Un envase vacío. De estilizadas formas y colores.
Quizá, y solo quizá, alguna vez ocupado con un elixir pleno, desbordante de fragancias y sabores.
Arrogante, esperando las mieles del bon vivant.
Inconsciente de tiempos y maduraciones, y en la creencia de que jamás se perdería a la hora de reflexiones futuras.
Incauto, tal vez, y solo, tal vez, en apuros a vivencia sin medida, sin distinguir por ello quien seria merecedor de tal halago. No pudo contener a quienes, nuevos ricos, miran de reojos las góndolas, ignorantes, sin estilo y prepotentes, con el solo fin de que los otros adulen su adquisición, sin la admiración que el merito provoca, sino con recelos y envidias.
Indolentes a la hora de la degustación y que se beben a borbotones, casi con sorna, los contenidos, sin medir consecuencias generadas.
Un envase vacio. Otro más. De esos que una vez usufructuados, sin glorias, y con penas, decorativos estratégicos lugares a vistas, en canastos de basura, con el solo fin de que las gentes vean manifiesto poder sobre sus adquisiciones.
Un envase vacío. El que tal vez, y solo tal vez, sienta la piedad y a partir del mal gusto, transforme su utilidad en un objeto vistoso en alguna mesa de luz trasnochada, que torne sus días en bendiciones de tortuosas noches.
Un envase vacío.
Lastimosamente vacío.
Irremediablemente ya, vacío.
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