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Un amigo del instituto al que no veía desde entonces me llamó al teléfono fijo un tanto nervioso:
-¿Hola?¿Hola? ¿Eres Pedro, verdad? ¡Uff, menos mal! Es que ví al Dani hace poco y me pasó tu teléfono y temí que te hubieras cambiado de casa o de teléfono y como no tengo tu móvil te hubiera perdido de vista... Oye, es que tengo que comentarte algo... Por cierto, ¿cómo estás? ¿Cómo te va todo? ¿Bien? Perfecto, perfecto. ¡Ah! ¿Te has casado y todo? Joder, ya lo dicen por ahí, todos caen, todos caen, ¿eh? Je, je, je. Yo no, tío, yo sigo soltero, bueno, la novieta sigue ahí, pero... Es que tengo que hablar contigo. ¿Tú sigues escribiendo y todo eso? Ah, vale, ¡guay! Es que es por eso por lo que te llamaba, ¿cuándo te puedo ver? Es que te voy a contar algo que lo vas a flipar, pero de verdad, ¿eh? ¡Ufff!, es algo muy fuerte tío, ¡muy fuerte! Pero el martes te veo, ¿vale? ¡Hasta el martes!

Me arrepentí de haber quedado el martes con ese antiguo amigo nada más colgar el teléfono, pero me dí cuenta en ese instante que no tuve la precaución de pedirle su teléfono para llamarle y anular la cita. Sí, podía no presentarme el martes -y admito que lo pensé más de una vez- pero me temía que de no hacerlo me volvería a llamar una y otra vez hasta conseguirlo. Lo recordaba como de esos tipos insistentes y, por lo visto, aunque más bien debería decir por lo oído, seguía igual.

Quizá acepté la cita porque recordaba a ese amigo con cierto cariño, no voy a esconder que me alegraba saber de él y que me apetecía una breve cita para tomar una cerveza en un día entre semana y que me explicara qué había sido de su vida en todos esos años. Las citas en días laborables tienen una ventaja: si el interlocutor se vuelve peñazo siempre puedes escapar con la excusa de que tienes que madrugar, o que tienes que hacer alguna compra antes de que cierren las tiendas, o que tienes trabajo pendiente para el día siguiente. Pero en este caso había algo que me ponía nervioso y a la defensiva: por una lado la urgencia y por otro ese "¿tú sigues escribiendo?", porque eso sólo podía significar algo: que me iba a explicar o el mayor de los dramas o el mayor de los disparates con el objetivo de que yo lo escribiera para hacerlo público. Me he encontrado más de una vez con gente que no es aficionada a escribir –diría más, gente que tiene serias dificultades para escribir ni tan sólo una postal de vacaciones- para los que de alguna manera los que escribimos tenemos la facultad de hacer notoria cualquier cosa que pongamos sobre un papel, como si el mero hecho de escribir con cierta corrección viniera de la mano de su publicación. Y, para más inri, había añadido algo realmente inquietante: “te voy a contar algo que lo vas a flipar”. Ya veía a mi amigo contándome o un drama personal que a nadie interesaba o alguna experiencia paranormal de lo más insufrible. La última vez que me sucedió algo parecido fue con un antiguo compañero del colegio quien me pilló por banda un día de buenas y me soltó una terrible historia de drogas, depresión y paranoia que me dejó agotado para varios días. Tras aquella ocasión me dije nunca más y ahora, mucho tiempo después de aquello, me temía que estaba en ciernes de volver a meterme otra vez en la boca del lobo en la que se convierte la vida para mucha gente.

El martes llegó y, si bien pensé en no aparecer por el bar donde habíamos quedado, me venció la curiosidad. Como es mi costumbre, llegué unos minutos antes de la cita, pertrechado con un libro que estoy terminando de leer (“Crónica del pájaro que da cuerda al mundo”, de Murakami, que recomiendo enfervorecidamente) por si mi amigo no se presentaba. Pero sí se presentó. Y he de decir que estaba casi –casi- como lo recordaba. Tras los saludos de rigor, intercambiamos unas cuantas novedades sobre nuestra vida mientras caía la primera cerveza de la tarde. Aproveché esos momentos para observar sus movimientos, su forma de hablar, de explicarse, en búsqueda de algo extraño, de algo que me pusiera sobre aviso, para saber, en resumidas cuentas, si mi antiguo amigo era uno más que había caído en las garras de algún desorden emocional.
