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Un Uno indivisible y otro Uno también, indivisible. Cada uno de ellos, Único. Cada uno de ellos Individual… Que por ser Indiviso, Único, Individual, en un esfuerzo supremo, pliegan sus conocimientos y defensas y aceptan enfrentarse mesa y café de por medio para intentar ser un Dos y más tarde, que este dé una ecuación en igualdad a Uno… Algo así como que “2 es igual a 1”.
De contextura gruesa, anchos hombros, brazos rellenos, manos inmensas en las que apoyaba su redonda cara de piel enrojecida, y donde el tiempo marcó su obra de arte repitiendo surcos, pintando cejas y destiñendo impiadosamente en su cabeza la escasa cabellera, mientras concentraba su aguda y necesitada mirada en las miradas y gestos ansiosos de aquella Uno, que accedió a una invitación informal, también impulsada por ser indivisa.
Ella sostenía aquella mirada profunda, sin perder la atención a sus grandes esfuerzos por mostrarse simpática, gentil, interesante, atractiva y no desaprovechar detalles del rostro del hombre que las circunstancias le pusieron frente a ella.
Sabía… De sobra sabía y veía -al igual que él en la suya-, que había en su habitación una cama, una almohada, una silla, una lámpara, un plato, un cubierto, un vaso, un jarro, un cepillo de dientes y una sola unidad por cada acto, aunque los deseos forjaran sueños de Dualidad incumplidos. Un desayuno, un almuerzo, una cena… Y un silencio. Todo uno e indivisible. Un espacio vacío donde estirar brazos y manos ansiosas, y solo atrapar en la desesperanza de esa Unidad, el sitio invadido por la nada.
A ella se le achicaba el Alma, tras aquella carita manchada por pecas, de ojitos saltones, de labios muy finos, y de dientes gastados con algunas ausencias, y en la que los tiempos cruelmente dibujaron fantasmas. Él no era indiferente a ese sentir… Se veía frente al gran espejo que abrigaba su imagen solitaria sin que un par de manos traviesas se colgasen de sus anchos hombros en muestra de un sentir más profundo que un simple afecto. La soledad indivisa los abrazaba, pero aún no los unía.
Se miraban y temblaban. Se miraban y se esforzaban por entrelazarse para formar un Uno indisoluble. Dos, igual a Uno. Perfecta ecuación humana.
Los rostros de cachetes encendidos, las manos de temblar constante y apenas perceptible cuando el pocillo ascendía o descendía de los labios. La sangre en ebullición súbita y la oportunidad irreproducible que no daba posibilidad de errores.
Ambos sabían de esa Unidad de la que venían. Ambos estaban agobiados de esa Unidad de la que deseaban alejarse precipitadamente.
Los años…, esos años se habían amontonado dolorosamente en cada rincón de sus existencias. Estaban definitivamente alojados. Ya no los abandonarían.
Las voces temblaron, las manos se tocaron, los cuerpos se estremecieron y las sonrisas de alivio expulsaron los suspiros cautivos. El Uno y Uno dejaba de existir. Ya gritaba la Dualidad… Y los sueños y los proyectos aletearon volando de a Dos. Ya no habría caminatas a solas, ya no habría reunión con Uno mismo. Ya no habría más lo indivisible. Sólo faltaba la fórmula que los llevara a la ecuación mágica en la que “2 es igual a 1”
No buscaban Uno y Uno. No la suma de Uno y Uno que dé Dos. Ellos buscaban desesperadamente que el frío del Uno más Uno se transformara en el cálido Uno absoluto. Que, sin obstáculos o refutaciones incómodas y entrometidas, esta vez aceptaría ser divisible en su Unidad.
Y allá fueron. Y avanzaron. Ya las sombras que los aprisionaban en la Unidad, soltaban sus cadenas y sucumbían por la fuerte presencia de esa Unidad divisible que acercaba sus huestes armando murallas, levantando defensas. Ya era futuro, ya había planes, ya surgieron proyectos y los pocillos vacíos con sus fondos oscuros de borra, también sucumbieron ante la vorágine de palabras que caían en cascadas sobre ellos, hasta cubrir primero la totalidad de la mesa ascendiendo y cayendo por los bordes hasta el piso y rodando a lo ancho y largo del pequeño salón. Algunas ganaron precipitadamente la calle a través de hendiduras abiertas, de puertas y ventanas entornadas; otras se colaron tras el mostrador. El volumen se incrementaba paulatinamente. No había un aliento de detención… Y las pequeñas manos de ella se encontraron cautivas entre las inmensas manos de él, sin ánimo de desprenderse, cubiertas de palabras que continuaban acumulándose sobre la mesa, el piso y en cada rincón del salón. Ya eran Uno solo. La ecuación mágica se estaba realizando. Ya hubo Un solo pensamiento, Un solo decir, Un solo futuro por vivir, Un solo de cada cosa por hacer para esa Unidad…
