoso. Sin embargo mis ánimos no eran los mejores. La muerte es algo a lo que siempre le he temido, sea mi propia muerte o la de un ser querido.
Esa noche en mi recamara, encendí mi radio para poder quitar de la mente todos estos temores y angustias. Mientras movía el dial, encontré una estación de radio donde una persona estaba predicando el Evangelio de Jesús. Hasta ese punto de mi vida, yo me consideraba una persona “buena” y digna de ganarme el cielo. Cuan ignorante era. Las palabras del predicador me llegaron al corazón y a la mente, haciendo ver la realidad: que mi vida era una falsedad. Años atrás, una persona me hablo de Cristo y de mi necesidad de recibirlo como salvador. Yo accedí a su invitación de dar un paso de fe. Recuerdo que el me pidió que repitiera una oración que me iba a dictar. Así lo hice. Sin embargo, esto no fue más que un mero ritual. No tenía ninguna validez porque yo siempre me considere una persona “recta” y digna de merecerme el cielo. Las palabras que escuché en la radio me hicieron darme cuenta de mi error. Por primera vez descubrí que solo Cristo podía salvarme de la perdición. Me di cuenta que yo no había entregado mi vida por completo a Dios. Fue en ese momento que tome la decisión más importante de mi vida. Le entregue mi vida al Señor. Contrario a lo que hice años antes, no repetí ninguna oración dictada por alguien. Simplemente, le pedí a Jesús que perdonara mis pecados. Acepté a Jesús como mi salvador. Eso nada mas fue suficiente para que mi vida cambiara.
Por supuesto que los cambios en mi vida no ocurrieron de la noche a la mañana. Dios comenzó aquella noche su obra en mí. Hay muchas cosas en mi vida que deben ser cambiadas. Pero en mi crecer espiritual he aprendido que nosotros no somos perfectos ni capaces de no pecar. Al contrario, nuestras naturaleza es pecaminosa e incapaz de agradar a Dios. Sin embargo, Cristo nos limpia de una vez y para siempre. Aun cuando fallamos, El nunca deja de amarnos. Aquí no se trata de lo que podemos hacer por El. Esto se trata de lo que El hizo por mí.
Son muchas las bendiciones que he recibido del Señor. El ha suplido todas mis necesidades materiales, emocionales y espirituales. Hace cinco años escribí un articulo titulado “Giovanni: Un Amigo Especial”. Ese articulo relata mi odisea con Giovanni, un joven Israelí a quien tuve el privilegio de ayudar académicamente. Esta experiencia que tuve con este joven no fue coincidencia. El servir al pueblo escogido de Dios es un honor. Como resultado de este servicio, Dios me bendijo grandemente. Cuando obtuve el grado de maestría exactamente un año después de comenzar las sesiones de tutoría con Giovanni, yo me encontraba en una situación económica un poco difícil. Hasta ese punto, yo estaba sobreviviendo con la ayudantía que me ofrecía la universidad mientras era estudiante. También tenía trabajo en el centro de tutorías. Al completar los requisitos del grado, ya no podía continuar con la ayudantía, aunque si podía continuar dando tutorías. Sin embargo, este trabajo como tutor era uno a tiempo parcial el cual no me alcanzaba por si solo para cubrir mis gastos. Pero creí que Dios me iba a suplir mis necesidades de una forma u otra.
Una semana después de haber entregado mi tesis, envié un resume por correo electrónico a un profesor de Química de un colegio regional de Manhattan. Al cabo de una semana, recibí un correo electrónico del profesor indicándome que todas las secciones de Química ya habían sido cubiertas, pero que iba a guardar mi resume por si el semestre siguiente había alguna sección disponible. Este correo lo recibí un lunes en la tarde. Aunque no fue la mejor de las noticias, yo no me deje desanimarme por ella. Al día siguiente, martes, llame al departamento de Química del colegio regional del Bronx. La secretaria me dijo que si me era posible que me personara para entregarle un resume al director del departamento. Inmediatamente tome un tren para el Bronx (yo vivía en el condado de Queens). Después de examinar mí resume, el director de departamento me dijo que no podía garantizarme nada pero que trataría de ver que podía darme. Me fui para mi casa confiado de que aunque fuese un curso para enseñar, algo recibiría.
El miércoles, apenas un día después de entregar el resume en el Bronx, me prepare para ir a descansar en el parque central. Yo estaba confiado en que me llamarían del Bronx para ofrecerme una clase. Cuando camina hacia la estación del tren, mi celular comenzó a sonar. Inmediatamente pensé que seria de parte de la secretaria para informarme que me iban a dar al menos una clase para enseñar. ¡Pero para mi sorpresa, la llamada no era del Bronx, sino del colegio regional de Manhattan! Sí, el mismo profesor que me contesto el correo electrónico dos días antes para informarme que todas las plazas estaban llenas me estaba llamando porque dos secciones fueron abiertas ese mismo día y me las quería ofrecer. ¡Que grande bendición! Después de una corta conversación, quedamos en vernos al día siguiente, jueves, para la distribución de libros y para firmar el contrato. Apenas colgué el celular, recibo otra llamada. Esta sí era de la secretaria del Bronx quien me estaba llamando para informarme de que iba a enseñar una clase. Ustedes podrían pensar que todo esto fue una coincidencia. Pero yo estoy convencido de que no lo fue. Fue verdaderamente un milagro del Señor. Para que vean que la coincidencia no tuvo que ver, les diré que el semestre comenzaba ese mismo viernes, dos días después de recibir estas llamadas.
Este maravilloso milagro ocurrió en el año 2004, cuatro años atrás. Muchas otras cosas han pasado en mi vida. Pero de eso escribiré mas adelante.
|