Pero no, para nada. Dentro de lo que cabe, teniendo en cuenta los años transcurridos, seguía siendo igual, sin nada que delatara en su comportamiento algo extraño o ajeno al amigo que yo conocía. Así que, predispuesto por un mejor humor y con la segunda cerveza en la mesa, me dispuse a saber qué era eso tan ‘flipante’ que me tenía que contar.
Y a fe mía que ‘flipé’. Y todos vosotros ‘fliparíais’ si alguien conocido os dijera algo como esto:
-Tengo el mensaje de un espíritu, un mensaje que dar al mundo, Pedro.
Joder, no me ahogué con la cerveza de milagro, de la tos que me dio. Mi amigo se rió.
-¡Ja, ja, ja! Vale, vale, dicho así es muy fuerte, ¡ja, ja,ja! Tranqui, tranqui, te explico bien. ¿Te acuerdas de L.?
¿L.? No lograba acordarme. Mi amigo cabeceó.
-Sí, hombre, sí, ¡L.!, que estuvo en tu clase en tercero, hombre, que salía con aquellas dos, la Luci y la Paqui…
Sí, entonces recordé a L., de forma borrosa pero ya ubicaba quién era.
-Bueno, pues yo estuve saliendo con ella justo en el último curso, no sé si te acuerdas… -afirmé con la cabeza-. Vale, pues… bueno, ella murió en un accidente al año siguiente, cuando ya estábamos fuera del insti, ¿te enteraste?
Me vino a la memoria que un conocido me dio la noticia, sí.
-Hostia, mira que lo pasé mal en aquella época… ¡Estuve de psiquiatras y todo, tío! –dio un trago de su cerveza-. Pero bueno, era muy joven y salí de eso. Luego tuve otras novias hasta llegar a la que tengo ahora, una chica guapísima y muy buena tía con la que llevo viviendo un año y medio. Te digo eso para que entiendas que aunque yo quise mucho a L. no he estado toda la vida colgado de ella, ¿eh? He sabido salir para adelante. Pero, mira chico, hace un tiempo me empezó a aparecer en sueños. Al principio pues bien, ¿no? Pues normal que se te aparezca en sueños alguien que conociste, y más si fue tu novia, ¿verdad? Pero tío… De pronto la cosa se complicó…
Se quedó un instante callado. Aproveché para dar un trago largo. Me iba a hacer falta, pensé.
-De pronto me empezó a decirme cosas y que tenía que darlas a conocer al mundo, ¿sabes? Del rollo ese de tengo un mensaje que decirte y tal… Bueno, yo no hacía mucho caso, sólo pensaba “joer, colega, que sueño más raro, ¿no?” y tal. Pero pasaban las noches y la chica se me seguía apareciendo e insistía en que lo escribiera. Y, bueno, yo que sé, al final me puse a escribirlo pero, macho… Mira, yo en cuanto dejé el insti me metí en el taller de mi tío. No me va mal, ¿eh?, pero estas manos –me las enseñó, manos anchas de currante- no están hechas para escribir. Por más que me ponía no había manera de que me saliera algo guay, porque L. decía cosas guapas, ¿sabes? Total –suspiró- que en otro sueño L. fue la que me dijo que fuera otra persona la que lo escribiera, que si no conocía a nadie. Y mira, al tiempo me acordé de ti. Y fue pensar en ti y encontrarme al Dani y pasarme tu teléfono.
Me lo temía. Me ha tocado de los colgados. Una chica muerta en accidente le está dictando mensajes para dar a conocer al mundo. Ha elegido como evangelista a un ex mecánico y a mí como escriba. La vida puede ser rara, joder.
-Mira, ya sé que todo esto te va a sonar a chino –a marciano, pensé-, pero sólo es que me pases a limpio unos apuntes que hice con lo que ella me dijo. Te he traído algo –sacó una libreta de una bolsa- donde empecé a escribir. Sólo le echas un vistazo, miras si lo puedes poner que se entienda y ya, ¿vale?
Tomé la libreta entre mis manos como si fuera algo que quemara, pero la tomé, al fin y al cabo. La abrí y nada más ver la torpe letra a bolígrafo que contenía la cerré inmediatamente. Mi amigo se levantó e hizo gestos al camarero para que trajera la cuenta.