Cuando todo era Uno, cuando los cimientos de esa ecuación se estaban fortaleciendo… Cuando los silencios debían hacerse presentes en los sonidos y estos dejarse oír en los corazones a través de las miradas del Alma, ella, segura de sí misma, olvidada de las presiones y angustias de su anterior Unidad, abandonada de las sombras y despojada de sus peligrosas y dolientes garras, dejó colgadas en el aire, como al pasar, aquellas frases disfrazadas que terminaban de sembrar una negra intención: las pretensiones de la individualidad. Las palabras rodaron bañadas en ácido sobre las otras vertidas en la mesa, carcomiéndolas lentamente. El hombre suspicaz y experimentado, comprendió de inmediato la intención y su futuro. Otra imagen, otros anteriores proyectos, otras ilusiones forjadas en el pasado, llegaron ante sus ojos. ¡Justo aquella!... que lo terminó arrastrando inmerecidamente a la Unidad que lo encadenaba. Achicó la mirada entrecerrando los párpados y dejó que vinieran los años de intolerancias, incomprensiones, injusticias, incompatibilidades, desequilibrios, y finalmente disoluciones que lo llevaran de la mano hacia el Uno, el mismo que intentaba abandonar. La Unidad indivisible.
Su voz se había transformado en una cascada de sonidos chillones que provenían de su garganta rasposa. Lastimaba los oídos. El dueño del bar clamaba para que finalizara el diálogo. Ya no entraban clientes; las palabras volcadas impedían el acceso. Algunas se habían colgado en el espacio formando frases, enredándose y mimetizándose con las plantas en sus macetas. Ya era un insoportable vocerío. Todas habían cobrado vida propia. Todas hablaban por sí solas. Sueltas, desarmadas, disgregadas, pisoteadas y sangrantes… Mientras el dueño imploraba molesto, un final.
La conciencia regresó presta al hombre. Los ojos ya no se miraron, los rostros apagaron sus encendidos, los palpitares y vibraciones se aplacaron, la sangre regresó a su ritmo, aunque más lenta, más pausada.
- A pesar del poco tiempo que resta, aún falta mucho camino y tiempo por recorrer…
-dijo el hombre en un murmullo ¡tan bajo! que bastó para escucharse a sí mismo-
Las manos dejaron de tocarse y la Unidad transformada en Dos con una ecuación virginal con resultado en Uno, se deshizo finalmente.
Nuevamente el Uno indiviso en cada uno. Nuevamente una habitación, una cama, una almohada, una silla, un plato, un cubierto, un vaso, un cepillo de dientes… y todo uno indiviso. Aquel Uno más Uno, siempre sería Dos, y nunca el Uno que se intentaba encontrar…, porque era perseguido con fervor por la resistencia de la Unidad individual.
El hombre se puso de pie y traspuso el salón, empujando, pateando y pisando letras, palabras y frases que entristecidas, ya se habían llamado a silencio. Se dirigió hacia la salida y a punto de trasponer el marco de la puerta, la voz grave y molesta del dueño del bar, se agregó con sorna a la pesadez del ambiente, después de observar a la mujer con las manos entre sus piernas como abrigando el calor que habían recogido, el rostro caído sobre el pecho en actitud de dolor y arrepentimiento, y sus ojos bañados en lágrimas de torpeza y estupidez.
- Dígame buen señor… ¿Qué cree que debo hacer con la señora y con este montón de palabras con las que regaron el piso?
El buen señor detuvo sus lentos pasos, giró su robusto cuerpo, miró a la mujer sin que esta levantara el mentón, recorrió con la vista la alfombra de letras, palabras y frases, y finalmente dirigió la mirada hacia el hombre tras la barra. Las miradas se cruzaron frías y celosamente calculadas. Uno disparaba, el otro esperaba. El silencio breve se supuso interminable entre algunos suspiros de lamento de aquella tonta y pretenciosa mujer. Y al final, rompiendo el hilo de la rigidez, el buen señor, sin bajar la mirada clavada en los ojos de su interlocutor, le dijo clara y calmadamente…
- Con la señora no tenga cuidado. Seguirá en su Unidad… Y las palabras… Bueno… -Y se abrazó a un corto silencio- … Las palabras, no creo que a usted o a otra persona le sean útiles. Puede barrerlas, o… usarlas de abono.
Y cerró la puerta tras sí, camino a su vieja e inestimable Unidad.


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tonycarso@yahoo.com

Texto agregado el 21-06-2008, y leído por 158 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
25-12-2008 Es tan dolorosamente real...Cuanto mas buscamos huir de nuestra soledad, mas nos encontramos con ella. Bss betsyhaab
 
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