-Lee el primer capítulo y al final de la semana te llamo, ¿vale? Si quieres quedamos aquí el martes que viene y comentamos a ver qué tal ha ido todo. Las cervezas las pago yo, ¡eh! –añadió guiñando un ojo.
Llegué a casa con la libreta en la mano como si fuera una losa. Al leer ese primer capítulo entendí que me había vuelto a meter en un berenjenal: dar orden a aquella colección de disparates era como esculpir un trozo de mármol con un cúter. En fin, pensé, se lo pasaré por ordenador y a lo mejor se conforma con eso, con verlo en un folio en limpio. Pero –pensé inmediatamente- ¿qué pasará si el tipo no me suelta? ¿Si cada semana me trae un capítulo tras otro para que lo transcriba? ¿Cómo iba a librarme de eso?
Acudí a la semana con un par de folios transcribiendo lo contenido en la libreta. Se lo entregué con cierto pesar: no había logrado darle mucha coherencia a aquellas frases con puntos y comas al azar y acentos donde no debían. Mi amigo leyó los folios ansioso y, en seguida, mostró en su rostro cierto pesar. Yo no pude evitar ponerme un poco colorado, ya que me podía el orgullo de no haber sido capaz de haber hecho algo mejor, a pesar de que sabía que no era culpa mía.
-¿Sabes lo que pasa? –me dijo- Que no te acuerdas apenas de ella. Tienes que hacer memoria, ¿sabes? ¡Y ya tengo la forma! Tengo unas fotos de ella de cuando estábamos en el insti, te las pasaré y en cuanto las veas te vendrán recuerdos y podrás escribirlo mejor –nada más decir esto negó con la cabeza-. A ver, que dicho así suena fatal, colega, no, no, no es que escribas mal, ¿eh? Es que tienes que tener recuerdos muy claros de ella para entender el mensaje. Eso es lo que me dijo. ¿Cuándo te paso las fotos? ¿Mañana te va bien?
Yo la verdad quería salir del paso, no tenía ganas de más citas para una historia que se presumía pesada, así que le hablé de la posibilidad de que me pasara las fotos por correo electrónico. Le pregunté si tenía escáner. Mi amigo se me quedó mirando pensativo. En seguida se le iluminó el rostro.
-Yo de esas cosas ni idea, tío, pero mi hermano es un máquina. ¡Ahora mismo voy y le paso las fotos!, ¿vale?
Asentí y quedamos otra vez para la semana que viene con la secreta esperanza que se olvidara de mandarme las fotos y este asunto quedara en una mera anécdota de esas que cuentas en alguna cena aburrida. Pero no fue así. A la mañana siguiente, abriendo el correo en el trabajo, recibí un correo con el asunto “Akí t nvio ls fots de m hrmano”. El correo contenía un archivo pesadísimo de nosecuántosmegas. El hermano sería un máquina, pero del Messenger, pensé. Cuando por fin se descargó el archivo lo guardé en la carpeta de imágenes y lo dejé ahí, hasta que llegara a casa para poder mirarlo.
Ya en casa, consulté el archivo. Resultó ser una foto de los dos –de mi amigo y ella- sentados en una mesa vestidos de manera formal, de esas fotos que hacen en las bodas a los invitados. Claro que la recordé. Me puso un poco triste verla así, sonriente y guapa y tan joven, sabiendo que poco después moriría. E inmediatamente me vinieron a la mente un par de detalles de cuando compartíamos a clase. Guardé la foto y no supe qué hacer. Se suponía que tenía una cita el martes siguiente pero, ¿para qué? Verla en fotografía no iba a hacer que mejorara el texto. En fin, veríamos qué pasa.
Durante esa semana, L. se me apareció en sueños. Mejor dicho, tuve sueños en los que ella –junto con otra gente- aparecía, pero fueron sueños confusos, como me suelen suceder, donde no había nada claro. Y mucho menos un mensaje que dar al mundo, no fastidiemos.
Así que asistí a mi cita como quien acude a un duelo desarmado, no tenía nada que ofrecer a mi amigo y no tenía ni idea de cómo iba a seguir esta historia. En cuanto me senté –esta vez mi amigo había llegado antes- le comenté que había visto la foto y le dije lo de los sueños, pero insistiendo en que esos sueños no me aclaraban nada. Mi amigo sonrió:
-Bien, bien, la cosa va bien, te está pasando lo mismo que a mí al principio. “Ná”, hombre, tú tranquilo, sólo es cuestión de paciencia y todo se pondrá clarito, ¡ya lo verás!
Seguimos conversando un rato sobre temas intranscendentes que nada tenían que ver sobre el tema, pero yo por dentro estaba desconcertado. Por un lado me confundió esa tranquilidad suya -¿me estará trasladando su paranoia?, recuerdo que pensé-; y, por otro, reconozco que me desorientaba una cosa: en ningún momento en todas las conversaciones que habíamos tenido mi amigo mostró afición o querencia por teorías paranormales, ni nada parecido, que era lo que cabía esperar de alguien que me estaba proponiendo lo que me estaba proponiendo. Seguía pensando que todo era muy raro pero mi mente racional encontró en seguida un remedo de explicación: al compartir esos sueños con su ex, de los que me figuro no hablaría con su pareja por no dar celos, se estaba desahogando y ya se sentía mejor. Quizá todo se quedara ahí, en una especie de confesión y no llegara a más, recuperando cada uno su vida normal y aquí paz y después gloria.
Pero canté victoria antes de tiempo. Porque no se quedó ahí, ni mucho menos. De hecho, no ha hecho más que empezar, a pesar mío.
El lunes siguiente recibí la llamada de mi colega:
-¿Qué? ¿Alguna novedad? ¿Has vuelto a soñar con ella?
-Sí –le mentí, no había vuelto a soñar con ella, o al menos no lo recordaba, pero no sé por qué me supo mal decírselo-, pero nada, no consigo aclarar nada.
-Tranqui, colega, tú a tu rollo. Estas cosas no se pueden forzar. Oye, te llamo la semana que viene y a ver qué tal, ¿eh? Me sabe mal pero es que mañana me viene fatal quedar. Si hay cualquier cosa me avisas, ¿vale?
Acepté encantado el aplazamiento de la reunión, síntoma –eso pensé- de que el asunto se empezaba a enfriar, que era lo que yo quería.
Pero vete aquí que días después, navegando indolente por internet me encuentro con una fotografía, una foto muy extraña que, de buenas a primeras me sonó a familiar, pese a tener la certeza de no haberla visto nunca antes. La miré y remiré buscando el motivo que me diera esa sensación de conocida cuando, de pronto, sentí un escalofrío que me nació en la nuca y que me recorrió toda la espalda. Llevado por un impulso, volví a mirar el archivo que me había enviado el hermanito y que no había vuelto a abrir desde entonces. Efectivamente. Era ella. La foto extraña que encontré en internet era L. No me lo podía creer.
Nervioso, con las sienes latiéndome, me puse en pie y me fumé un par de cigarrillos. Mientras fumaba me vinieron a la memoria los fragmentos de los sueños que había tenido con ella la otra semana. Y, como por arte de magia, los recordé con nitidez meridiana. De pronto, el texto inconexo que me había pasado mi amigo, cobraba sentido, todo encajaba. De una manera alucinada, claro, pero encajaba.
Preso de una extraña necesidad de escribir, rehice el relato que había presentado a mi colega y que conservaba en el ordenador. Una vez terminado, adjunté la fotografía que había encontrado en internet. Lo dejé ahí parpadeando en la pantalla pensando en que faltaba algo. En la cocina, preparándome un tardío café, lo pensé: faltaba darle difusión. Y como todo apuntaba a que había escrito el primer capítulo de una especie de diario, lo más rápido hoy en día es crear un blog. Dicho y hecho: no esperé a tomarme el café para crear el blog que hoy he creado. Y, para redondearlo todo, he escrito este relato para subirlo aquí, a loscuentos.net, con no sé qué esperanza ni objetivo porque yo, al igual que ella, tampoco espero que nadie me crea…


http://solofantasma.blogspot.com/






Texto agregado el 21-06-2008, y leído por 720 visitantes. (20 votos)


Lectores Opinan
21-11-2011 Como una canción que ya conocía, pero no podía tararear. barrunta
09-05-2010 Genial...me has tenido pendiente, y con ganas de más. manticore
12-01-2009 Leí el relato hasta el final. NO VOY A ENTRAR EN ESE BLOG. Con que me tomes el pelo una vez ya voy servido. Un abrazote, Maestro. poirot
21-08-2008 me enganche con este capitulo....espero lo demas con ansias... lisinka
25-07-2008 excelente el blog..!!....besos! MarMaga
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